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Retrato del poeta Rubén Darío, pintura al óleo de Julio Martínez. LA PRENSA/A.AGÜERO

Rubén Darío y España

La influencia de Rubén Darío sobre las letras españolas inicia desde su primer viaje a España con el poema Pórtico

En su autobiografía el poeta Rubén Darío nos cuenta cómo surgió la oportunidad de su segundo viaje a España, país que ya había visitado en 1892 en su calidad de secretario de la delegación de Nicaragua a las fiestas del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América: “Fui como queda dicho, cierto día, a la redacción del diario.
Acababa de pasar la terrible guerra de España con los Estados Unidos.  Conversando, Julio Piquet me informó de que La Nación deseaba enviar un redactor a España, para que escribiese sobre la situación en que había quedado la madre patria.

Estamos pensando en quién puede ir” —me dijo.  Le contesté inmediatamente: “¡Yo!” —fuimos juntos a hablar con el señor Vedia y con el director.  Se arregló todo enseguida.  “¿Cuándo quiere usted partir? —me dijo el administrador.  “¿Cuándo sale el primer vapor?”  “Pasado mañana”. “¡Pues me embarcaré pasado mañana! Dos días después iba yo navegando con rumbo a Europa.  Era el 3 de diciembre de 1898”.

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Fue durante este viaje que Darío estrechó sus relaciones literarias con los jóvenes escritores que más tarde serían reconocidos como la Generación del 98.  Cabe, sin embargo advertir que, por ese entonces, nadie hablaba de la Generación del 98, expresión que comenzó a utilizarse hasta 15 años después, a raíz de los cuatro artículos de Azorín sobre La Generación del 98 publicados en el ABC de Madrid.

Su primer viaje a España

Si bien la influencia de Rubén sobre las letras españolas podríamos decir que se inicia desde su primer viaje a España con el poema Pórtico, que escribió para que sirviera de prólogo al poemario  En Tropel de su amigo Salvador Rueda, fue en este su segundo viaje cuando su influencia se hizo sentir de una manera definitiva. Para entonces, Rubén ya ha publicado Azul…  Los Raros y Prosas  Profanas.

Su condición de jefe del Movimiento Modernista hispanoamericano nadie la discute.  Es con estas credenciales que desembarca en Barcelona el 22 de diciembre de 1898.  El primero de enero de 1899 ya está en Madrid, dispuesto a reflejar en sus tres crónicas mensuales para La Nación de Buenos Aires la situación de la España del 98, en todos sus aspectos.

En el volumen que en ocasión del centenario dariano (1967) Ernesto Mejía Sánchez compiló bajo el título Estudios sobre Rubén Darío, aparece el ensayo del crítico norteamericano Charles D. Watland sobre Los primeros encuentros entre Darío y los hombres del 98.  En él nos refiere Watland que a la llegada de Darío a Madrid ya había surgido, como algo nuevo, el grupo de Los tres, integrado por Pío Baroja, Azorín y Ramiro de Maeztu, dispuestos a “iniciar una acción social” confiando en que “España va a regenerarse y ha de comenzar una vida nueva”.

Parece que al primero que Rubén conoció fue a don Jacinto Benavente, la misma noche del 31 de diciembre de 1898, en el Café Lion d’Or, pues ya lo menciona (“este amable cosmopolita Benavente”) en su correspondencia para La Nación del 4 de enero de 1899.

Darío percibió, al momento de su llegada, la tragedia que vivía España. En su primera crónica enviada desde Madrid, la misma en que menciona a Benavente, Darío describe la deplorable situación en que se encuentra sumido el país.  Pero también le sorprende, y le irrita profundamente, la general indiferencia, ante el descalabro, en los más altos niveles del gobierno y en el pueblo común y corriente. Rubén escribe:  “Ellos son los que han encanijado al León simbólico de antes; ellos los que han influido en el estado de indigencia moral en que el espíritu público se encuentra”.

