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Chile
Manuel Saavedra Marcos

El Estado soy yo, Luis XIV

El Estado soy yo, sentencia absolutista de probable autoría de Luis XIV, para autodefinir un estereotipo que recordara la primacía de la autoridad real ante el Parlamento y pueblo en general o de sus enemigos políticos, como una manera de sentenciar su absolutismo, ambas en origen, como probable retorcimiento de la cita: “El bien del Estado, es la Gloria del Rey”.

Viendo una serie de capítulos por un cable privado de televisión sobre el rey Luis XIV de Francia, observaba, aunque mostrado un tanto superficial, su geopolítica desplegada que forjó en mucho, el actual posicionamiento territorial de países de Europa.

Vistosa también, su política interna absolutista como no en menos, las intrigas de amor y sexo en su corte, al libre albedrío.

Interesantes intrigas, donde el bueno y el malvado no se descuelgan de lo carnal, ni tampoco de su Dios. No sé cómo podían estar al mismo tiempo con la carne y con Dios, pero lo hacían. Desconozco si el director, un verdadero extranjero para esos tiempos, refleja fielmente esa época del Rey Sol, quien patrocinó el Palacio de Versalles y por lectura separada, el concepto de Moda, uso de tacones, protocolos de comportamiento social y culturas literarias novedosas, precursoras probables que cimentaron la vida apetecida, admirada, bella y bohemia de la que se llamaría Ciudad Luz.

Nombrado rey, con Luis XIV comienza la decadencia de la nobleza y se favorece la burguesía que accedió al Consejo de Estado.

Luis XIV absorbió totalmente el poder siguiendo teorías absolutistas de J. Bodino y T. Hobbes y, por la eficacia de ministros como Colbert. Su política estuvo influenciada por el gobierno de sus primeros años, en que vio el poder real, seriamente debilitado y cuestionado.

Así, dio traslado de la corte a Versalles, un palacio a medida para magnificar grandeza y dominación sobre sus súbditos; erigió jardines anexos, simbolizando el orden y la estructura social compartimentada, de grupos nítidamente bajo su dominio.

Atacó y limitó el poder de la aristocracia a quien hace responsable de la debilidad de la monarquía y del país, como de las atribuciones del Parlamento, suprimiéndoles total posibilidad de discutir sobre atribuciones reales.

Todas estas medidas hacen de la monarquía y la figura del rey, un asunto incontestable y de un poder omnímodo sobre cosas y personas.

Su ministro Colbert, responsable del tesoro francés, engrandeció la economía del país pudiendo facilitar campañas militares y especialmente, la promoción de la figura del monarca. El ministro, fue impulsor de iniciativas productivas, creando industrias estatales en manos oficiales y barreras proteccionistas. Además, mediante privilegios, exenciones y monopolios, favoreció un amplio conjunto de empresas privadas.

El objetivo del desarrollo económico era doble; por un lado, sufragar la política expansiva de Luis XIV quien se creía un ser con derecho a imponer su voluntad y por otro, permitirle plasmar su grandeza frente a la nobleza, vulgarizándola y favoreciendo la burguesía con cargos y prebendas. Las economías, no obstante, no lograron financiar reformas sociales.

La vida del rey y la corte, girando en su entorno, entonces, se convertía en historia, si no en mito y él mismo, imagen viva de su propia majestad.

Transmitir esta simbología requiere de una eficaz propaganda. Cuadros, imágenes, medallones y monumentos extienden la figura del rey. El palacio simboliza grandeza por ser lugar de culto y emanación de poder.

La mejor propaganda la hace él mismo; su vida diaria se desarrolla siguiendo la ruta solar, de este a oeste.

La Corte está presente en todos sus actos; estar cercano simboliza, participación del esplendor.

Practica una ardua diplomacia en búsqueda de una hegemonía europea, lógicamente también interna, sin obtener los frutos apetecidos por la oposición de las potencias e instituciones externas.

Son varios capítulos; después de ver algunos observo que, más de una vez, guardando las proporciones, caminamos replicando esos seres humanos.

Nuestra patria clama su país luz, a ello se encamina; construyamos nuestro palacio Versalles, pero no aquel aislado y absolutistas reducto de Luis XIV.

El autor es Ingeniero Civil

Opinión Estado Luis XIV archivo
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