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La guerra tiene “rostro masculino”, dice la socióloga Mónica Zalaquett, al igual que los homicidios, las cárceles, los suicidios y otras manifestaciones de la violencia. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

La guerra tiene “rostro masculino”, dice la socióloga Mónica Zalaquett, al igual que los homicidios, las cárceles, los suicidios y otras manifestaciones de la violencia. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

Traumas de guerra

Además de los muertos, heridos y daños económicos, las guerras dejan traumas en la sociedad. Expertos en violencia analizan la huella de la guerra en las mentes de los nicaragüenses.

La guerra civil entre los Contra y los sandinistas en los años ochenta dejó una secuela dolorosa en Nicaragua: “Familias divididas, familias enfrentadas, comunidades destrozadas, huérfanos, gente mutilada”, explica la especialista en temas de Violencia, Mónica Zalaquett.

Sin embargo, la especialista considera que la guerra de los ochenta ya tiene más de 20 años que ocurrió y hay en el país una nueva generación, por lo que la situación actual de la violencia en Nicaragua tiene diversos orígenes. “Los traumas (en los nicaragüenses) no vienen solo de la guerra”, dice Zalaquett.

Un ejemplo que analiza es el del hombre que en diciembre pasado decapitó de un machetazo a un joven en una comunidad de Wiwilí, en Jinotega. Luego se supo que el victimario, a la edad de 17 años, había sido obligado a cumplir el Servicio Militar Patriótico (SMP) y cuando regresó a su casa comenzó a mostrar problemas mentales, según contó su madre.

Zalaquett dice que probablemente el hombre tenga traumas de la guerra, pero tampoco se le ha preguntado cómo fue su infancia o si ha vivido otros episodios de violencia.

Además, Zalaquett indica que los mismos jóvenes que fueron enviados al SMP —algunos de ellos le contaron cuando ella fue periodista en los años ochenta—, se habían ido a la guerra huyendo de los cuadros de violencia que había en sus hogares. “Hay guerra, vayámonos a combatir”, se decían, según la experta.

DE “HÉROES” A “FRACASADOS”

Tras finalizar la guerra de los ochenta, muchos jóvenes se encontraron sin estudios y sin empleo, explica la antropóloga Fernanda Soto. Foto: Cortesía: Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa
Tras finalizar la guerra de los ochenta, muchos jóvenes se encontraron sin estudios y sin empleo, explica la antropóloga Fernanda Soto. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

La antropóloga Fernanda Soto señala que lo que se vio en la guerra de los años ochenta fue un enfrentamiento entre los pobres del campo contra los pobres de la ciudad. Si la guerra en contra de Somoza se vivió principalmente en las áreas urbanas, la guerra de los ochenta se escenificó especialmente en el campo, aunque muchos batallones “estaban integrados por jóvenes urbanos y se sintió la tensión (de la guerra) en las ciudades”, explica Soto.

Según Soto, “las repercusiones (de esa guerra) han sido grandes”. Primero porque el proceso de pacificación después de los ochenta “no siempre fue tan pacífico” y hubo gran migración interna en el país debido a que la población tenía temores por posibles “pasadas de cuentas”.

Hubo una gran parte de campesinos que por haberse ido muy jóvenes a la guerra no habían aprendido a trabajar la tierra y cuando llegó la paz “no sabían del machete, sino de la guerra”.

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La especialista en temas de Violencia, Mónica Zalaquett, dice que después de la guerra muchos campesinos “no querían dejar las armas y volver a ser campesinos”. Por tal razón hubo formación de bandas que salían a asaltar. “Estaban acostumbrados a pelear y ya les costaba cultivar la tierra”, dice.

En la otra acera, los jóvenes de la ciudad que habían cumplido el SMP se encontraron con que no habían finalizado sus estudios, en condiciones muy complejas económicamente, ante pocas oportunidades bajo un nuevo contexto político y con mucha violencia en las espaldas, indica Fernanda Soto.

