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Crítica de cine: La Bella y La Bestia

¿Le llama la atención la nueva película de La Bella y La Bestia? Nuestro crítico de cine, Juan Carlos Ampié, nos da su veredicto de qué tal está.

Han pasado 26 años desde que la versión animada de “La Bella y la Bestia” (Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991) se convirtiera en un parteaguas para los estudios Disney. Fue el primer largometraje de dibujos animados que recibiera una nominación a Mejor Película, en la época en la cual no existía una categoría especializada para este género. A pesar de los cálidos recuerdos, nadie estaba pidiendo una versión con actores de carne y hueso.

Un príncipe perverso (Dan Stevens) es castigado por una hechicera, quien lo convierte en una terrible bestia. Solo el amor verdadero puede devolverle forma humana a él y a todos los desafortunados sirvientes que le rodean, transformados en objetos caseros. Los que acaparan más protagonismo son el mayordomo Cogsworth (Ian McKellen), el mozo Lumiere (Ewan McGregor), la cocinera Mrs. Potts (Emma Thompson) y su hijo Chip (Nathan Mack). Pero existe un plazo fatal. Junto con el encantamiento, la hechicera le ha regalado a la bestia una rosa mágica que se marchita gradualmente. Cuando el último pétalo caiga, el embrujo será permanente. No tenemos idea de cómo traducir eso en el calendario gregoriano, pero deducimos que el tiempo apremia. La misión recaerá en Bella (Emma Watson), vista de menos en su pueblo por sus intereses intelectuales. Su alta calidad moral queda en evidencia cuando desdeña los avances de Gastón (Luke Adams), un vanidoso galán. Bella guarda toda su devoción para su padre, el relojero Maurice (Kevin Kline). Por eso, decide tomar su lugar en el calabozo de la bestia cuando esta lo apresa. Lo demás es historia.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine.
Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LAPRENSA/ OSCAR NAVARRETE

No he revisado la versión animada desde su estreno. La sensación de estar viendo la misma película otra vez es engañosa. Esta nueva versión dura dos horas nueve minutos; versus una hora y 24 minutos en la antecesora. Esos 45 minutos de más se llenan con algunas canciones nuevas, escenas dramáticas que pretenden enriquecer las relaciones entre los personajes y flashbacks que apuntan a darle sustancia a los arquetipos. El director Bill Condon mantiene la trama en movimiento, pero no puede infundir una razón de ser en la película. Los mejores momentos —como el número musical “Be Our Guest”— parecen virtuales recreaciones de escenas de la película anterior. La única diferencia es que han cambiado la animación de hace un cuarto de siglo por una versión digital contemporánea, más vistosa y fotorrealista. Los objetos antropomórficos se roban el show (al menos en la versión con audio original en inglés).

La relación entre Bella y Bestia tiene la dinámica de los amantes predestinados. A pesar de sus buenos esfuerzos, Stone y Stevens no pueden prevenir que se conviertan en los personajes menos interesantes de la historia. Hay más vitalidad en el amor paternal que proyecta Kevin Kline. Y Luke Evans, mejor conocido como estrella de acción, da la mejor actuación de toda la película como el vanidoso Gastón.

Una controversia mediática era lo mejor que podía pasarle a un producto genérico como este. Y eso fue lo que Disney cocinó al incluir en el corte original un fugaz beso entre hombres. LeFou (Josh Gad), el mejor amigo de Gastón, asume su naturaleza en el baile final. La idea estaba implícita en la versión animada, pero ahora se hace manifiesta, al tenor de la tolerancia que existe en la sociedad moderna. Al menos en Estados Unidos. El momento brilla por su ausencia en la versión proyectada en Nicaragua. Los homofóbicos pueden ir al cine tranquilos. Disney no opera por principio, sino que por lucro.

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