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Sandra Isabel Pantoja y Mario Rivas Rodríguez sostienen los retratos de sus hijas Ana Gabriela (izquierda) y Raquel (derecha), fallecidas en un incendio el 8 de septiembre de 2006. LA PRENSA/Jader Flores.

Sandra Isabel Pantoja y Mario Rivas Rodríguez sostienen los retratos de sus hijas Ana Gabriela (izquierda) y Raquel (derecha), fallecidas en un incendio el 8 de septiembre de 2006. LA PRENSA/Jader Flores.

Cómo enfrentar la muerte de un hijo

El orden natural se invierte y los padres entierran a los hijos. ¿Existe un dolor más fuerte? Valientes padres de familia nos cuentan cómo enfrentaron la prueba de sus vidas. Y cómo lo siguen haciendo.

La fecha es imposible de olvidar. Aquel viernes 8 de septiembre comenzó como un día cualquiera. Como Raquel no tenía clases, se quedó dormida junto a su hermana Ana Gabriela, que estudiaba por las tardes. Sus papás las despidieron antes de las 7:00 de la mañana y se llevaron al niño menor para comprarle un par de zapatos. Ellas apenas movieron sus manitas, como un hasta luego, pero un par de horas más tarde un incendio arrasó con los dormitorios del segundo piso y se llevó las vidas de las muchachas. Una de 15 años, la otra de 18.

Desde el mismo sitio, en una casa construida sobre las cenizas de la anterior, Mario Rivas y Sandra Pantoja comparten su experiencia. La más dolorosa que un padre y una madre pueden vivir. La que los ha unido y les ha hecho comprender cien cosas, que les permite decir, con ternura: “Dios se las llevó como ángeles a este par de rosas, como regalo”; pero que un día les hizo cuestionar su fe: “¡Dios! ¿Me hacés todo esto y todavía tengo que alabarte?”

Otra madre también perdió a un hijo de forma súbita, en un accidente de tránsito, y comparte una mañana con nosotros para hablar del duelo ineludible, insospechadamente fuerte, pero posible de “transformar”. Alba Mara Baldovinos perdió a su hijo mayor, Félix, cuando él tenía 27 años. Le dolió hasta el silencio forzado, la introversión autoimpuesta de los primeros días, pero una vez transitado el camino de la aceptación, la madre expresa: “Yo hoy puedo decir que él no llevaba el cinturón, puedo entenderlo y aceptarlo y eso toma valentía”.

Doña Alba Mara hoy da charlas sobre su experiencia y organiza campañas de prevención de accidentes de tránsito para jóvenes. como miembro de la junta directiva de la organización Personas Unidas por el Dolor y la Esperanza (PUDE). Un colectivo de padres que pasaron por la amarga pérdida de un hijo y hoy tratan de pasar un mensaje simple pero difícil de lograr: que el duelo puede transformarse en esperanza.

Esta es la casa de la familia Rivas-Pantoja, en el barrio Larreynaga, Managua. Antes del siniestro de llamas tenía un segundo piso donde dormían los tres hijos de la pareja.
Esta es la casa de la familia Rivas-Pantoja, en el barrio Larreynaga, Managua. Antes del siniestro de llamas tenía un segundo piso donde dormían los tres hijos de la pareja. LA PRENSA/Jader Flores.

El año más feliz

Mario Rivas fue militar por un tiempo, durante los años ochenta, pero el resto de su vida lo ha pasado trabajando en el poder judicial. “Es difícil que alguien no me conozca ahí”, dice el actual inspector judicial para Managua. Su esposa, Sandra Isabel Pantoja, tuvo un tramo comercial por muchos años en el Mercado Oriental de la capital nicaragüense.

A principios de 2005, los padres de Ana Gabriela, Raquel de los Ángeles y Mario José Rivas Pantoja, abandonaron el barrio de Ciudad Jardín y se mudaron al barrio Larreynaga. “Un lugar mucho más sano y bonito”, explica el papá, pues en el domicilio anterior dice que al caer las 6:00 de la tarde prácticamente se regían bajo la ley del toque de queda.

