Nicaragua frente a Belice sacó lo mejor y lo peor de si mismo. Efectividad en el cierre del partido y debilidad en los intermedios, profundidad en la ofensiva e imprecisión en el último toque, desbordes maravillosos por los laterales y centros sin efectividad sobre el área, solidez defensiva y vulnerabilidad en los contragolpes, belleza individual y desorden colectivo. Sin embargo, los muchachos fueron capaces de acopiar todas las virtudes cuando el partido estaba empatado y el tiempo era un rival que puñaleaba. Se retomó el control en el tramo del desenlace: el viejo oeste estaba de regreso: vida o muerte. La pólvora pinolera funcionó. Daniel Cadena y Bryan García dieron el golpe de gracia asegurando la victoria de un encuentro difícil a pesar del marcador (3-1).
Después de un inició de partido que vislumbraba una facilidad del manejo de la pelota de Nicaragua y llegadas constantes que Jaime Moreno y Luis Peralta habían sido incapaces de concretar, parecía que todo se pintaría de color rosa. Luego cayó el gol de Juan Barrera (30’) por medio del pase de Manuel Rosas, el arquitecto del equipo, y aún más las sonrisas de arcoíris de felicidad en el equipo brillaban. Sin embargo, de repente despertamos del sueño cayéndonos de la cama. Nicaragua no se potencializó tras el gol, sino que Belice mostró atrevimiento al punto que nos quitó la posesión del la pelota (51 por ciento a 49), y mientras los nuestros seguían dormidos llegó el gol del empate por un penalti doloroso.
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Luis Fernando Copete se barrió tratando de desviar la pelota, pero sus manos quedaron sobre su espalda. El central nica miraba al árbitro, quien señalaba la pena máxima, diciendo: “Fue sin querer queriendo”, igual había claridad en el impacto mano-balón: justo o no, debía pagar, así fue el empate por el capitán Elroy Smith. Nicaragua seguía sin abrir los ojos, estaba envuelta en el ritmo frío de Belice, parece que jugamos al son del oponente. Hasta que después de tres oportunidades peligrosas de los rivales, se logró reaccionar faltando ocho minutos para el final. Un gol de bella factura de Cadena, sin ángulo. El muchacho tocó el arpa de sus pies y le dio música al disparo imposible.
Ya Nicaragua tenía 20/20 de visión y García, quien había entrado de cambio, selló el partido con el gol (90’) que por momentos se tambaleaba en una soga. La dicha fue parte del sufrimiento. Entre el estupor y el pánico, un futbol con y sin turbo: Nicaragua aseguró prácticamente el boleto al repechaje a la Copa Oro. El progreso del equipo hace muecas más fuertes, poco a poco se desvanecen los trazos amargos del pasado.