14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
Efectos de las pantallas
Gonzalo Cardenal M.

El poder, una necesidad absoluta (II entrega)

Decíamos la semana pasada que lo que quiero es explicarles la manera concreta en la que Cristo quiso hacerse semejante en todo a nosotros. Y esa manera fue que quiso compartir con nosotros nuestra impotencia humana: depender en todo del poder de Dios, que para Cristo fue una necesidad tan absoluta como lo es para nosotros.
Desde el principio, es engendrado en el vientre de María “por obra y gracia del Espíritu Santo” (como dicen las Escrituras). La vida de Dios estaba en Él, pero no había sido ungido con el poder para realizar su misión. Por eso no hace milagros ni enseña ni dejará una huella a su paso hasta que es ungido con el Espíritu Santo en el Jordán. Para que no se escandalicen, es el mismo San Pedro quien lo dice en Hechos 10,37-39: “Uds… saben que Dios llenó de poder a Jesús, y que Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo. Esto pudo hacerlo porque el poder de Dios estaba con Él, y nosotros somos testigos de lo que hizo Jesús”.

Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, leemos en Lucas: 4: “Que regresó lleno del Espíritu, y que fue conducido por él al desierto, para ser tentado por el demonio”. En el desierto el Señor vencerá sobre el demonio. ¿Con qué poder? Nos lo dice el mismo Cristo en Mateo 12,28: “Porque si yo expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, esto significa que el Reino de Dios ha llegado a ustedes…”.

Sus primeras palabras al regreso del desierto las pronuncia en Nazaret (Luc. 4,18): “El Espíritu de Dios está sobre mí, porque él me ha ungido, para llevar la buena noticia a los pobres…”.

Cristo es ungido por el Espíritu para evangelizar. Por eso en unos versículos más adelante leemos que (Luc. 4,32 ) “toda la gente estaba asombrada ante sus enseñanzas, porque hablaba con poder”.

A los apóstoles les comunicará su secreto: (Mateo 10, 19-20) “No se preocupen por lo que han de decir… pues no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu del Padre hablará por ustedes…”.

Las últimas palabras de Jesús serán “en tus manos Señor encomiendo mi Espíritu”.
Por eso decía San Pablo que es el Espíritu de Dios, quien resucitó a Jesús (Rom. 8, 11): “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes…”.
Podría citar otros párrafos de las Escrituras, pero estos bastan para ilustrar lo que quería decirles: Cristo viene a nosotros como verdadero hombre. Impotente como nosotros.
Cristo no es un actor. No es un Dios disfrazado de hombre, como Júpiter, para burlarse de nosotros ni trae un guión que viene a leer como en una telenovela, sino un Dios hecho verdadero hombre, que necesita ser guiado y conducido por el Espíritu para poder hacer lo que tiene que hacer.
Tenemos la omnipotencia misma de Dios habitando dentro de nosotros. El Espíritu de Dios, que el día de la creación se cernía sobre las aguas, es el mismo que se nos ha dado para la construcción de un mundo nuevo. Cristo no se burlaba de nosotros cuando nos decía que podríamos hacer las mismas cosas que Él y aún mayores, sino que espera que las hagamos, puesto que nos ha dado para hacerlas, lo mismo que Él recibió del Padre.

El autor es miembro del consejo de Coordinadores de la Ciudad de Dios.
[email protected]

Opinión
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí