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Jesús, vida

Medio fariseo y medio publicano

Antes como ahora encontramos estilos de vida diversos que imitamos, seguimos y hacemos parte de nuestra existencia en relación con los demás

Antes como ahora encontramos estilos de vida diversos que imitamos, seguimos y hacemos parte de nuestra existencia en relación con los demás

El fariseo y el publicano son el espejo de muchas de nuestras actitudes: El fariseo, quien vive de la mentira, del engaño, de las apariencias y hasta se cree un santo menospreciando a los demás (Lc. 18,11-12). Y el publicano, un hombre humilde y sincero ante sí mismo, ante Dios y ante los demás (Lc. 18,13).

Dos actitudes ante la vida que hoy, lo mismo que ayer, siguen siendo de una tremenda actualidad. Vivimos en una constante tentación de caer en las trampas de la falsedad, de las apariencias, de la mentira y de las máscaras.

Pareciera que nos movemos en un mundo de falsedades y mentiras, tanto a nivel social, político, familiar e individual.

Estamos viviendo en una crisis de verdades y esto degenera en la desconfianza y en la imposibilidad de cambios y de conductas correctas.

La verdad es que todos podemos tener dentro de nosotros mismos nuestra pequeña o gran zona farisaica y nuestra grande o pequeña muralla o máscara en la que nos protegemos.

Quien vive en la mentira y en el engaño farisaico: está renunciando a su propio yo por otro que es el que aparenta. Está amando más la máscara que la realidad de su yo.

Demuestra que en nada se autoestima: porque esconde sus propios errores y pecados y, con ello, se está negando la posibilidad de cambiar. Porque se manifiesta conscientemente como no es y, por tanto, suscita en los demás desconfianza.

Vivir de la mentira y de la pantalla farisaica es la más clara manifestación de que nos tenemos en muy bajo aprecio a nosotros mismos. El mentiroso solo gana el no tener crédito ante los demás, aún cuando diga la verdad. ¡Es verdad, toda máscara que nos ponemos, es un insulto al propio yo y es una negación a la sincera comunicación con los demás.

No es la mentira ni la hipocresía ni la pantalla lo que nos engrandece. Quien se las echa de lo que no es ni tiene, el soberbio y vanidoso, el que ve la paja en el ojo de los demás y no ve la viga en el suyo (Mt. 7,3), como el fariseo, “será humillado”, como nos dice Jesús: “Todo el que se ensalce, será humillado” (Lc. 18,14).

Por eso, en otra ocasión, Jesús nos dice: “Guárdense de la levadura de los fariseos” (Mt. 16,6). La mentira y las máscaras nunca salvan. No salvaron al fariseo. (Lc. 18,14).

La fachada y la falsedad es una ofensa a Dios, a los demás y a nosotros mismos; por eso el salmo 119 dice que: “Dios aborrece a los hipócritas” (Sal. 119,113).

Lo nuestro es “la verdad que nos hace libres” (Jn. 8,32). Lo más importante que se debe aprender en la vida, es a decir siempre la verdad y a vivir nuestra verdad, porque para muchos lo que hacemos, decimos y vivimos no son verdad, he de vivir de cara a Dios, a mi conciencia y a hacerlo con humildad.

Lo nuestro es la honestidad, la transparencia, la coherencia; esto es lo que nos salva como país, como familia, como personas, como también salvó al publicano: “El que se humille, será ensalzado” (Lc. 18,14).

Con la verdad vamos siempre a todas partes, hasta al mismo cielo. Cuanto más grandes somos en humildad, tanto más cerca estamos de la grandeza. A Dios no le gustan las máscaras; las máscaras son siempre farisaicas. Dios quiere que sea quien soy, pero de verdad.

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