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Un Cachorro del Servicio Militar durante la guerra de los años ochenta. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

Un Cachorro del Servicio Militar durante la guerra de los años ochenta. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

Servicio Militar, matar para no morir

Sus recuerdos son espeluznantes. La guerra marcó para siempre a estas personas. Cachorros y jefes, protagonistas de la guerra fratricida que acabó con la vida de decenas de miles de nicaragüenses, cuentan lo que vieron en las montañas. Y lo que hicieron.

Iba como muerto. Catorce cadáveres y con él 15. El helicóptero soviético los llevaba a una base sandinista cerca del lago de Apanás, en el frío norte de Nicaragua. Nomás llegar, unos militares comenzaron a sacar los cuerpos. Las cajas de madera ya listas para ser el próximo correo de sus familias. Un médico herido que también venía en la nave, sin embargo, reparó en algo extraño en uno los Cachorros caídos. De su boca salía un brillante líquido. Sanguaza. “¡Este maje está vivo!”, exclamó. En Apanás lo apartaron y le dieron atención. Si su cuerpo no vomitaba en ese preciso instante, a Reynaldo Esquivel lo hubieran enterrado vivo. “A mí me pasó lo de Cristo”, dice treinta años más tarde. “Yo resucité al séptimo día”.

Esquivel perdió el ojo derecho. Un charnel de granada lanzada por la contrarrevolución se le incrustó en el cráneo, a milímetros del cerebro, y se lo sacaron por la cuenca ocular.

Uno que fue su compa por aquellos años, Alberto Bracamontes, tuvo mejor fortuna en cuanto a heridas. Salió ileso de los dos años y seis meses que pasó en la guerra. Los dos dedos del pie que acaban de amputarle es por una diabetes que apenas logra tratarse y que lo mantiene en silla de ruedas. Nada tuvo que ver el Servicio Militar Patriótico (SMP). En el tiempo que estuvo enmontañado, revela, le dio “riata” a la contra.

“Pero lo que más arrecha es que fuimos olvidados”, dice Bracamontes después de contar cómo dominaba la ametralladora PKM en la Sexta Región del país. “Fuimos olvidados por el famoso comandante Daniel Ortega. Y eso te hierve la sangre, porque no solo yo hoy estoy necesitando, habemos miles hechos mierda. Miles padeciendo de enfermedades. Y usted sabe, ¡volar así a la huesera a alguien que te sirvió cuando más lo necesitabas! Eso es ser un malagradecido. Aun con un perro… Ni a un perro le haría eso yo”.

Ellos dos fueron Cachorros de Sandino. Jóvenes enviados a la guerra civil. “Cachorritos”, los llamaba José Ramón Berríos, antiguo jefe de uno de los batallones de lucha irregular (BLI) del Ejército Popular Sandinista (EPS). Él no piensa igual que Bracamontes acerca de Ortega —presidente de Nicaragua por aquel entonces y actual mandatario del país—. En su familia fueron “siempre revolucionarios” y su camino a las armas arrancó en 1979 para la insurrección sandinista. “Nuestra lucha era por no perder la patria. Nosotros estábamos claros de lo que quería hacer el imperialismo”, explica.

De 1979 a 1990 Nicaragua vivió quizás el conflicto bélico más devastador de su historia. Una guerra civil fratricida entre los hijos de la revolución, el Frente Sandinista —que derrocó la dictadura dinástica de los Somoza en julio de 1979—, y la contrarrevolución, en total desacuerdo con el nuevo gobierno de izquierda y financiada por Estados Unidos.

Esta es una historia sin artificios. Son pinceladas de lo que pasó en las montañas de Nicaragua durante la guerra, trazadas por los sobrevivientes del hambre, el miedo y las balas.

Reynaldo Esquivel perdió su ojo derecho por una granada que le lanzó la contra. Posa para la fotografía en su casa en Esquipulas, Masaya. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.
Reynaldo Esquivel perdió su ojo derecho por una granada que le lanzó la contra. Posa para la fotografía en su casa en Esquipulas, Masaya. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.

