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Ciudad de Dios
Gonzalo Cardenal M.

El joven aburrido

Mi reflexión de este sábado nos lleva a una segunda característica del niño y del joven de hoy, y que es una variante de la confusión entre la fantasía y la realidad: la fantasía es que el niño piensa que está siendo protagonista de un mundo de aventuras como nadie vivió. La realidad es que el joven ha dejado de ser protagonista de nada, para convertirse en un simple expectador.

Y al convertirse en espectador va perdiendo la capacidad de divertirse. Necesita que alguien lo divierta. El que antes cantaba hoy solo oye cantar. El que antes tocada un instrumento hoy solo lo oye tocar. El que antes se iba de excursión a la montaña o de pesca o de cacería, el que corría peligros reales en lugares extraños hoy solo contempla a otros haciéndolo mientras se imagina que es él quien vive aquella realidad.

Incluso el que con un poco de imaginación vivía aventuras fantásticas en su mente, hoy prefiere apretar un botón para contemplar las fantasías que otro inventó.

En una película un chavalo que no hace otra cosa ni sabe otra cosa que jugar con sus videojuegos es convertido en un héroe intergaláctico que salva a la humanidad. En Karate Kid un niño casi tuberculoso se convierte en campeón de karate en cinco fáciles lecciones. En todas ellas el estudioso no sirve para nada y el vago termina siempre robándose el show.

Al convertir al niño en un espectador surge entonces en la historia un ejemplar totalmente nuevo, que es el Niño Aburrido. El niño que exige que alguien lo divierta porque es incapaz de divertirse por sí solo. Antes nos bastaba un palo donde encaramarnos, un cerro que subir, un guindo arenoso donde resbalarnos en una caja de cartón, un cajón y cuatro ruedas de patín para construir un carro, tres palitos y un pedazo de papel para encumbrar una lechuza, una hulera, un par de guantes, un trompo y una manila, dos bolitas de vidrio, o simplemente dos pies para jugar arriba. El niño de hoy se aburre porque no tiene quien lo divierta.

Pero también se aburre por algo más grave todavía: y es porque esas cosas ya no logran divertirlo, aun cuando las viviera porque la realidad y la vida no pueden competir con la fantasía del mundo irreal. Con la televisión, el cine, la discoteca.

El mundo real, el de la vida diaria, el del paisaje, el de la ciudad, el de la casa, no es un mundo de sensaciones fuertes. No tienen música de fondo. Ni la brillantez de las luces de una discoteca ni los colores de una película ni el estruendo de un concierto de rock. Un muchacho se pone los audífonos en la cabeza y se sumerge en un mundo de ritmo y melodía. Se quita los audífonos o termina la película y regresa a un mundo gris. Sin colores brillantes ni música de fondo.

Es su mundo real; el único que de veras existe, el único en el que podrá vivir como adulto, pero para él es gris y aburrido. El único mundo para el hombre adulto, es para él gris y aburrido.

Quizás a los jóvenes que me están leyendo les parezca que exagero. Posiblemente la explicación es que ellos todavía tienen algún contacto con la realidad. El joven norteamericano pasa sesenta horas a la semana viendo televisión o sometido a la influencia de diversos aparatos electrónicos que excitan sus sensaciones o su cerebro que no encuentra en la vida real.

EL AUTOR ES MIEMBRO DEL CONSEJO DE COORDINADORES DE LA CIUDAD DE DIOS.
[email protected]

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