“A las 6:00 enllavábamos la casa y no salíamos más por los borrachos y los huelepega. Ya en Larreynaga poníamos las sillas afuerita de la casa y pasábamos hablando, alegre, hasta las 10:00, 11:00 de la noche. Conseguimos la casa casi cayéndose y todita la remodelamos y dejamos como nueva. Paredes, cielo raso, todo”, recuerda don Mario. “Fue el año y medio más feliz de nuestras vidas. Yo creo que Dios nos estaba preparando”.

El hijo menor, tocayo de su padre, tenía apenas 11 años cuando se mudaron. Tres años lo separaban de su hermana Raquel y seis de Ana Gabriela, pero se llevaba muy bien con ellas.

Ana Gabriela era seria, de poco hablar. “Sacó el mismo carácter militar mío”, dice su padre. “Una muchacha disciplinada, organizada, estudiosa y con metas bien programadas para su vida”. Al igual que sus padres y hermanos estaba muy comprometida con su fe católica. En su comunidad la querían mucho. Sobre todo las personas de la tercera edad, a quienes le gustaba ayudar.

Raquel era el polo opuesto, según su padre. Era extrovertida, alegre, una “líder de nacimiento”. “Venía un grupo de jóvenes y ya estaba ella moderándolos, ellas asumía el liderazgo. Tenía una sonrisa que te contagiaba. Para ella la familia era el centro. Hacía bailes con nosotros, shows con sus tíos, también con los niños del barrio”.

Raquel y Mario José, su hermanito, asistían al Colegio Experimental México, y Ana Gabriela cursaba el tercer año de la carrera Administración de Empresas en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

El viernes 8 de septiembre del 2006 los papás no recuerdan por qué, pero los dos niños no tenían clases. Raquel, entonces, se quedó en su cama en el mismo cuarto que Ana, que solía despertarse un poco más tarde porque estudiaba después de almuerzo. A Mario José se lo llevó doña Sandra, su mamá, porque quería buscarle un nuevo par de zapatos. “Si no él también se hubiera quemado”, dice la mamá.

La familia Rivas-Pantoja posa junto a su hijo Mario José y los cuadros de sus hijas fallecidas. Detrás puede verse el altar que tienen en el salón de su hogar, mismo que adorna la tumba de las hijas.
La familia Rivas-Pantoja posa junto a su hijo Mario José y los cuadros de sus hijas fallecidas. Detrás puede verse el altar que tienen en el salón de su hogar, mismo que adorna la tumba de las hijas. LA PRENSA/Jader Flores.

El fuego provino de afuera

Padre, madre e hijo se subieron al carro familiar y dejaron la casa. Esa mañana no había luz. “Era el tiempo de los famosos cortes de energía”, dice don Mario, que pasó dejando a doña Sandra y al niño en el Mercado Oriental y se dirigió hacia su oficina, en Nejapa, y prácticamente al sentarse, recibió el primer telefonazo. Era su mamá: “¡Mario, dicen que la casa se está quemando!”

Él llamó a sus hijas y nadie le contestó. Y comenzaron a llover llamadas. Vecinos y amigos lo apuraron para que regresara, a lo que su jefe no se opuso. El camino hasta el bonito barrio Larreynaga fue eterno. Pero él no tenía un mal presentimiento. “Yo estaba tranquilo. Pensaba que lo material se repone, pero que quería saber cómo estaban ellas. Al fin cuando llegué estaban enfriando las paredes, ya no había llamaradas y Sandra estaba ahí, pero no sabía nada de las niñas”.

Los padres preguntaron a bomberos y oficiales de la Policía por sus hijas, pero la respuesta era la misma: “Ya van, ya van”. Dieron con la realidad cuando un oficial se acercó a don Mario y le pidió información:

—Quiero que me diga quién dormía aquí del lado de la calle.
—Ana Gabriela.
—¿Y en el fondo?
—Raquel.
—Ah, OK, está bien.
—¿Por qué? ¿Qué les pasó?
—No, es solo para identificar los cuerpos de ellas.