“Cómo rehacer sus vidas en ese contexto debe haber sido algo sumamente complejo para muchos. Este es un tema que considero aún tenemos pendiente de entender. Esto tiene que ver con expectativas frustradas, con verse como fracasados después de haber sido considerados heroicos”, indica Soto.

“NO HUBO UN DIÁLOGO”

La socióloga Mónica Zalaquett dice que fue la guerra de los ochenta la que la impulsó a trabajar hoy en favor de la no violencia. Foto: La Prensa
La socióloga Mónica Zalaquett dice que fue la guerra de los ochenta la que la impulsó a trabajar hoy en favor de la no violencia. Foto: La Prensa.

Mónica Zalaquett indica que la mejor enseñanza que dejó la guerra para los nicaragüenses es que “ninguna guerra resuelve los problemas” y “no debe repetirse nunca más”, porque “no trae ningún beneficio” y más bien “solo destruyen”.

“Los campesinos del otro bando (los Contra) también tenían razón en muchas cosas. Antes de irnos a una guerra hay que escucharnos unos a otros, para no tomar las armas ni la violencia. Una serie de políticas de la revolución los campesinos las veían como amenazas y todo ese contexto fue utilizado políticamente por Estados Unidos”, explica Zalaquett, quien considera que todo lo que pasó debería de servir para que siempre se abran espacios de diálogo entre los nicaragüenses.

EL DRAMA DE LOS TRAUMAS

Aunque muchas personas terminaron con traumas en Nicaragua, algunas personas sí recibieron atención y muchas otras no, especialmente las que viven en el campo, debido a la falta de acceso a la salud que existe en esas zonas del país.

Zalaquett señala que ella ha visto a policías y soldados del Ejército llorar como niños cuando recuerdan los hechos violentos que vivieron en la guerra de los ochenta. Sin embargo, asegura que los traumas no solo vienen de la guerra, sino también de vivir en hogares violentos y por la cultura machista que existe en la sociedad nicaragüense, donde si no se es violento, no se es hombre, lo cual también se reforzaba en los campos de batalla. “Tenés que morir como hombre”, se le decía a los combatientes.

“Las guerras no tienen una explicación simplista, no puedo decir que lo que pasa hoy en día tiene que ver con la guerra. Lo que hay que cambiar es esa cultura machista que hoy en día está causando femicidios, accidentes de tránsito y otros tipos de violencia”, indica Zalaquett.

La Fuerza Aérea Sandinista estuvo integrada también por jóvenes del SMP. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

 

LAS MARAS

El fenómeno de las maras que se vive en otros países de Centroamérica y no en Nicaragua, tal vez podría tener una explicación en lo que ocurrió en los años ochenta en el país.
La antropóloga Fernanda Soto señala que uno de los elementos que “detuvo” el desarrollo de maras en Nicaragua fue la organización barrial. “En los ochenta se hizo un trabajo fuerte organizativo a nivel de barrios: comenzando con la vigilancia revolucionaria, pero siguiendo con otro montón de actividades, como las campañas de vacunación, por ejemplo, las jornadas rojinegras, entre otras. En los noventa esa organización ayudó mucho. Se consolidó una especie de red que, con certeza, en países como Honduras, El Salvador y Guatemala no existió”, dice Soto.
Soto agrega que por otra parte la Policía y el Ejército que había en Nicaragua en ese tiempo no tenían la misma historia de la de los demás países centroamericanos, de corrupción, violencia y racismo.
Zalaquett concluye que tanto la guerra como otras formas de violencia casi siempre tienen rostro masculino. Cita, por ejemplo, que las cárceles están más llenas de hombres que de mujeres, que a nivel mundial el 85 por ciento de la violencia es ejercida por hombres y 9 de cada 10 asesinatos son cometidos por hombres. Y que más que por la guerra, la violencia está asociada a la ausencia paterna. “La guerra no debe repetirse y lo que hay que cambiar es la cultura machista”, dice.

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