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Julián Schvindlerman

Francisco y la tragedia de Alepo

Aquel septiembre de 2013 era un momento delicado para la paz mundial. El presidente Barack Obama se aprestaba a dar un discurso a favor de la intervención armada en Siria bajo la doctrina de la responsabilidad de proteger a poblaciones civiles asediadas. La consigna había sido invocada para actuar en Libia previamente, cuando Muhamar Gadafi anunció, en marzo de 2011, que su fuerza aérea bombardearía a la sublevada Bengasi “sin piedad”, que sus soldados buscarían armas “casa por casa” y que la rebelión llegaría a su abrupto fin: “Estas son las últimas horas de esta tragedia, llegaremos esta noche y no tendremos compasión”. Dos años y medio después, la población siria enfrentaba un desafío mucho peor: el régimen de Bashar al-Assad no estaba amenazando, sino directamente usando, armas químicas contra la población civil y los rebeldes. Más de mil personas fueron gaseadas en los suburbios de Damasco en poco tiempo. El presidente norteamericano había advertido que su uso fijaba una línea roja para la acción militar. La comunidad internacional esperaba con ansiedad aquel 10 de septiembre, día en que Barack

Obama haría un gran anuncio al pueblo americano y al mundo entero.
Fue en ese contexto dramático cuando el papa Francisco decidió intervenir para alertar contra el uso de la fuerza en Siria. El 5 de septiembre instó por escrito a los líderes del G-20 a que “abandonen cualquier pretensión de una solución militar” y el 7 de septiembre convocó a la feligresía a una multitudinaria vigilia de oración por la paz. “¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad”, declaró el sumo pontífice durante su homilía en la Plaza de San Pedro. Tres días más tarde, el presidente Obama declinaba actuar militarmente en esa nación árabe. Y así, los civiles sirios quedaron abandonados a su suerte, que resultó ser muy mala.

Tres septiembres después, en 2016, la familia de las naciones se mostraba escandalizada por los indiscriminados bombardeos de la aviación siria y rusa sobre Alepo, una ciudad de 250,000 almas sitiadas, a las que Damasco y Moscú les negaban acceso al agua, alimentos o a un corredor humanitario para su evacuación. “No sé por qué el régimen nos bombardea de esta manera salvaje.

Estamos sitiados y no tenemos adónde ir”, dijo a AFP, Imad Habbuche, en el barrio de Bab Al Nayrab. El secretario-general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se mostró “consternado” por la “escalofriante escalada militar en Alepo”. “Justo cuando pensábamos que las cosas no podían ponerse peor en Siria, se pusieron”, lamentó el embajador británico ante la ONU, Mattew Rycroft. Su par francés, Francois Delattre, denunció: “Se están cometiendo crímenes de guerra en Alepo”. La embajadora estadounidense, Samantha Power aseguró que las acciones rusas y sirias constituían “una barbarie”. Para fines de aquel septiembre de 2016, dirigiéndose a una multitud en Roma, Francisco advirtió que los responsables de esas masacres “un día tendrán que rendir cuentas a Dios”.

Nunca sabremos eso. Lo que sí sabemos es que el papa —que tan ostentosamente intercedió para evitar una acción norteamericana a favor de civiles indefensos en Siria— se abstuvo de actuar públicamente para frenar las acciones rusas y sirias en contra de civiles indefensos allí. Francisco aún debe explicar por qué no convocó a emotivas vigilias y oraciones por la paz en el Vaticano para oponerse a los crímenes de guerra perpetrados por Putin y Assad en Alepo y otras partes de Siria.

Por ello, verdaderamente suenan huecas sus palabras dichas ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede el pasado 9 de enero: “Pienso en los chicos y chicas que sufren las consecuencias del terrible conflicto en Siria, privados de la alegría de la infancia y de la juventud: desde la posibilidad de jugar libremente a la oportunidad de ir a la escuela. A ellos, y a todo el querido pueblo sirio, dirijo constantemente mi pensamiento…”. Nadie está aquí poniendo en duda la sinceridad de su sentimiento. Solo que debió haber pensado en los niños sirios aquel septiembre de 2013, cuando cientos de ellos fueron gaseados por el presidente Assad y él obstaculizó el camino para que el único país del mundo que podría haber hecho algo al respecto, lo hiciera. ©FIRMAS PRESS.

El autor es escritor y analista político argentino.

Opinión Barack Obama Papa Francisco archivo
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