30,000 fallecidos es el mejor estimado de muertes militares de ambos bandos durante la guerra de los años ochenta, según el documento Battle Deaths Dataset, 1946-2008, Versión 3.0, del Instituto de Búsqueda para la Paz de Oslo, Noruega.


LOS “VOLUNTARIOS”

“CITACIÓN OFICIAL. Compañero: Por la presente le comunicamos que Ud. ha sido seleccionado para ingresar en las Fuerzas Armadas Sandinistas, a fin de cumplir su término de Servicio Militar Activo, dispuesto en el artículo 9 de la Ley del Servicio Militar Patriótico; por lo que a partir de este momento comienzan sus obligaciones para con las Fuerzas Armadas Sandinistas”.

Esa carta hizo que más de uno se desmayara. Según la Ley podían ser llamados a cumplir el SMP todos aquellos nicaragüenses a partir del primer día del año en que cumplían 18 hasta el último día del año en que cumplían 25. Pero no todos pudieron asimilar su destino con una misiva. Alberto Bracamontes, por ejemplo, se fue a cumplir sus 16 años en el monte. Se fue “voluntario”, en marzo de 1986.

“Podemos decir la palabra voluntario, pero siempre iba exigido. Porque uno no podía andar en una fiesta, uno no podía salir, porque siempre andaba un dedo que lo quería señalar a uno: ‘Ya vas grande, ya vas grande, ya vas grande. Ya pronto te vamos a agarrar’. Y uno se quedaba con ese temor. Estaban los famosos CDS (Comités de Defensa Sandinista). Estaba Prevención (una fuerza de la Policía Sandinista), que no fallaba”.

Bracamontes en su casa en San Juan de Oriente, Masaya. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.
Bracamontes en su casa en San Juan de Oriente, Masaya. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.

Y no falló con Reynaldo Esquivel. A él lo sacaron de un bus camino a Ticuantepe. Un bus normal, de civiles. La Policía bajó a los más jóvenes en el mismo año, en el 86, y los llevó a La Amistad, en Carazo, donde el Ejército reconcentraba a cientos de muchachos antes de enviarlos a una escuela de entrenamiento militar. A Esquivel lo enviaron a Puerto Cabezas, pero en su mente no cabía el porqué iba a alinearse a una lucha que para él era ajena a la tranquilidad de su Esquipulas, en Masaya, donde vivía de niño y donde sigue morando hoy.

“Nosotros sabíamos que había una guerra, pero yo desconocía para qué iba a ir ahí. En la escuela nos ponían a Carlos Fonseca, a Sandino y a todos los dioses de ellos, pero éramos unos niños. No sabíamos qué pasaba”, recuerda Esquivel.

Lea también – Humberto Ortega: “El SMP fue vital para la defensa”

En Puerto Cabezas desertó. Se coló en un avión que iba para Managua con unos amigos, se bajó en el aeropuerto y regresó sin prisa a Esquipulas, pero al rato lo volvieron a agarrar, se lo llevaron a La Amistad y lo enviaron a la base Apanás, de donde también logró zafarse. El proceso se repitió una tercera y última vez; a los días lo detuvieron en una fiesta en Masaya y no hubo escapatoria: lo enviaron a la escuela de Mulukukú y lo ubicaron en el BLI Ramón Raudales, el “Rara”.

Cuando el gobierno sandinista no dio abasto con sus fuerzas para hacerle frente a la contrarrevolución, en 1983, diseñó la Ley del SMP. Básicamente, con los años, lo que la regla hizo fue abducir a una generación y curtirla en la consigna de “matar o morir”. Según cifras oficiales, unos 150 mil jóvenes fueron movilizados.

José Ramón Berríos en su casa, en Jinotega. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.
José Ramón Berríos en su casa, en Jinotega. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.