Tratado de París

Más que la derrota militar, lo que indigna a Rubén es el humillante Tratado de París.  Es interesante, sin embargo observar, cómo lo señala Watland, que en esta primera correspondencia Darío alude, utilizando casi las mismas palabras, a algunas de las ideas expuestas por Los tres en su Proclama de 1897, lo que significaría que Rubén la leyó y simpatizó con ellas.  En efecto, Rubén dice en su crónica: “Hay felizmente quien en oportunidad ha combatido el plan de los dómines agrícolas y señalado un proyecto en que quedarían bien organizadas las escuelas para capataces, peritos agrícolas e ingenieros agrónomos, estudios prácticos, de utilidad y aplicación inmediata, sin borla ni capelo salamanquino”.

Duras eran las críticas de Rubén. Por eso, siente la necesidad de dejar testimonio de su amor por la madre patria:  “Antes de concluir estas líneas debo declarar que no creo sea yo sospechoso de falto de afectos a España. He probado mis simpatías, de manera que no admite el caso discusión. Pero, por lo mismo, no he de engañar a los españoles de América y a todos los que me lean”.

Vemos así que desde un primer momento Darío se identificó con la posición de los jóvenes escritores españoles, más tarde conocidos como Generación del 98, hasta el punto que, como vimos antes, Azorín incluyó a Rubén en su lista de integrantes de la generación.  Poco  a poco los fue conociendo a todos (Baroja, Azorín, Unamuno y Maeztu), cultivó su amistad y se dio un aprecio recíproco, con altibajos en algunos casos, como sucedió con Miguel de Unamuno.  Descubre a los hermanos Machado, a Valle Inclán, a Juan Ramón Jiménez, entonces casi un adolescente, a Villaespesa, etc.

Darío sintió como propia la desgracia española de 1898, pero siempre confió en las potencias espirituales de la madre patria.  Antes de su viaje, a principios de 1898, en su célebre soneto España, que según Torres Bodet  sería “estímulo y símbolo” para la Generación del 98, Rubén había cantado:

“Dejad que siga y bogue la galera
bajo la tempestad, sobre la ola:
va con rumbo a una Atlántida española,
en donde el porvenir calla y espera…
…“que la raza esté en  pie y el brazo listo,
que va en el barco el capitán Cervantes
y arriba flota el pabellón de Cristo”.

“Cuando Darío, se presenta en España, escribe Watland en el ensayo antes citado, la gente pensante vive momentos de desilusión por la derrota reciente y descontento con el estado del país. Los nuevos intelectuales comienzan a buscar las causas del decaimiento de España; sienten una urgente necesidad de profundos cambios.  En este ambiente, que hierve de emociones fuertes que todavía no se cristalizan, la llegada del más célebre de los escritores de la América española tiene una importancia especial.  Cuando los españoles están anhelando la renovación de todo, llega Darío con su moderno estilo fresco, vital, desbordante de bellezas antes insospechadas en la vieja lengua de Castilla”.

La Generación del 98 y el Modernismo son dos movimientos literarios estrechamente vinculados.  Sin embargo, la relación entre ambos ha sido objeto de una prolongada discusión.
Pedro Salinas sostiene que si bien ambos movimientos nacen de una misma actitud: la insatisfacción con el estado de la literatura en aquella época y la tendencia a rebelarse contra las estéticas imperantes, hay una diferencia de propósitos y tono. El Modernismo hispanoamericano, dice, buscaba la transformación del lenguaje poético y de su arsenal expresivo.  El propósito de la Generación del 98 no era simplemente esteticista, sino más general:  “Aspiraba a conmover hasta sus cimientos la conciencia nacional, llegando hasta las mismas raíces de la vida espiritual”, en busca de “la verdad de España”.

Las afirmaciones de Pedro Salinas podrían ser válidas si Darío no hubiera publicado sus Cantos de Vida y Esperanza.  El error de Salinas está en limitar el aporte modernista de Darío a Prosas Profanas.  Es indudable que el Modernismo triunfó en España, gracias principalmente a la obra y la animación de Rubén Darío.  Grandes figuras del  98 reconocieron, como Machado, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez y otros, la influencia y el magisterio dariano.

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Cultura Rubén Darío archivo

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