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Jesús, vida

Tengo que cambiar

Si vemos, leemos y escuchamos las noticias, sin duda alguna estamos viendo cómo se desmorona nuestro mundo, nuestros países y sus instituciones

Si vemos, leemos y escuchamos las noticias, sin duda alguna estamos viendo cómo se desmorona nuestro mundo, nuestros países y sus instituciones.

Crecen la pobreza, la falta de trabajo, los problemas que nos impiden llevar a cabo el sueño que todos tenemos de alcanzar una vida más feliz. Y lo que es peor, estamos presenciando la caída de los grandes valores fundamentales que son la base del buen funcionamiento de nuestras estructuras sociales, políticas, familiares y religiosas.

Juan el Bautista vivió en situaciones muy semejantes a las nuestras. Su voz valiente, clara y sincera nunca la silenció, aunque llegó hasta costarle la muerte (Mt. 14, 6-12). Desde el desierto, decía a todos y lógicamente a sí mismo: “Conviértanse… Preparen los caminos al Señor… Enderecen sus caminos” (Mt. 3, 3).

Todos creemos, como Juan, que es necesario cambiar muchas cosas en nuestro país, en nuestras familias, en nosotros mismos, en las actitudes a tomar ante la vida. El problema está en saber quiénes tienen que cambiar.

Porque da la impresión de que hoy, como ayer, seguimos creyendo, que quien debe de cambiar esto, es un mesías con su varita mágica, mientras nosotros estamos mirando el cambio desde nuestra butaca viendo tranquilos la televisión.

Siempre pensamos que son los demás quienes deben ser los agentes del cambio, no nosotros. Siempre creemos que son los demás quienes deben de cambiar; nosotros no, porque somos los perfectos, los únicos buenos que existen en el mundo, en nuestras comunidades cristianas y en nuestras familias.

Siempre creemos que son los otros los malos, los que no marchan bien, los que deben cambiar; nosotros “no tenemos vela en ese entierro”. Todo el mundo piensa en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

Y como este es el pensamiento de todos, nadie cambia y todo sigue igual. Nos ocurre como el cuento aquel que juega con las tres palabras: Todos, alguien y aquel:

“Este es un cuento sobre gentes llamados Todos, Alguien, Cualquiera y Nadie. Había que hacer un trabajo importante (en este caso cambiar) y Todos estaban seguros de que Alguien lo iba a hacer.

Cualquiera lo podía haber hecho, pero Nadie lo hizo. Alguien se enojó por eso, porque era el trabajo de Todos. Cada uno pensó que Cualquiera lo podía hacer, pero Nadie se enteró de que Todos no lo iban a hacer. Todos culparon a Alguien, cuando Nadie hizo lo que Cualquiera podría haber hecho”.

La verdad es que, aunque todos esperamos un cambio, todos esperamos que sean los demás quienes lo hagan. Pero el cambio es tarea de todos y cada uno de nosotros. Nadie va a cambiar por nosotros. Nadie nos puede sustituir en el cambio que cada uno debe hacer. Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo. Nadie es tan perfecto que nada tenga que cambiar en su vida.

Pretender que el cambio lo hagan los otros, es seguir en lo mismo de lo mismo.

Estamos en tiempo de Adviento. La fiesta del Nacimiento de Jesús se acerca y la mejor manera de celebrar esa fiesta es haciendo una realidad en nuestra vida el consejo de Juan el Bautista: “Convertíos… Dad frutos dignos de conversión… Preparad el camino del Señor” (Mt. 3, 2-3.8).

Ese mismo grito nos lo dará Jesús, cuando le dé inicio a su vida pública, como nos dice San Marcos: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc. 1, 15).

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