“Ahí me doy cuenta que ellas han fallecido. Y yo te digo… En esos momentos comienza a retroceder el casete de la vida. Desde que nacieron, lo que ellas fueron, su infancia, su juventud, los momentos alegres, los momentos tristes, sus enfermedades, los últimos momentos que estuvimos nosotros, gozando. Es en fracciones de segundo, cuando de pronto te das cuenta que al final de la película ellas ya no están”, recuerda don Mario.

Cuando regresó la luz, entre las 7:00 y las 8:00 a.m., hubo una explosión en el poste de la esquina. “Como una bomba”, dijeron los vecinos a don Mario. El cable tomó fuego y “se vino corriendo como una bola de llamas hasta el panel que estaba en el cuarto de Mario”, que elegía zapatos con su madre, a esa hora. Y empezó el incendio.

Según periódicos del día siguiente, siete unidades de bomberos se hicieron presente, pero la falta de un hidrante de agua imposibilitó el rescate. Los vecinos escucharon a las jóvenes clamar por auxilio, hasta que murieron asfixiadas por el humo. Los padres no vieron los cuerpos, a pesar de que ambos pidieron hacerlo.

“Yo quería ver a mis hijas”, rememora doña Sandra. “Y recuerdo que alguien dijo: ‘Si esta señora todavía no está loca, si ve a sus hijas cómo quedaron, se vuelve loca’. No nos dejaron verlas”.

Tumba de Ana Gabriel y Raquel Rivas Pantoja, en el cementerio General de Managua. Su madre suele dejar dos besos cuando la visita. LA PRENSA/Cortesía.
Tumba de Ana Gabriel y Raquel Rivas Pantoja, en el cementerio General de Managua. Su madre suele dejar dos besos cuando la visita. LA PRENSA/Cortesía.

El duelo

El duelo tras la pérdida de un ser amado, según la psicóloga Mariana Aburto, especialista en niños, adolescentes y familias, es “un proceso relativamente largo y doloroso, cuya magnitud dependerá en gran medida por la dimensión de la pérdida y de las características peculiares de cada persona. Nuestras vidas giran en torno a vínculos afectivos, emocionales y apegos a personas que responden a nuestras necesidades en el día a día”.

La experta califica el duelo como “la respuesta emotiva natural a la pérdida de alguien y algo” y recomienda que los dolientes asistan a terapias psicológicas.

“Estamos claros que no es una tarea fácil manejar los sentimientos, el dolor que causa la pérdida del ser amado, si la persona entra en una franca depresión que altera su vida. La ayuda profesional es vital en estos casos, ya que le permitirá incursionar en un espacio donde exprese sus pensamientos y emociones sin el temor de ser juzgado”, explica Aburto.

Reponiéndose de a poco

La Navidad de ese año la pasaron en los Estados Unidos, lejos de esas festividades nicaragüenses de pólvora, relleno y 20 o 30 familiares. Alegre como ella sola, esa fiesta solo hubiese amplificado el vacío que dejaron Ana Gabriela y Raquel.

El incendio conmovió al país y muchos llegaron al barrio Larreynaga para apoyar económicamente a la familia. Algunos les aconsejaron demandar a Unión Fenosa, la empresa responsable del tendido eléctrico, pero el matrimonio Rivas Pantoja no quiso hacerlo.
Mario Rivas explica su decisión:

“¿Qué vamos a hacer con millones? ¿Para qué queremos tener millones? Nuestras hijas no van a regresar y tal vez nos vamos a divorciar. No hicimos ninguna acción legal, así lo dejamos”.

Por su pasado en el Ejército Sandinista, más precisamente en la Seguridad del Estado y los cuerpos de escolta, a don Mario lo visitaron Bayardo Arce, Tomás Borge y Daniel Ortega, que se encontraba en plena campaña presidencial para septiembre 2006. Ortega se reunió con él y con su esposa en la oficina pastoral de la vecina iglesia La Merced, en privado, y les dijo:

“Yo no soy Dios para devolverte la vida de tus hijas. Pero sí puedo devolverles su casa. Por completo. Y desde mañana se va a estar levantando su casa”.

