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La crisis global: desafíos y posibilidades

Todos los días los medios de comunicación informan sobre hechos que conmueven al mundo, ante una violencia que ha devenido cotidiana.

Todos los días los medios de comunicación informan sobre hechos que conmueven al mundo, ante una violencia que ha devenido cotidiana. Esta situación al tiempo que revela la profundidad de la crisis, exige una reflexión mediante la cual se trate de esclarecer la raíz de la misma, configurar un cuadro aproximado de la situación, y formular conceptualmente hipótesis y sugerencias que puedan abrir posibilidades ante el momento que se vive y padece.

Además del recrudecimiento de la confrontación entre occidente y un sector del mundo islámico que promueve extremismos religiosos, ideológicos y políticos aún contra sus propias sociedades y estructuras institucionales, se ha producido la contradicción en el sistema jurídico, político y económico de los estados-naciones del mundo occidental.

El contrato social que funda la modernidad se produce a raíz de las revoluciones europeas de los siglos XVII y XVIII y de la idea de la Ilustración, cuyo núcleo puede encontrarse en el liberalismo filosófico y político. La consolidación de la Revolución Industrial trajo consigo una serie de cambios, que a mediados del siglo XIX fracturaron, dentro de la misma ideología liberal, las ideas centrales del contrato social que dio origen a la era moderna.

Esta ruptura fue restaurada por el establecimiento del sistema jurídico y político de participación del Estado en los asuntos económicos, sociales y laborales, el surgimiento del movimiento obrero y el movimiento sindical, y la aparición del Derecho del Trabajo, como nuevo y fundamental instrumento regulador de las relaciones obrero-patronales.

Todo ello, junto a las distintas corrientes de pensamiento filosófico y político, conduciría al establecimiento de un nuevo contrato social, que se consolidaría en el siglo XX con el pensamiento de Keynes, como alternativa ante la crisis del capitalismo de 1929. La participación del Estado conforme al sistema jurídico e institucional, en los asuntos económicos y sociales, sería la base del nuevo contrato social, el que se iría rompiendo progresivamente en los años setenta del siglo XX con la instalación de las ideas de la globalización neoliberal.

El mal llamado neoliberalismo y las tesis de la globalización, han entrado también en crisis en el propio mundo occidental, la que se ha agudizado a partir del año 2007, planteando una ruptura en el propio corazón del sistema, y en general, en el plano mundial en donde se ha evidenciado la contradicción entre la globalización y la idea de la macrosociedad, por una parte, y la presencia y acción de las microsociedades y etnoculturas, por la otra.

Esta fragmentación y confrontación no ocurre solamente entre distintos países y culturas que expresan sus ideas contradictorias, sino en un mismo país en el que los varios puntos de vista que se enfrentan entre sí, producen esa situación de ruptura entre los diferentes sectores que componen una sociedad determinada. De esta situación no están exentos los países del mundo occidental, los que enfrentan hoy en día esa contradicción interna de carácter étnico, cultural, religioso, político ideológico y social.

Una realidad de esta naturaleza debe ser tenida en cuenta para buscar parámetros racionales y éticos de unidad, que permitan enfrentar de manera eficaz, la corrupción, el tráfico de personas, el terrorismo y la narcoactividad, entre otros flagelos que destruyen la sociedad contemporánea en diferentes partes del mundo.

La falta de identificación de puntos de convergencia ha hecho resurgir la xenofobia, el racismo y el odio a la diferencia, produciendo el renacer de ideas y acciones propias del nazifascismo, que han agudizado la división y la violencia al interior de una misma colectividad.

Mientras el terrorismo y la narcoactividad van fabricando en el plano delictivo tácticas para alcanzar objetivos comunes mediante el accionar inhumano y brutal, las sociedades de los diferentes estados-naciones revierten la realidad de su diversa composición etno-cultural en factores de confrontación, alimentados por el menosprecio, el rencor y el odio recíproco.

Es claro que una situación semejante refleja, entre otros, uno de los factores fundamentales de la profunda crisis contemporánea, que se expresa en la ruptura del orden social preexistente, y en la inestabilidad y ausencia de valores comunes. Los referentes básicos sobre los que se construyó, en medio de sus diferencias, la llamada sociedad moderna y la pretendida sociedad posmoderna, están severamente deteriorados dando lugar a un vacío que van llenando progresivamente la intolerancia y la confrontación.

Por ello, en este momento de incertidumbre e inestabilidad, la labor de la filosofía y el pensamiento crítico se vuelven imprescindibles para señalar, como ya lo han hecho intelectuales y corrientes de pensamiento, la necesidad de un nuevo contrato social planetario que haga posible la reconstrucción de la sociedad mundial contemporánea.

En ese sentido, movimientos de pensamiento filosófico y, desde el plano de la educación, organismos internacionales como la Unesco, han sostenido que debe reafirmarse un principio de multiculturalidad que reconozca la existencia de diferentes expresiones culturales, y de interculturalidad, que promueva la acción recíproca de esas diversas manifestaciones.

Pensamos que esto es fundamental, y que todo empieza por el respeto y reconocimiento de las diferencias y de la interacción cultural, pero además, nos permitimos señalar que es básico tener en consideración el resultado de esa interculturalidad, la síntesis de esa interacción, que sería la unidad en la diversidad, expresión esencial de ese nuevo contrato social planetario.

Quizás ha recobrado fuerza la teoría del cosmopolitismo kantiano para identificar un punto de encuentro con la compleja realidad de nuestro tiempo. Quizás sea la idea de la unidad en la diversidad, la que permita conciliar la presencia de valores de racionalidad universal, comunes a todos los seres humanos de cualquier etnia, cultura, religión o ideología, con las particularidades propias de  las diferentes comunidades. La búsqueda de un plano de coincidencias mínimas en el que pueda coexistir lo universal con lo particular, es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Esta sería la expresión del contrato social mundial que equivaldría al orden racional, jurídico y moral, el que tendría que expresarse a través de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y mediante el fortalecimiento y ampliación del sistema de los Derechos Humanos.

A pesar de la seriedad de la situación presente, o quizás precisamente por eso, hay que tener en consideración que ante la crisis ética, el imperativo del fortalecimiento de la ética está consolidándose; ante el derrumbe de los valores, nuevos valores están surgiendo, y en medio de todo, una conciencia colectiva cada vez mayor demanda la construcción de acuerdos nacionales y regionales y de un nuevo acuerdo mundial, sobre la base de valores y principios universalmente compartidos.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

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