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Péndulo de su innecesaria agonía

En una tarde lloviznosa Carmen le expresaba a su amiga Bemilda: podría ser amable y decirte que lamento molestarte de nuevo con mis ataques de ansiedad.

En una tarde lloviznosa Carmen le expresaba a su amiga Bemilda: podría ser amable y decirte que lamento molestarte de nuevo con mis ataques de ansiedad, de remordimiento y de rencor a mí mismo, sin embargo, entre nosotras, las cortesías carecen de sentido.

Si tienes razón, le replicó Bemilda, pues,  me has dicho un millón veces que el tiempo ha seguido su indetenible curso, que nadie se acuerda de ese incidente, ni de la desafortunada Victoria, mientras yo sigo atrapada en su recuerdo, pero es que esta vez no puedo imitarte, no existe un botón en mi cabeza que pueda pulsar y borrar la tarde de abril en la que me condenaste a este pecado de futuro desperdiciado a esta vida que no es vida y que mal hago en llamar así.

Los años de lo que debió ser una feliz infancia invaden mis sueños con más frecuencia, trato de encontrar en estas misivas alguna paz, empiezo a creer que es bueno para mi salud ahora que tengo más edad que antes, incluso, es irrisorio este absurdo ejercicio de memorias oscuras, contestó Carmen.

Mi querida amiga, me siento con derecho a perturbarte, pues en definitiva has sido tu más responsable que yo en toda esta triste historia, además me importa poco que no atiendas lo que te digo, hace tiempo que deje de soñar con tu redención, por la fuerza de la costumbre que por cualquier otro motivo, me importa poco si ya olvidaste, como hiciste con Victoria, sé que eres muy buena para eso, como lo eres para engañar, destruir y manipular, inquirió Bemilda que pelaba los ojos como condenada, estás disgustada, pero contenta porque se te estás encontrando asimismo, lo cual es perfecto para la reconstrucción de tu alma.

Le comentaba Carmen a Jacinta y Jacinta: No preciso recordar  cómo llegamos a ese lugar, mi memoria es caprichosa, ¿por qué otros detalles puedo verlos en mi mente como si fuese una película en cámara lenta? Nos había invitado a pasear contigo Bemilda, y con Victoria solo rememoro que conversábamos largamente, pero no recuerdo nada de nada.

Pero si en los pasillos de mi mente rememoro que Victoria y yo te seguimos por largo rato, conversando sobre trivialidades, esa serie de cosas en las que sólo los niños pueden tener interés en hablar, en la conversación llegamos por fin a un sitio que no habíamos descubierto nunca era algo netamente desconocido. Recuerdo que Victoria me dijo: Te dije que no tenía permiso de estar allí, pues cuando le conté a mi mamá de aquel lugar me prohibió ir y me advirtió del peligro en aquella zona, por supuesto que no me fui, aunque debí haberlo hecho. Sin embargo, mi memoria  recuerda que nos sentamos los “tres” a la orilla de aquello que bautizamos “El lago”, era una especie de pozo engañosamente profundo.

Pero el Reverdecer del ambiente hacía del día fuese perfecto, el cielo completamente despejado, invitaba a sonreír y el excesivo predominio del ambiente trasmitía vitalidad, definitivamente no había indicios de tragedia ni de muerte, lo único mortecino de ese lugar eran aquella agua pasiva superficialmente pero internamente era mortal.

Si tengo presente aquel grito de sorpresa, de terror de Victoria, comentaba Bemilda  fue como una puñalada en mi estómago, a veces me despierta ese mismo grito en las noches y siento como laten mis tímpanos, mi primer pensamiento coherente en ese instante dilucidar que Victoria sabía nadar, que era una broma cruel de su parte, pero lo que hacía era dar manotazos al agua tratando de mantenerse a flote, era un intento inútil porque “El lago” parecía querer tragarla, Carmen yo observaba esperando que me dijeras que hacer, en tanto que Victoria luchaba por mantener la cabeza fuera del agua, pero irremediablemente se hundió. Te dije, dijo Carmen a Bemilda que teníamos que sacarla, pero no me respondiste, pasaron los minutos, horas para Victoria, quien luchaba por su vida, desesperada por respirar y luego debe haber caído en la dulce paz de la inconsciencia, producida por la falta de oxígeno en el cuerpo, su estómago se habrá llenado de agua y luego debe haber comenzado a respirar líquido, inundando sus pulmones, siendo la muerte el fin de su innecesaria agonía. Solo la muñeca se salvó, hasta que de pronto con una sonrisa irónica la lanzaste al lago, pero esta no se hundió.

Las amigas para el resto de sus días siempre comentaban lo triste de la muerte de Victoria como el lago se la tragó injustamente y salvándose su muñeca. Así es de inesperada la vida y la muerte.

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