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Siempre seremos más

Era una niña cuando crucé la frontera entre México y Estados Unidos (EE. UU.). Fui una inmigrante indocumentada.

Era una niña cuando crucé la frontera entre México y Estados Unidos (EE. UU.). Fui una inmigrante indocumentada. Mi madre, mis hermanos y yo, cruzamos el río Bravo, después de una travesía que implicó pasar por Honduras, México y llegar a Florida, EE. UU.

Por temas coyunturales como las elecciones en EE. UU., la crisis de cubanos migrantes varados en la frontera Costa Rica-Nicaragua, la madre haitiana que recibió ayuda humanitaria de parte de la maestra Nilamar Alemán, entre otros, he venido evocando recuerdos de la noche que marcó mi vida.

Yo estaba sobre un neumático, cargaba a mi hermanito menor que tendría unos tres años, mirábamos las estrellas deseando tocar tierra. Mi madre jalaba el neumático, hasta que llegamos. Caminamos en la oscuridad, sobre pasto, hasta ver las luces de la ciudad tintinear y descubrí que no solo las estrellas tintinean.

Viví algunos años en EE. UU., mi familia emigró por pobreza y la guerra. No éramos parte de la clase privilegiada del poder político, militar o económico, que podía comprar alimentos en la tienda diplomática, un mecanismo de exclusión social. Tampoco éramos parte de los círculos de poder que se construyen en los barrios en tiempos de escasez de comida y artículos para el aseo personal. Éramos solo niños con hambre que huíamos de una guerra.

En esas condiciones llegué a EE. UU., aprendí a fuerza de las circunstancias el idioma de ese país, fui a la escuela y el primer año de estudios fue lógicamente el más difícil por la barrera del idioma. Esas circunstancias construyeron en mí un espíritu de sobrevivencia de acero y una habilidad para la vida muy importante: la empatía. Esas circunstancias que me dolieron y me marcaron, son parte de mi esencia.

Tiempo después regresé a Nicaragua, aquí he construido mi vida, mi desarrollo profesional y me he realizado como madre. Mi núcleo familiar inmediato quedó disperso, así somos, así vivimos las personas migrantes, con el corazón dividido. Sin haberlo buscado va creciendo dentro de nosotras y nosotros un espíritu nómada, o tal vez, ese espíritu solo estaba dormido, ya que la historia de la humanidad está marcada por las migraciones. Ese espíritu nómada nos convierte en camaleones, nos adaptamos a las circunstancias, a los cambios, a las pérdidas, a las ausencias.

Somos personas que hemos vivido el cambio y por ello tenemos un espíritu de insatisfacción, siempre creemos que podemos ser mejores, estar mejor, y a la vez, en esa búsqueda constante, anhelamos la estabilidad y echar raíces, somos nómadas que buscamos seguridad, esa necesidad humana básica.

Desde hace algunos años he regresado en diversas ocasiones a EE. UU., en circunstancias muy distintas y con visa. Pero el pasado me persigue.  El estigma de inmigrante indocumentada, así haya sido una niña, lo cargo.  En cada viaje enfrento ese pasado. Así sea que viaje por trabajo o para visitar a mi madre, padre y hermano, que continuaron su vida en EE. UU., me ha tocado explicar en repetidas ocasiones, a un sinnúmero de agentes de Inmigración, por qué siendo niña ingresé a EE. UU. ilegalmente. Pero esos momentos incómodos, alimentan mi empatía, me sensibilizan, me recuerdan de dónde vengo y a quiénes represento.

Es difícil ser migrante y siempre ha sido difícil. Las elecciones presidenciales en EE. UU. han evidenciado lo difícil que es. Donald Trump decía en el último debate presidencial, “bad hombres”. No dijo “bad men, bad männer; bad uomo; bad homme”. No, él dijo: “Bad hombres”, en una clara asociación personal entre lo malo y ser una persona de origen latino. En el país que sea, las personas migrantes enfrentamos murallas físicas e ideológicas.

Por ello, en estas próximas elecciones presidenciales en EE. UU. he instado a mi madre a votar, a ejercer su derecho al voto. Ese derecho adquirido después de décadas de vivir y trabajar en ese país, pagar impuestos y respetar las leyes. Ella representará a las mujeres latinas en las urnas.

Por mi historia personal me importan las elecciones
presidenciales en EE. UU. porque cada voto cuenta y porque las personas latinas buenas siempre seremos más.

La autora es hija de migrantes, comunicadora social.

Columna del día Estados Unidos Migración Nicaragua archivo

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