Y en efecto. Terminar de demoler lo quemado y levantar una casa estrenando diseño tomó unos tres o cuatro meses. Cuando la familia regresó de los Estados Unidos se instaló nuevamente en el barrio Larreynaga, con el dolor todavía muy vivo.

Sandra Pantoja todavía tiene noches de desvelo al recordar a sus hijas. A veces dan las 11:00, 12:00 o 1:00 de la noche y no concilia el sueño. “El corazón se me hace chiquito y me dan ganas de gritar, pero ahí nomás le pido a Dios que me tranquilice. Es horrible esto. Cuando están enfermas vos sabés que es un proceso, que vas al hospital, pero así de la noche a la mañana, que yo me fui y cuando vine ya no están… No cabe en mi cabeza. Si nos acostamos chileando, riendo y todo…”, recuerda.

Lo siente como un mal sueño, dice. Un mal sueño que ya se ha estirado una década y en el cual la ayuda espiritual ha sido el timonel de ambos. Ellos asisten a la iglesia Redentor, son catecúmenos, pero han cultivado una gran amistad con el padre Antonio Castro, de la iglesia La Merced, que tienen al lado, y también con el cardenal Leopoldo Brenes, con quien tienen varias fotografías en su casa. Este les dijo, la noche del incendio: “Tus hijas han sido llamadas a la casa del Padre. Y serán veladas hoy en la casa del Padre”.

El proceso es duro para Sandra Rivas. Y quien ha jugado “el mejor papel” en su recuperación “es Jesucristo”, asegura. “Si yo no conociera a Dios yo me mato. Pero me dejó a este niño (Mario José). Si se me lo hubiera llevado yo me mato. ¿Qué sentido hubiera tenido mi vida?”

Se peleó con Dios, revela. Lo retó. “Le dije: yo soy buena, según yo, voy a la iglesia, te sirvo, estoy a tus pies, ¿y entonces dónde estás? Pero 10 años después yo pienso y reafirmo que si él no hubiese estado, yo no estuviera viva. Fue su voluntad. Después le pedí perdón”.

Hubo un tiempo en que las muertes de Ana Gabriela y Raquel dirigieron casi toda la atención de sus padres hacia ellas, su recuerdo. Levantaron un altar en su honor en la sala del hogar y dos banners de las jóvenes adornan la sala, junto a sus fotografías. Y Mario José, el hermano menor, lo sintió.

“Fue un grave error que hicimos”, admite doña Sandra. “Nos enfocábamos en la niñas y como que a él lo renegábamos. Ya ahora lo incorporamos más, lo metemos en todos los proyectos”.

Don Mario y su esposa no han derramado una sola lágrima mientras reconstruyen el impacto de 2006 y el camino hasta 2016. Su fortaleza, insisten, se las ha dado su fe. Lloraron hasta drenarse en el pasado y no son exentos de volver a hacerlo, pero contemplan el todo como la voluntad de Dios. Están seguros, incluso, que durante el siniestro se dio, si no un milagro, al menos una señal divina.

“La Biblia al lado de nuestra cama no se quemó y la cama quedó chamuscada pero tampoco se quemó. Y el comedor que ves ahí es el mismo, no le pasó nada. En un matrimonio existen tres tálamos, según la Biblia, y esos son los tres altares principales. La cama, donde Dios nos permite procrear y dar vida. La mesa, donde comemos, y la Biblia, que es la palabra de Dios, donde habla a la familia”, revela Mario Rivas.

Entonces candidato a presidente de la República, Daniel Ortega aseguró a la familia Rivas-Pantoja la reconstrucción de su casa después del incendio que la devoró. LA PRENSA/Cortesía.
Entonces candidato a presidente de la República, Daniel Ortega aseguró a la familia Rivas-Pantoja la reconstrucción de su casa después del incendio que la devoró. LA PRENSA/Cortesía.

 

Yo pude

La organización Personas Unidas por el Dolor y la Esperanza (PUDE) nació en 2007, con la muerte de la hija de un matrimonio. Ellos se reunieron para darse consuelo con otras familias que perdieron a sus hijos en accidentes de tránsito y surgió la idea de organizarse.

