Mañana se cumplen cincuenta años de la masacre del 22 de enero de 1967, en Managua, cuando una intentona de sublevación popular contra la dictadura somocista fue sofocada sangrientamente por la Guardia Nacional.
Nunca se supo cuántos nicaragüenses murieron en aquella trágica jornada, porque muchas víctimas eran humildes campesinos que llegaron a Managua desde los lugares más remotos del país; unos directamente para participar en la manifestación de cierre de campaña electoral de la Unión Nacional Opositora (UNO), que se realizaba ese día; y otros que vinieron a la constitución de una confederación campesina (la CCTAN) y se sumaron a la manifestación política opositora.
La manifestación popular de cierre de campaña electoral de la UNO se transformó en sublevación popular, porque la dictadura no quiso atender la demanda de la oposición de posponer las votaciones programadas para el primer domingo de febrero, mientras se acordaban y realizaban reformas electorales —políticas y legales— que garantizaran verdaderas elecciones, libres y limpias.
Al conmemorarse hoy el 50 aniversario de aquella masacre perpetrada contra ciudadanos que solo reclamaban su derecho de votar en elecciones libres y limpias, esa demanda democrática justa y legítima está otra vez en la orden del día. Pero la dictadura familiar y dinástica orteguista se niega a atenderla, igual que la dictadura familiar y dinástica somocista no la atendió en aquella ocasión, ni quiso atenderla nunca.
El doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (uno de los organizadores de la manifestación opositora del 22 de enero de 1967), tratando de evitar que los militares dispararan contra el pueblo escribió previamente en un editorial de LA PRENSA: “Las Fuerzas Armadas son para proteger los derechos del ciudadano, y entre esos derechos está el de manifestar libremente, sin coacción, su voluntad a través del voto secreto, y también el derecho a que ese voto secreto se cuente limpiamente”. Pero la patriótica exhortación del director de LA PRENSA no fue atendida.
Casi dos meses después de la sangrienta represión del 22 de enero, el doctor Chamorro Cardenal fue dejado en libertad por la dictadura somocista y escribió inmediatamente, en otro editorial, que “esa experiencia debe advertir a todos que la hora de justicia ha llegado, y que en nuestro pueblo existe una decisión inquebrantable por lograr un nivel de vida democrática efectiva”.
Pero los dictadores, como los Somoza y los Ortega, no aprenden de la experiencia histórica. A tipos como ellos se refería seguramente el premio Nobel de Literatura irlandés, George Bernard Shaw, al decir que “lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia”. Mucho antes, como lo ha recordado el escritor español Javier Cercas en El País, de España, Miguel de Cervantes “escribió que la historia debe ser ‘ejemplo y aviso de lo presente (y) advertencia de lo porvenir’”.
Lamentablemente, los déspotas aferrados al poder sin límites no atienden esas sabias enseñanzas.