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Democracia y cultura democrática

Los datos de la encuesta Barómetro de las Américas que fue presentada en Managua el martes de esta semana, reflejan claramente la precariedad de la cultura democrática de la sociedad nicaragüense.

Según esta encuesta —la cual  es auspiciada por una prestigiosa universidad de los Estados Unidos—, más del 60 por ciento de los nicaragüenses tienen miedo de hablar abiertamente de política, incluso con sus amigos, porcentaje que se eleva a 70 por ciento entre quienes tienen un bajo nivel de educación y a 82 por ciento entre los que no tienen ninguna educación. La gente más humilde no es solo la que la dictadura soborna más fácilmente con dádivas populistas, sino también a la que más le infunde temor.

Pero la encuesta mencionada revela también notorias contradicciones en las opiniones de los encuestados relacionadas con aspectos básicos de la democracia. Tal es el caso, por ejemplo, de que más del 50 por ciento dice que acepta las opiniones políticas distintas, pero casi el 40 por ciento de las mismas personas declara que considera necesario que la voz y el voto de la oposición sean limitados para que el país  pueda progresar.

Este dato evidencia un alto grado de incomprensión de la tolerancia política, opuesto radicalmente al principio básico de la democracia de que la libertad de expresión no se le debe restringir a nadie por opinar de manera distinta que los demás,  mucho menos si su opinión es diferente al pensamiento  oficial o gubernamental.

También se demuestra con ese  dato que para muchos nicaragüenses la satisfacción de sus necesidades primarias —aunque sea mediante dádivas populistas—, es más importante que los valores democráticos intangibles como la libertad de opinar y de elegir, para citar solo dos derechos fundamentales  de todas las personas humanas, independientemente de su nivel económico, condición social, religión o afiliación política.

En la actualidad se ha generalizado el concepto de que la democracia no  debe limitarse a sus aspectos propiamente políticos, que debe tener componentes económicos y sociales que para  satisfacer los intereses y las aspiraciones materiales de la gente, sobre todo de los sectores más pobres de la sociedad.

Esto es cierto en términos generales. Sin embargo la democracia tiene en sí misma valores esenciales superiores que son primordiales e mirrenunciables. Los humanos, a diferencia de los  animales irracionales tienen necesidades espirituales y políticas cuya satisfacción es tan importante o más que las económicas y sociales.

El menosprecio a los valores políticos y éticos  de la democracia  y la subordinación de esta a las necesidades primarias, deforma la conciencia de las personas, sobre todo las más pobres y menos educadas, haciéndolas presa fácil de los políticos demagogos, populistas y autoritarios que ofrecen a las masas un paraíso en la tierra a cambio de quitarles o negarles la libertad y la democracia.

Y como lo muestra la experiencia nacional e internacional, lo que hacen es  empobrecer  más a la gente y someterla además a una indigna miseria espiritual.

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