Ocho personas forman parte de la junta directiva de la organización y unas 500 son parte de la red de miembros. El grupo tiene alianzas con la Policía Nacional de Nicaragua y con agentes de Tránsito para realizar charlas de ayuda y prevención de accidentes.

Según Alba Mara Baldovinos, miembro de la junta de PUDE, alrededor de un 35 o 40 por ciento de los miembros son padres que perdieron a un hijo en un accidente vial. El resto se divide en un abanico de causas, como homicidios, enfermedades e incluso suicidios.

PUDE organiza grupos de ayuda mutua el primer y tercer miércoles de cada mes en la sala K1 de la Universidad Centroamericana (UCA) y cuenta con el apoyo de expertos como la máster en Psicología Mariana Aburto.

Si está interesado (a) en asistir a una de sus reuniones o si desea más información, puede llamar a los números 2267-0475 o enviar un correo electrónico a [email protected].

 

Alba Mara Baldovinos muestra una fotografía de su hijo fallecido en un accidente automovilístico en agosto de 2008. LA PRENSA/Óscar Navarrete.
Alba Mara Baldovinos muestra una fotografía de su hijo fallecido en un accidente automovilístico en agosto de 2008. LA PRENSA/Óscar Navarrete.

La vida en un parpadeo

Félix Lenín Cerna Baldovinos era, según su madre, un muchacho muy cariñoso, con buen sentido del humor y amante de los animales. Tenía un perro, dos tortugas, dos gallos y hasta una boa a la que no temía besar para una buena fotografía. También era bueno cocinando. La sopa azteca le quedaba exquisita y los asados de su mano aglomeraban a varios comensales, entre amigos y familiares.

Cuando tenía 16 años, un accidente automovilístico lo dejó en coma por un mes y en estado vegetal por casi 90 días, pero se recuperó sin ninguna secuela.

“Me lo dejaste 12 años y ahora te lo llevás”, dijo al Cielo su madre, Alba Mara Baldovinos, cuando otro accidente en agosto de 2008 le quitó la vida a sus 27 años, en un abrir y cerrar de ojos, cerca de la rotonda Centroamérica, en Managua.

Doña Alba Mara cayó en depresión, dejó de comer y no quería que le hablasen. Igual que doña Sandra Pantoja, retó a Dios —asegura—, tuvo “rabia” con lo que sucedía, pero hoy, ocho años después, su visión es diametralmente distinta:

“Ahora le doy gracias porque con Félix fui mamá. Lo disfruté por 27 años. Y se lo llevó sin que él hubiese ocasionado otro problema a otras familias. Él no llevaba puesto el cinturón. Espiritualmente te hace crecer un duelo, si lo sabés llevar”.

Poco a poco doña Alba Mara aprendió a llevarlo yendo a sesiones de grupos de ayuda mutua en la organización Personas Unidas por el Dolor y la Esperanza (PUDE). Se trata de grupos de padres que han perdido a sus hijos y comparten sus testimonios, se acompañan en una suerte de dolor que entre ellos comprenden bien.

La madre de Félix halló en PUDE un mecanismo de sanación y hoy hace parte de su junta directiva. En paralelo a su trabajo como subdirectora de prensa del Consejo Supremo Electoral (CSE) ofrece charlas en diversas ciudades de Nicaragua sobre la prevención de accidentes de tránsito a jóvenes y sobre la promoción de hábitos y estilos de vida a padres que perdieron a sus hijos.

“Uno se puede hundir. Se interioriza el duelo y se vuelve somático. Te puede dar todo tipo de enfermedades, hasta cáncer”, explica Alba Mara Baldovinos, madre también de Ernesto Lenín, con quien suele recordar al mayor con una sonrisa.

El papá de ellos, el coronel sandinista en retiro Lenín Cerna está divorciado de doña Alba Mara, pero según su exesposa, la muerte de Félix tuvo mucho impacto en su padre. “No habló con nadie hasta llegar al cementerio, esa noche”.

