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Poema de Ezequiel D´León Masís. Obituario para Kirikou

Nunca vi ojos galácticos tan a piel de flor mirante como los tuyos, algosos: puras casitas de la presencia. Jamás a mi lado hubo un único ser tan confidente hasta que llegaste a mí.

Nunca vi ojos galácticos tan a piel de flor mirante
como los tuyos, algosos: puras casitas de la presencia.
Jamás a mi lado hubo un único ser tan confidente
hasta que llegaste a mí.
Recuerdo que un viajante mongol
me dijo cierto fin de año:
“God created all beings, excepting dogs,
because they have been created by us”.
Así que yo de alguna manera te creé,
pero vos también me creaste.
Como espejos mutuos caminábamos juntos
por las calles de mi paradisíaco pueblo infernal,
luego transitaba con vos las calles de Managua
y, finalmente, conociste la foresta indómita y el invierno desnudo.

Nunca fui buen jefe de manada, lo sé.
Pero te juro, Kirikou,
que hice lo mejor que alguien
que a veces se odia a sí mismo
puede hacer con el cuido de lo vivo.

El amor humano,
impertinente y abusivo como todo lo humano,
me distrajo de vos,
te me invisibilizó abruptamente;
mi diligencia decayó en tedio tornasol.
Quien te vio por última vez no se equivoca:
fuiste “en busca de los pasos marcados sobre el lodo”.
Mis pasos.

Buscabas liberarte de mí,
yendo hacia mí,
sin mí.

La precipitada noticia de tu pérdida
me hizo silbar con los riñones a campo traviesa,
esperando —por lo menos—
un alumbrador aullido detonado a la distancia,
como cuando la urraca
se reencuentra con su eco en un claro de la montaña.

Por dosis desprevenidas y goteantes
fui marchitando la esperanza de tu regreso,
con silbidos cada vez más secos,
fronterizos con la decepción, la alucinación y el duelo.

Me enfurecí,
grandemente…

Quien te dejó a la deriva,
“libre” de cadenas,
ni siquiera conoce las suyas propias.

Vos,
labrador de compañías idas e indecibles,
hiciste lo de siempre:
exploraste alrededores,
fuiste a buscarte en mí como yo me encontraba en vos.

Hoy, fatalis nova,
confirmé los datos de tu caída al pozo de la muerte
por aplastamiento de llantas,
Kirikou, le petit…
Un testigo me llevó al lugar
en que yacen restos tapados con humilde tierra negra,
te olfateé descompuesto,
lloré,
sentí una rabia que no sentí ni por la muerte de mi madre…
Supe de golpe,
a como me dijo la vivaz Mouillette horas después,
que “lo peor de tener hijos es el riesgo de perderlos”.

Me queda de tu ser,
petit ami, Kirikou,
el reflejo verdoso de tu alerta mirada
como de astronauta,
lejos del transbordador,
fijado en la ya lejana casa…
Me quedo con ese compromiso con lo vivo
que me regalaste
para el resto de lo que me quede a mí de vida.

Masaya, 9 de junio, 2016.

Cultura Obituario para Kirikou archivo

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