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Violeta Granera Padilla

Justicia y misericordia

Esto es lo que importa de la política. O al menos lo que debe importarnos. Justicia que respete todos los derechos humanos para todos. Los civiles y políticos pero también los sociales, económicos y al medioambiente. Justicia que acerque la convivencia social a la paz. Y misericordia, del latín miser (miserable) y cordis (corazón) que significa la capacidad de poner las miserias de otros en nuestro propio corazón, el sustrato ético para decisiones que tomen en cuenta de manera especial, los intereses de aquellos que han sido excluidos de los beneficios de cualquier avance y por el contrario, han cargado siempre, de manera dramática, las consecuencias de los “desmadres” cometidos por las dirigencias del país.

El atroz asesinato de Dayra de quince meses en brazos de su papá, clama al cielo y demuestra que estamos bajo un régimen que desconoce la justicia y la misericordia. Y que está provocando una peligrosa anomia, término acuñado por Durkheim para designar el estado social que surge cuando las reglas se han degradado tanto o se han eliminado, que ya no son respetadas por la sociedad.

Desde el punto de vista legal, independientemente de detalles, la muerte de la niña y su papá es un grave delito perpetrado por la Policía. Ya se han dicho de sobra todas las ilegalidades que se cometieron, desde el allanamiento a esas horas de la madrugada y sin orden judicial, hasta el uso abusivo y desproporcionado de la fuerza, con armas de grueso calibre. ¡Que no vuelvan con la excusa de que fue un error! Es un hecho similar a la masacre de los niños de Yelka en Las Jagüitas, pero no los únicos, lamentablemente.

Con frecuencia la “justicia” encuentra ridículos atenuantes a hechos atroces similares, o atajos para burlarse de las víctimas, o la emisión de fallos que son descarados actos de impunidad, a la vista y paciencia de una sociedad que ya no sabe cómo nombrar los crímenes, porque hasta las palabras se han venido vaciando de contenido para dar paso a las verdades alternativas, léase mentiras. Yo esperaré la investigación del Cenidh.

Pero ¿qué, sino un síntoma de anomia, pudo llevar a la Policía a disparar contra un padre con su hija en brazos? ¿Qué excusa pudo haber para no rodear y reducir al padre y salvar así a la niña? ¿Qué justificación se puede encontrar para que la Policía no respete el debido proceso? ¿Qué puede explicar que no hayan dado atención a la niña? ¿A qué niveles de indiferencia hemos llegado para no alzar la voz al unísono condenando este hecho contra una de las criaturas más indefensas de cualquier sociedad?

En la Managua “bonita” ni sospechamos el nivel de abuso y represión al que están sometidos nuestros campesinos y marginados urbanos. Sencillamente la parafernalia material, las luces artificiales y el discurso oficial y oficioso del “crecimiento económico” pretenden seducirnos, atontarnos y escondernos la triste realidad de “los otros”. Y olvidamos que también somos “nosotros”, hasta que la brutalidad grita más fuerte y llama nuestra atención. Para luego olvidarlo mientras vuelve a ocurrir.

Nicaragua debe exigir justicia. Y no cesar de hacerlo. Aunque no se logre. Siquiera para que Ortega sepa que está quitando vidas, pero no matará nuestra conciencia. ¡El último rescoldo de decencia! Siquiera para que los que sufren no se sientan siempre solos e invisibles. Excluidos de la justicia, pero también de nuestra misericordia. Detener este peligroso declive que lleva a la anomia nos obliga a todos, independientemente de nuestras simpatías o antipatías con el régimen y sus brazos ejecutores. Es más, los que están cerca, trabajan para, dialogan o han logrado algún beneficio del régimen, tienen mayor responsabilidad y posibilidad para decirle basta ya. Sé que entre ellos hay muchos capaces de ver más allá de intereses particulares o individuales.

Y espero que Dayra pueda ayudarnos a colocar en nuestros corazones el sentido último de la política y la economía, que es el bienestar de todos.
Y nos ayude a recordar que defender los derechos humanos es política y por lo tanto, para recuperar la decencia básica en Nicaragua, la responsabilidad de hacer política es de todos.

La autora es Coordinadora del Frente Amplio por la Democracia (FAD).

Opinión Justicia misericordia paz archivo
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