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manipulación en Nicaragua, pareja presidencial, Nicaragua
Fco. Javier Sancho Mas

Esa mujer negra

Esta semana escuché en un debate de mujeres feministas a una activista iraquí pedir algo muy sencillo: traducciones. Traducir todos los libros posibles que pudieran llegar a manos de las mujeres iraquíes para remprender el camino desandado todo este tiempo de invasiones, extremismos y conflictos pseudorreligiosos.

Es extraño el modo en que la religión, cuando se vuelve extrema o primitiva, fija en la mujer el origen de la culpa y se ensaña contra ella. Esa especie de locura que hace poco vimos en la Costa Caribe contra Vilma, la mujer a la que quemaron, o la que se puede leer en las prácticas semíticas descritas en el Antiguo Testamento o en las del Islam más radical. Está claro que no estamos aún lejos de las cavernas. Y todo ello se origina en la imaginación que luego se convierte en un concepto: el mundo ordenado por un ser divino macho.

En ese mundo, la mujer se aborda con una especie de fascinación y otra de miedo. Al no saber cómo lidiar con ambas emociones, el hombre recurre puerilmente a la violencia y la justifica de cualquier manera, hasta imaginando que un ser divino macho se lo pide. La imaginación busca formas de responder a lo desconocido, de darle sentido. Pero en este caso, se utiliza como justificación del miedo, no para vencerlo.

La mujer iraquí pedía libros traducidos. En cualquier formato, digital o de papel. Libros para pensar y para liberar. Cuánto deben los pueblos de América a los libros que venían traducidos desde Francia a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Esa mujer iraquí, seguramente, se refería a libros que hablen de los derechos y la lucha de las mujeres en todo el mundo. Pero me pareció un llamado antiguo y hermoso. Y de nuevo recordé que traducir libros como la Biblia, por ejemplo, no ha muchos siglos estuvo prohibido. Traducir El Cantar de los Cantares a la lengua de la tierra del traductor causó muchos disgustos a más de uno.

En la conformación de ciertas doctrinas, a veces se esconde el vicio siniestro de explicar a lo divino los fracasos humanos. De qué otro modo si no podemos explicarnos que en las escrituras de las dos grandes religiones del mundo encontramos una visión de la humanidad en la que hay un dominador, protagonista y hacedor, y bajo él otra especie de sirvientes y secundarios, a los que de vez en cuando se recuerda que hay que respetar.

Se suele decir que no existe la igualdad. No puede existir porque no nacimos iguales ni vivimos en las mismas condiciones. Eso ya ocurre entre los seres de una misma especie y de un mismo sexo. Pero eso no tiene nada que ver con los derechos ni con los roles sociales repartidos entre hombres y mujeres.

Como dice un amigo, verás qué susto se va a llevar más de uno cuando descubra que Dios es mujer y de piel negra. A lo mejor, muchos necesitan eso, adorar a un Dios en femenino.

Lo que necesitamos sin duda es traducirnos mejor. Y sobre todo mejores modos de leer la religión, no atadas al rito y a los viejos usos y costumbres surgidos de la imaginación.

No podemos endiosar a los primeros traductores. No podemos quedarnos en la letra fija. Y por supuesto no podemos pretender haber encontrado a Dios. ¿No era la nuestra una historia de búsqueda? No nos detengamos. No dejemos que nuestras iglesias se queden en el tiempo de algunas sectas de desesperados y aprovechados como las que en la Costa mandaron a quemar a una mujer. Hace daño a los que buscan y a los que esperan. Y la Señora negra que nos observa debe estar tapándose los ojos.

El autor es periodista.
[email protected] @sancho_mas

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