“Todo estaba politizado”, recuerda Bracamontes. Él vivía también en Masaya. En un pobladito llamado San Juan de Oriente, donde da la impresión que todos se dedican a lo mismo: las estatuillas de cerámica.
“Entrabas a las aulas de clase a cantar el himno del Frente y el de la alfabetización. Y siempre ese chagüite que te metían. Que la patria estaba en peligro, que la patria estaba en peligro… Prácticamente le venían lavando el cerebro a uno. Era algo que te estaban metiendo a diario”.

Para el capitán José Ramón Berríos, la cosa fue diferente. El primer ser humano que él mató fue en 1979, en la insurrección. En agosto de ese año, con el triunfo revolucionario ya consumado, lo escogieron para el primer grupo de chavalos que irían a entrenarse a Cuba para un curso de guerrillero de seis meses. “Después el compañero René Núñez nos ofreció integrarnos en un curso más largo”, rememora Berríos. “Ya fue un curso de un año de batallón y brigada. Nicaragua necesitaba reforzar el Ejército. Lógicamente no hay revolución sin contrarrevolución”.


Las “Cachorras”

Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.
Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

En los primeros años de formación del Ejército Popular Sandinista, según señala el libro Historia Militar de Nicaragua, del coronel Francisco Barbosa Miranda, muchas mujeres ingresaron como militares permanentes y temporales en los cargos y categorías de milicianas, reservistas, soldados, oficiales y hasta jefas.
“La participación de la mujer nicaragüense en la defensa militar fue muy importante”, enfatiza Barbosa en su obra. “Muchas jóvenes formaron los primeros contingentes de voluntarias que cumplieron el Servicio Militar Patriótico integrándose como artilleras, comunicadoras logísticas y médicas”.
Durante la guerra algunas mujeres ocuparon cargos de dirección y alcanzaron el grado de tenientes coroneles, entre ellas, Rosa Pasos, Adela Tapia, Marisol Castillo, Martha Turcios y Leana Benavides.


EL PAN DE CADA DÍA

Hay una pregunta que enmudece a Alberto Bracamontes: “¿Usted mató gente?”

“Quiiiéeen sabe…”, responde él, despacio, tras un instante de aparente sordera. “Eso solo Dios lo sabe”, murmura. Cuando se vive en San Juan de Oriente y el sustento económico es la elaboración de figuras de barro para la venta a distribuidores, hay cosas que es mejor no contar. “Hay gente que dice: ‘Ah, ese mae es asesino…’ Pero no saben”, afirma Bracamontes, de 48 años. Su familia era liberal y su mamá no vio con buenos ojos su partida al SMP. Por seguir a sus amigos, que ya se iban voluntarios, y por miedo a que lo tomaran mientras hacía un mandado, él solo se fue a meter a uno de los camiones del Ejército que reclutaban a niños-hombres.

“Mi mamá no quería. Me echó la bendición. Me dijo que me cuidara. Que no me juntara con gavillas. Usted sabe, los consejos de una madre”.

Lo enviaron a la escuela de Ocotal, al norte. El entrenamiento era de 45 días. Un mes y medio para aprender a matar. “Nosotros fuimos entrenados para matar, yo siempre lo he dicho. No fuimos entrenados para ir al culto o a la iglesia”.

Alberto Bracamontes usando radio en la guerra. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete.
Alberto Bracamontes usando radio en la guerra. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete.

Le dieron un calzoncillo azul que parecía de boxeador, un desodorante, una pasta de dientes, un cepillo, un par de botas, el uniforme, fajón, faja y cantimplora. Luego lo armaron: AK-47, municiones, bayoneta, pechera y dos granadas. En la pechera había un depósito que era como un tubito donde venían los accesorios para limpiar el AK. Bracamontes los sacó y metió una bala. El “tiro de gracia”, por si la contra lo agarraba. Varios hicieron lo mismo. Él se integró al BLI Santos López.

