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El ídolo del dinero

El dinero fácilmente pretende convertirse en Dios absoluto. De hecho, así es como constantemente aparece en nuestro mundo de ayer y de hoy.

Una de las invitaciones fundamentales de Jesús a sus discípulos es que le sigamos siendo fieles, a Dios y a los hombres.

Seguir al Dios de Jesús es decirle “no” a los ídolos, sean los que sean. Por eso, seguir el camino de Jesús es seguir un camino distinto por el que va el dinero, el gran ídolo ante quien muchísimos seres humanos nos hincamos de rodillas. Ya nos lo dice Jesús: “No podéis servir a dos señores” (Mt. 6,24).

Dios y dinero van por caminos muy distintos: Dios pone como valor supremo la vida (Mt. 6,25; Jn. 10,10). El dinero pone como valor supremo la agonía del tener (Ecle. 5,10).

Dios pone por encima de todo el valor de la persona humana (Sal. 8,5-7). El dinero es egoísta, todo lo pone a su propio servicio. Ante el dinero la persona humana no tiene valor alguno (St. 5,5-6).

Dios unifica a los hombres en el amor (St. 2,8). El dinero siembra la separación y crea distancias (St. 2,3-4). Dios nos invita a que hagamos posible constantemente a la solidaridad. (Is. 58,7). El dinero solo piensa en sí mismo, en acaparar sin importarle para nada el hermano más necesitado (Is. 5,8).

Dios pone la grandeza de la persona humana en la sencillez y el servicio a los demás (Mc. 9,35). El dinero cree que todo lo puede comprar , aún al mismísimo Dios. (Ecle. 10,19). Dios nos ofrece su palabra como camino que nos conduce a la verdadera vida (Jn. 8,51). El dinero ahoga la Palabra de Dios (Mt. 13,22).

Dios nos anima a construir su reinado haciéndonos personas nuevas, capaces de construir una sociedad más humana (Mt. 6,33). El dinero reduce nuestra ilusión a solo comer, beber y tener cada día más sin importarle los que nada tienen para poder subsistir (Lc. 12,34). Dios y dinero, pues, van por líneas paralelas que nunca se encuentran.

Las “metas” de uno y otro son totalmente distintas. Por eso nos dice Jesús que “no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero” (Mt. 6,24). El dinero, es verdad, es necesario; pero nunca debe rivalizar con Dios. No estimes el dinero ni en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo.

Es difícil, en medio de este mundo materialista en el que vivimos, entender el mensaje de Jesús. Hoy parece que lo único que nos importa es tener; lo demás nada vale. Como dice el refrán: “Tanto tienes, tanto vales”. Ni Dios ni los hombres ni la familia ni la moral valen nada ante el dinero que se nos presenta como si fuera el único Dios.

El dinero fácilmente pretende convertirse en Dios absoluto. De hecho, así es como constantemente aparece en nuestro mundo de ayer y de hoy. Es evidente que, para muchas personas, el dinero merece más interés, más consideración y más respeto, real y efectivo, que Dios mismo… El dinero está ganando la batalla a Dios. El dinero es celoso y no quiere sombras a su lado que le opaquen. El dinero exige su culto y la verdad es que se lo damos.

Es verdad que el dinero lo necesitamos para alimentarnos, vestirnos, tener una vivienda y una adecuada educación, para solucionar muchos de nuestros problemas, para prever un poco nuestro futuro incierto… Sin embargo, el dinero solo es un medio, nunca un fin.

El dinero vale en tanto que nos ayuda a vivir y a mejorar cada día más la calidad de vida. Pero, cuando el dinero se convierte en el fin de nuestra vida, nos convierte en avaros, nos corrompe y esclaviza.

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