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Humberto Carrión

La evolución ideológica

Para los nacidos en 1952 como el suscrito, se me ocurre que al menos tenemos la obligación moral de expresarnos sobre la absurda situación política y de corrupción sistémica en que nos encontramos en el país. No redundo, ya conocemos, y para que quede claro quién escribe, aquí va.

En 1981 me integré al servicio exterior de Nicaragua para representar a la joven revolución sandinista ante las Organizaciones de las Naciones Unidas en Roma, donde serví por más de siete años. No había participado en la guerra contra la dictadura, pero sí en los comités de solidaridad en el exterior. No estaba en el país.

La cooperación de los Estados Miembros de esas organizaciones con Nicaragua fue manifiesta con la evidente salvedad de los Estados Unidos. Aun así, en los distintos foros se logró aislar esa voz discordante y se promovió y administró la solidaridad con Nicaragua, no solo de los países miembros, sino que de los directores y del personal de esas organizaciones.

En aquellos años viajé a Nicaragua en distintas ocasiones, aprovechando para visitar proyectos de desarrollo que contribuí a atraer hacia el país. Pero también comencé a realizar que no todos los problemas de aquí se derivaban de la guerra, sino que de desaciertos de los gobernantes.

A mediados de 1985 decidí moderar el tono contra los Estados Unidos en mis intervenciones en los foros internacionales, en parte porque ya cansaban por repetitivas; y en las reuniones de los representantes permanentes de los países de la región de América Latina y el Caribe, me atreví a decir alguna vez que los problemas relacionados con el subdesarrollo en la región se debían tanto a factores externos como internos. Nadie más se había expresado así, y para esa época ya se vislumbraba el fin de la URSS como se conocía entonces.

Intuyo que esa actitud se filtró al Ministerio de Relaciones Exteriores  y a mediados de 1988 fui despedido y reemplazado sin opción a una responsabilidad diplomática ulterior. La otra interpretación es que alguien en la Cancillería me consideró el siervo de un señor feudal distinto del suyo, aunque jamás he sido siervo de nadie, más que de mí mismo.

Lo primero que hice al regresar a Managua fue expresarle al dirigente, cuya institución captaba e implementaba la cooperación desde Roma, las razones por las que no acepté trabajar con él. Dijo que me había hecho el ofrecimiento cuando supo de mi persona lo del despido, para que no me quedara de disidente en el exterior. No me conocía por supuesto. No soy así, pero me alejé de todo aquello que fuese ese gobierno y su partido. Se sabe.

Después de la debacle del FSLN de 1990, quien personalmente me había comunicado por teléfono el despido desde la Cancillería, “de repente” se dio cuenta de la verdad de las cosas en Nicaragua, y lo admitió públicamente, incluyendo la historia de un abusador.

Voy a lo de ahora, y los que expresan que no existe el ayer ni el mañana, sino que solo el hoy, no han comprendido la evolución. No es que las personas cambian, como dicen cómodamente los que fueron ideológicamente una cosa y ahora lo contrario. Algunos incluso han pasado a ser fanáticos religiosos, y no solo se expresan como portavoces de intereses extranjeros, sino que de intereses extraterrestres. Otros han optado por alinearse abiertamente con la corrupción del poder y el dinero.

Menos mal que ya surgió un nuevo liderazgo impoluto que el régimen teme y reprime. Veremos qué continuarán diciendo y haciendo los serviles al respecto.

Como he expresado aquí, a mi edad y ruta de vida, tengo el derecho y la obligación de expresarme libremente puesto que no estoy en planilla alguna. Por otro lado, como ya se ha afirmado antes, si existe en la vida algo más molesto y denigrante que un gobernante o político corrupto, es aquel que lo defiende.

No me ufano de nada más que de tener dignidad. Y jamás iría a pedir personalidad jurídica política a unos magistrados corruptos en un sistema corrupto hasta la médula.

El autor es doctor en Derecho.

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