En el batallón “Rara”, Reynaldo Esquivel mató al primer contra casi por casualidad. Su compañía caminaba de Plan de Grama hacia Wamblán, en Jinotega, y él se adelantó un poco para buscar agua. Lo cuenta así:

“Y de repente me topo con un chavalo de la contra que viene distraído, con el AK plegable colgando, pegadita a él. ¡Pum! ¡Palalalalá! A la verga, pipe, porque si le tiraba solo a él, uno que viniera atrás se dejaba venir. Yo veo que el chavalo se queda así, ve (lo imita: ojos muy abiertos, parálisis corporal, moribundo pero erguido). Pero veo que con sus manos va buscando el fusil, entonces le dejo ir más. Yo sentía que se me hacían los pies así, ve (tiembla). No porque pensara que me iban a matar, pero ver la imagen, al pobrecito. La impresión que te da… Se te queda con los ojos palpitando. Tendría unos 25 años”.

Y continúa hablando. Es elocuente. Hace aspavientos con sus manos. En el porchecito de su casa, rodeada por naturaleza, reinan la tranquilidad y el silencio. Pero Esquivel, de 50 años, señala la loma, señala dónde estaba el enemigo. En su mente es como si recordara el día anterior.

Reynaldo (de sombrero), durante la guerra de los años ochenta. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete.
Reynaldo (de sombrero), durante la guerra de los años ochenta. Foto: Cortesía / La Prensa.

Cuenta que una vez él iba a la retaguardia con el jefe de compañía del BLI “Rara” por un pueblo donde habitaban familiares de miembros de la contra. Ellos aún no lo sabían y se instalaron a sus anchas en una casa a comer nacatamales de pollo. “Eran feos pero los sentimos riquísimos por el hambre”, narra Esquivel. El señor de la casa los atendió y les mintió cuando los Cachorros le preguntaron si habían visto pasar al enemigo. Cuando de repente les llega una comunicación por radio. “¡Nos emboscaron! Hay una cagada: ¡Tenemos 35 bajas!”, le gritaron al jefe. De inmediato se fueron con Esquivel al lugar y apenas divisaron a la contra, él la acribilló con su arma. Dice que entre él y su grupo mataron a 11.

“Yo no me siento con pecado, porque ellos nos mandaron a hacer cosas. No teníamos ninguna culpa. Entre los 11 venían dos gringos y unas mujeres”.

Después de un combate los soldados hacían una especie de anillo, se abría todo el mundo y los Cachorros involucrados eran los dueños del botín.

José Ramón Berríos fue el jefe del BLI Santos López. Tuvo entre 800 y 1,000 hombres bajo sus órdenes, y por dos años anduvo con su compañía batallando en la Sexta Región de Nicaragua (Jinotega y Matagalpa). “A los Cachorros no les gustaba caminar sin combatir. Cuando caminaban un día sin combate se desesperaban. El Cachorro estaba acostumbrado al combate y nosotros vinimos a la zona combativa”.

Berríos como jefe del BLI Santos López, en la guerra. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.
Berríos como jefe del BLI Santos López, en la guerra. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

Tenía 25 años cuando comenzó a liderar tropas en su mayoría compuestas por jóvenes entre los 16 y los 20. Ahora tiene 57 y vive en la ciudad de Jinotega. Él nació en Yalí, en el mismo fresco departamento. También él regresó a sus raíces luego de la guerra, aunque abandonó el Ejército en los noventa, ostentando un alto cargo. Habla de sus “Cachorritos”. Les guarda cariño. Su voz es suave y amable y su rostro de buena gente. Ya no es aquel jefe flaco de cabello oscuro que aparece estudiando mapas en las fotos de la época. Ahora, de cuando en cuando, se reúne con viejos compas y “la celebra con ellos”.

