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Enrique Sáenz

Una herencia a la espera de herederos

La nacionalidad y la identidad de un país se forjan día a día con el quehacer cotidiano de la gente, en un proceso vivo que se va renovando continuamente. Pero también hay episodios que, por sí solos,  alimentan la nacionalidad, y héroes que la encarnan.

En nuestro país existe la tendencia a exaltar solamente la parte bélica de los héroes. Casi nunca se rescatan sus ideas o su dimensión humana. Es lo que se pudo observar en los actos en memoria de Benjamín Zeledón.

El pasado 4 de octubre se cumplió un aniversario más de la inmolación, en 1912, del general Zeledón. Es legítimo que conmemoremos la gesta de este nicaragüense que abandonó todo para defender el decoro nacional y se enfrentó a las tropas invasoras norteamericanas. Pero es injusto evocar solamente al hombre que luchó y murió en combate. Zeledón era un ciudadano que se hizo militar ante los apremios de las circunstancias. Un abogado, un padre de familia, un diplomático. Murió como un hombre de acción, pero era también un hombre de ideas. Unas ideas que mantienen su vigencia en el presente. Dejemos pues la palabra a Zeledón.

En un documento denominado Proclama de Tipitapa expresa:

“Nuestros hijos, nuestros hermanos tendrán escuelas, y la instrucción pública difundida por todas partes, el bien sembrado en todas las almas, les servirá de eficaz apoyo en los trances de la vida. Ciudadanos, recobremos nuestros derechos: la igualdad ante la ley será como Sol alumbrando a todos, a los grandes y los humildes, a los ricos y a los pobres. Los tribunales de justicia y los jueces, ya no serán respiradero de venganzas ni se dejarán influir por la odiosa pasión política”.

No se trataba de luchar por luchar sino que luchar con propósitos: Educación. Libertad. Igualdad ante la ley. Justicia. A más de cien años de distancia, las palabras de Zeledón, plasmadas en la Proclama de Tipitapa preservan  plena vigencia.

Sigamos:

“Sin libertad no hay vida; sin igualdad no hay luz; sin autonomía nacional impera el caos. Hemos peleado, pues, y pelearemos porque la libertad nos dé vida, porque la igualdad nos dé luz y porque la autonomía nacional efectiva, reconquistada, haga desaparecer el caos en que navegamos… Por la igualdad, por la libertad y por la autonomía nacional luchamos”.

Son las expresiones de un liberal de aquellos tiempos, valga la aclaración. Igualdad, libertad y autonomía nacional. ¿Cuántos liberales quedan de esa estirpe?

También son vigentes los anhelos de justicia social que impulsan a Zeledón: “Queremos que el pueblo no se muera de hambre, que desaparezcan los explotadores, los hombres que envilecen. Queremos que haya verdadero bienestar para todos los hombres, para los del montón, para los anónimos, a quienes la oligarquía llama despectivamente “carne de cañón”. Queremos que todo el mundo goce de libertad; que el artesano disfrute de su trabajo, que el labrador cultive sin peligros la tierra, y que la fraternidad por doquiera, como una bendición de Dios, dé sus benéficos resultados”.

Un hombre de pensamiento y de acción. Ya lo dijimos. Pero también con profunda sensibilidad humana. Escudriñemos un poco en esta dimensión:

Escuchemos la respuesta que dio el general Zeledón a su suegro, Gerónimo Ramírez, quien llegó a la línea de fuego a intentar persuadirlo de que se rindiera, dada la aplastante superioridad de las fuerzas militares: “Vea doctor. Si mis hijos van a sufrir pobreza, que la sufran desde este momento, pero no quiero heredarles comodidad con cobardía”.
Quien así se expresa, sin embargo, no es un aventurero, se trata de un padre amoroso que, al referirse a sus hijos en la carta que dirige a su esposa al borde del combate final, escribe: “Esos pedazos de mi corazón para quienes quiero legar una Nicaragua libre y soberana”. Y un esposo que se despide “con todo el amor de que es capaz quien por amor a su Patria, está dispuesto a sacrificarse…”

Zeledón quedó encerrado en la trampa que la desafortunada historia de nuestro país plagada de confrontación y tragedias. Sin embargo, ante la fatalidad, conserva siempre la esperanza: “Al rechazar las ofertas de oro y de honores que se me hicieron, firmé mi sentencia de muerte… porque cada gota de mi sangre derramada en defensa de mi Patria y de su libertad, dará vida a cien nicaragüenses que, como yo, protesten a balazos del atropello y la traición de que es actualmente víctima nuestra hermosa pero infortunada Nicaragua…”.

Estamos hablando de otros tiempos y otros son los vientos que soplan en Nicaragua. Tiempos y vientos que se fueron. Tiempos y vientos que retornan. De hecho, es previsible que para algunos se trate de palabras románticas, de motivos anticuados o de actitudes extemporáneas. Pasto para el cinismo. Sin embargo, la libertad, la dignidad, el decoro siguen, permanecen valores insustituibles. Para quienes tienen valores. Y son estandartes vivos que están a la espera de  portadores.

Zeledón vuelve al presente y nos habla con la autoridad de sus ideas, con la autoridad de su amor por Nicaragua y con la autoridad de su heroísmo.

Si queremos honrarlo de verdad, bien haríamos en escucharle.

El autor es exdiputado del MRS.

Opinión Benjamín Zeledón Nicaragua archivo

COMENTARIOS

  1. el carolingio
    Hace 8 años

    Cuantos grandes hombres ha perdido Nicaragua y al llegar hasta aca ahora se me viene pensar en Daniel, si en Ortega, que en vez de heredar un buen nombre a las futuras generaciones lo que legará sera odio y desconsuelo, lider que pudo ser grande pero muy lo contrario se ha venido hundiendo mientras pasa el tiempo hasta que por muy seguro quedara en la nada

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