Algunos estudiosos extranjeros de la realidad política de Nicaragua —situación actual y perspectivas— nos transmiten una valoración muy pesimista y una opinión bastante negativa sobre la oposición nicaragüense.
De hecho consideran que no hay verdadera oposición en Nicaragua, creen que los que se dicen opositores son cadáveres políticos que sobrevivieron al funeral de la democracia en las elecciones de 2006, cuando los líderes liberales dividieron el voto democrático en dos bandos y facilitaron el regreso al poder de Daniel Ortega.
Con mucho pragmatismo y, a nuestro juicio, un poco de amoralidad política, esos estudiosos de la realidad nicaragüense nos aseguran que en aquel momento se debió dejar a un lado los escrúpulos y permitir inclusive que ganara las elecciones el partido que se había distinguido por permitir y practicar la corrupción. En cualquier caso, sostienen, era preferible otro gobierno corrupto, pero democrático, en vez de un régimen autoritario que al fin y al cabo también practicaría la corrupción.
De acuerdo con ese criterio, los políticos democráticos nicaragüenses son los verdaderos culpables del fracaso de la democracia en Nicaragua. No culpan a Daniel Ortega y su partido FSLN, porque —aseguran— estos han hecho lo suyo y no se podía esperar que cuidaran la democracia.
También nos dicen esos amigos analistas que por el desprestigio de la política y de los políticos democráticos, Daniel Ortega ganaría las elecciones aunque no hiciera fraude, que este es para obtener las mayorías exageradas que le asigna su Consejo Supremo Electoral. Consideran que el voto duro de Ortega se mantiene en un 30 a 35 por ciento, que más del 40 por ciento es independiente, menos del 10 por ciento de los partidos de oposición, entre los que incluyen al PLC, y el resto son personas que no opinan.
Los independientes —que le podrían dar el triunfo a la oposición si hubiese elecciones justas y transparentes, pero también candidatos confiables—, son ciudadanos democráticos desilusionados de los políticos, molestos por sus debilidades, veleidades y traiciones. De hecho prefieren que esté en el poder un régimen autoritario que, al fin y al cabo, parece manejar bien los asuntos económicos del país.
A nosotros nos parece que está bien y es necesaria la crudeza del análisis. Pero no es correcto echar a todos los políticos opositores dentro del mismo saco. Sin duda que entre ellos hay muchos sinvergüenzas, zancudos y vividores, pero también hay quienes mantienen en alto la bandera de la integridad y la responsabilidad ante la ciudadanía nicaragüense, aunque esta por ahora no se las reconozca.
La democracia es recuperable. Los nicaragüenses no están condenados a vivir para siempre sometidos a dictaduras y caudillos autoritarios. El futuro de Nicaragua, como el de toda la humanidad, no es la servidumbre política y espiritual, sino la libertad y la democracia.