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Crítica de cine: Un camino a casa

Un Camino a Casa es una de esas historias de la vida real que resultan más extrañas que la ficción

Un Camino a Casa es una de esas historias de la vida real que resultan más extrañas que la ficción. Saroo Brierly, hijo adoptivo de una pareja australiana, utilizó internet para buscar a su madre biológica en la India, 20 años después de separados.

Saroo (Sunny Panwar) es un niño precoz de unos 5 años, inseparable de su hermano adolescente, Guddu (Abhishek Bharate). Viven en una comunidad rural de la India, sumidos en pobreza extrema. Sin padre a la vista, trabajan como pueden para ayudarle a su madre, Kamla (Priyanka Bose). La inocencia de Saroo alivia lo desesperado de sus circunstancias. Al menos, hasta que los hermanos se separan accidentalmente. Tras un peligroso encuentro con tratantes de personas, Saroo es confinado en un orfanato dickensiano. Demasiado pequeño como para poder ayudar a que las autoridades ubiquen a su madre, lo dan por huérfano. Una fundación le consigue adopción en el seno de una familia de Tasmania. Un salto en el tiempo lo convierte en adulto (Dev Patel asume el personaje). Al cursar la universidad en Australia, conoce a otros jóvenes provenientes de la India. Queda patente su sentimiento de alienación. Solo podrá aliviarlo volviendo a su primer hogar.

Como la vida del protagonista, la película está partida en dos. El director Garth Davis usa tomas panorámicas aéreas como motivo visual recurrente para ubicarnos en los dos escenarios, India y Tasmania. Así, unifica dos realidades tan diferentes que podrían pertenecer a distintos planetas. Esto también anticipa el papel protagónico que cobrará la cámara satelital de Google Earth, aplicación que se vuelve instrumental en la búsqueda de Saroo.

En Tasmania las dificultades materiales están resueltas, pero la felicidad se mantiene elusiva. Saroo guarda en secreto los esfuerzos por rastrear a su familia original. La crisis de identidad y la secretividad lo incapacitan a la hora de mantener una relación con Lucy (Rooney Mara), una compañera de universidad. También tienden una barrera entre él y su madre adoptiva, Sue (Nicole Kidman).

Sin idealizar la pobreza ni vilificar la estabilidad material, el guion de Luke Davies —basado en las memorias del verdadero Saroo— conecta los mundos de su protagonista en la naturaleza conflictiva de la vida familiar. Entre la pobreza o la comodidad, los lazos familiares arrastran dificultades inseparables de las bondades. En un lugar la pobreza azota, en el otro es la enfermedad que reverbera en todo el entorno. La discapacidad emocional de su hermano adoptivo Mantosh (Keshav Davhav, Divian Ladwa) complica la convivencia de los Brierly. No existe felicidad completa.

Davis y sus colegas toman lo que podía ser un “melodrama real” convencional y lo convierten en una conmovedora reflexión sobre la posibilidad de encontrarse a uno mismo en la entrega a los demás. Igual que Saroo solo puede sentirse completo al unir sus mundos, Sue construye a su familia siguiendo un impulso más fuerte que ella misma. Kidman se gana su nominación al Óscar en una escena que la convierte en el corazón de la película misma. Lamentablemente, esto ilumina una deficiencia estructural. Patel, y el predicamento de Saroo adulto, palidecen en comparación a la vividez de las escenas dominadas por Saroo niño. El efecto se agudiza cuando Guddu, como una especie de fantasma, invade fugazmente la realidad que Saroo adulto habita. Es una manifestación visual del pasado, que
Saroo ya no puede seguir negando.

Como la reciente Reina de Katwe (Mira Nair, 2016), Un Camino a Casa es un correctivo para sensibilizarnos ante la pobreza. En el primer mundo puede ser una realidad exótica. Aquí nos espera a la salida del cine.

La Prensa Domingo critica de cine Juan Carlos Ampié archivo

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