Alba Mara Baldovinos junto a sus dos hijos. Félix Lenín (izquiera) y Ernesto Lenín (derecha). LA PRENSA/Cortesía.
Alba Mara Baldovinos junto a sus dos hijos. Félix Lenín (izquiera) y Ernesto Lenín (derecha). LA PRENSA/Cortesía.

El duelo es personal

El día del accidente doña Alba Mara regresaba de Montelimar, de un seminario del CSE, cuando la llamó la novia de su hijo mayor. “Félix se mató”.

“Cuando llegamos al lugar lo estaban montando a la ambulancia”, recuerda la madre. “Yo fui al Hospital Militar y yo sabía que estaba muerto. Una vez en la morgue entré, no querían pero les dije: ‘Yo tengo que entrar a ver a mi hijo, yo tengo que entregárselo a Dios’. Y así lo hice. Eso me llenó de valor. Ver que no estaba su cara desbaratada, sino que simplemente se desnucó. Entonces yo lo vestí con la ropa que más le gustaba y dije: ‘Bueno, te lo entrego Señor’”.

A lo largo de los años, con la ayuda de PUDE y de su esposo actual, Douglas Campos, “que ha sido un pilar” para ella, la mamá de Félix y Ernesto ha salido adelante y ha adquirido conocimientos sobre el duelo.
La familia y las personas cercanas al doliente, explica, deben “sacudirlo con respeto, amor y paciencia”.

En su caso, no importaba si a las 11:00 de la noche sentía desesperadas ganas de visitar la tumba de su hijo, su esposo la llevaba y pagaba al guardia para que la dejara entrar. En el día del cumpleaños de su hijo es su costumbre invitar a los amigos de este y servir pastel. Y en su casa, en Las Colinas, la habitación de Félix está intacta. Ella pone una vela, pone flores, a veces le canta, le habla.

“Algunos pueden decirme que estoy loca, pero es así. Es normal. Hay que dejar que las personas vivan su duelo”, aconseja. “Y tengo la esperanza de volver a encontrarlo. Un día más de estar aquí es un día menos para verlo a él”.

Alba Mara Baldovinos describe su transformación del dolor con una bonita metáfora. Dice, en un restaurante bajo el encapotado cielo de octubre:

“El duelo es como una ola del mar. Cuando viene vos decidís: o te sumergís o te tirás encima o te golpea de frente y te saca a la orilla. Yo dejé que la ola me golpeara y me sacara a la orilla. Desde allí veo el panorama. Ese es el duelo. Veo las cosas diferente. Desde la orilla alcanzo a ver otras cosas. Veo la arena, veo las conchitas, veo el cielo…”.

El grupo Pude organiza misas en honor a los hijos fallecidos de sus miembros. Aquí pueden verse los retratos que los dolientes disponen junto a candelas en forma de cruz. Alba Mara Balvinos asegura que sienten la presencia de sus seres queridos. LA PRENSA/Cortesía.
El grupo Pude organiza misas en honor a los hijos fallecidos de sus miembros. Aquí pueden verse los retratos que los dolientes disponen junto a candelas en forma de cruz. Alba Mara Balvinos asegura que sienten la presencia de sus seres queridos. LA PRENSA/Cortesía.

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COMENTARIOS

  1. Trinidad
    Hace 7 años

    ¿La muerte se puede prevenir? A veces. ¿Habia salida de emergencia en caso de incendio? ¿La nueva casa la tiene? Y no solo un incendio lo puede matar a uno. Se pueden prevenir la hipertension y los infartos de corazon? Si, evitando la obesidad.. y en caso de accidentes mortales, los que quedan vivos.. ¿Usan el cinturon? y si no lo usan no estan previniendo la muerte.

  2. Johnny Dionisio Bandòn Bucardo
    Hace 7 años

    Digan lo que digan los expertos, perder un hijo(a) es entrar en otra dimensiòn y la vida se ve completamente distinta y pierde el valor de antes, pero se tiene que seguir adelante hasta llegar al ciclo de cada persona, ese dolor no tiene nombre ok.

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