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Gina Montaner

Llegar a ser mujer

Me temo que los libros de Simone de Beauvoir apenas se leen hoy, pero me atrevería a asegurar que en su juventud Hillary Clinton leyó algunos de los textos de la reconocida feminista y filósofa francesa. O al menos supo de la importancia que en su día tuvo El segundo sexo, obra cardinal de la eterna compañera sentimental de Sartre.

En su libro Beauvoir expone que lo que se entiende por ser mujer es un producto cultural y social, de acuerdo a lo que tradicionalmente se ha esperado de esta como madre, esposa, hija o hermana. La tarea de ser ratificada por los otros. En resumen, concluye: “No se nace mujer: llega una a serlo”.

Merece la pena desempolvar esta teoría que en el pasado fue revolucionaria y que aún hoy explicaría algunos de los hechos insólitos que nos ha tocado vivir, en una contienda sin precedentes en lo que respecta a la virulencia que ha suscitado la carrera a la Presidencia entre Donald Trump y Clinton, inesperadamente convertida en un triángulo con otro vértice: el del expresidente y esposo de la candidata demócrata, Bill Clinton.

Resulta ser que en un momento histórico, por tratarse de la primera vez en la historia de los Estados Unidos en la que una mujer podría convertirse en la primera mandataria del país, la protagonista de este acontecimiento se ha visto estrujada entre dos hombres cuyos escándalos sexuales y abultadas peripecias extraconyugales se han convertido en temas más importantes que la propia contienda electoral.

Más allá de la agenda política de una mujer que se ha preparado a conciencia para tomar decisiones ejecutivas, lo que más ha acaparado titulares han sido las infidelidades de Bill Clinton, sobre todo su sonado romance en la Casa Blanca con la exbecaria Mónica Lewinsky y la saga del vestido azul que lo inculpó; o en el caso de Trump, la cantidad de comentarios denigrantes que a lo largo de los años ha dedicado a las mujeres, con grabaciones y declaraciones públicas que así lo atestiguan, así como alegaciones de una serie de mujeres que aseguran haber sido víctimas de acoso sexual por parte del empresario.

De las proezas y miserias sexuales del expresidente y el magnate neoyorkino —dos hombres muy diferentes pero extrañamente unidos por una agitada vida genital— sabemos mucho (más de lo que habríamos deseado) y hemos diseccionado hasta la náusea su vocación de mujeriegos.

Pero, parafraseando a la académica Camille Paglia, ¿acaso conocemos a Hillary Clinton como sexual persona? Sabemos que se enamoró muy joven de Bill, que es la madre de Chelsea, que eligió la continuidad de su matrimonio a pesar de los devaneos de su cónyuge y que hoy, además de aspirar a ser la primera mujer presidente, es abuela de dos niñas. Poco más.

En el centro de esta cruenta campaña electoral en la que la entrepierna de dos hombres destacados está en boca de todos, los deseos más íntimos de Hillary Clinton son tabú. Territorio  velado.

Austera con sus conjuntos de pantalones, amurallada en la distante cordialidad y aplicada como la mejor de la clase a la hora de transmitir conocimientos, la exsecretaria de Estado tiene suficientes dificultades para resultar simpática, cálida, sólida, confiable o carismática a la vez. Si a esto añadiéramos un bagaje erótico-sentimental tan voluminoso y polémico como el de su contendiente y el de su propio esposo, le sería más fácil conquistar la cima del Everest que hacerse con la Presidencia.

En realidad Clinton, o cualquier mujer que sueñe con ser presidente de los Estados Unidos, no habría vencido en las primarias si su récord de lances sexuales se aproximara a las marcas olímpicas de los dos varones que hoy siguen siendo el centro de atención de tan inclemente año electoral.

Imaginemos a una candidata (daría igual que fuera demócrata o republicana) que en numerosas ocasiones haya presumido de la cantidad de hombres que se ha llevado a la cama y de las infidelidades que ha cometido. Una mujer que sin el menor sonrojo negara haber tenido relaciones con un becario para luego desdecirse ante millones de personas que votaron por ella. Una señora hecha y derecha que, ante  propios  y  extraños, se jacta de acosar impunemente a cualquier hombre que se le antoje porque es poderosa e influyente.

En verdad no podemos imaginárnosla porque sencillamente esa candidata hipotética no podría salir de su casa sin una letra escarlata sobre su pecho que la señalara como una adúltera o casquivana. No es país para mujeres liberadas porque no existe tal equidad de género.

A Hillary Clinton no se le conocen amantes, romances o tan siquiera inofensivos coqueteos. Sin embargo, se ha visto atrapada en un ménage à trois en el que solo su adversario y su esposo se han divertido de lo lindo y han hecho de las suyas sin pagar caro por sus veleidades.

Después del 8 de noviembre deberíamos repasar  El segundo sexo. Hasta el día de hoy pervive el maligno arraigo de la misoginia. Llegar a ser mujer es una prueba mucho más dura que llegar a ser presidente.  ©FIRMAS PRESS

La autora es periodista.
Twitter: @ginamontaner

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