Bracamontes es más tímido. Su complexión sigue siendo algo delgada, pero la diabetes y la pobreza le tienen el semblante alicaído.

En la montaña, dice Bracamontes, no solo la muerte, sino la comida, fue también una experiencia difícil. “Eso era lo duro. Siempre comíamos frijoles duros. Era raro que un día comiéramos un arroz bien cocidito. Cocinábamos en esas cajas donde venían las municiones. El arroz siempre masoso, horrible. Solo chanchadas comíamos. Y ni nos enfermábamos. Hasta nos volvimos inmunes de eso. Lo único bueno que teníamos eran las sardinas. Nos daban raciones frías de la Unión Soviética. Eran más o menos”. Lo mejor de esas raciones, cuentan algunos excombatientes, eran las latas de sardinas.

La época lluviosa era la más difícil. Muchos Cachorros se veían obligados a llamar hogar a una Nicaragua que producía infecciones y hongos en los pies de los soldados. No fueron pocos los que enfermaron de lepra de montaña o leishmaniasis, o de malaria. Se veían forzados a comer carne podrida, medio embolsada, medio cocida y ni siquiera sentían su hedor, por la costumbre. Ingerían, entre muchas otras cosas, mazorcas crudas, culebras, monos, loras, agua de charcos. A veces comían junto a los cadáveres de sus amigos. Pero lo peor, coinciden, eran los combates nocturnos. Sobrevivir se traducía, la mayoría de veces, en no moverse. Disparar a ciegas implicaba el riesgo de matar a un compa o delatar la posición del escondite.


18,963 fallecidos entre 1980 y 1986 es la única cifra oficial conocida, por un informe de 1987 del gobierno sandinista que fue desclasificado por la Oficina de Contraespionaje de la extinta Seguridad del Estado (Stasi) de la República Democrática Alemana.


LAS GRANDES BATALLAS

La tónica de la guerra civil fue caminar y combatir. Dependiendo de la zona se caminaba mucho antes de apretar el gatillo. En el norte ocurría lo más bravo, pues los enemigos de los sandinistas concentraban sus fuerzas mayormente en Honduras, apoyados militar y estratégicamente por los Estados Unidos. Dice el capitán Berríos que en material de guerra la contra aventajaba al EPS en telecomunicaciones, pero que en armamento estaban parecido. Incluso el Ejército tenía mayor movilidad por los helicópteros conseguidos con el apoyo de la Unión Soviética.

Fue una guerra de baja intensidad. Combates rápidos, intercambios de balas de 30, 60 minutos, y a recoger a los muertos. “La contra siempre huía. Disparaba y salía huyendo”, dicen los Cachorros. El mismo Berríos alega que sus grupos siempre llevaron la ofensiva y que cuando tenía más bajas era por emboscadas en las que sus soldados caían por ingenuos, como cuando iban por un cúmulo de mochilas al pie de un árbol. No obstante, hubo dos grandes operaciones que destacaron: la Interarmas y el Danto 88.

Ambas tuvieron lugar en la misma zona: la orilla hondureña del río Coco. Una se llevó a cabo en 1987 y la otra en 1988.

El capitán José Ramón Berríos durante el Operativo Inter Armas, en 1987. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.
El capitán José Ramón Berríos durante el Operativo Inter Armas, en 1987. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

La Operación Interarmas a 60 Años de Dignidad, realizada entre abril y mayo del 87, tenía como objetivo “golpear a las fuerzas de la contrarrevolución en el borde fronterizo norte y así continuar profundizando su derrota estratégica”, según apunta el libro Historia Militar de Nicaragua, del coronel Francisco Barbosa Miranda. “La operación logró”, continúa Barbosa, “que en el marco de los Acuerdos de Esquipulas II se crearan unilateralmente sectores del territorio nacional como áreas de cese al fuego”. El autor anota que esto “demostró la fortaleza y capacidad del EPS”.

“Se desalojó al enemigo, se le hizo un gran número de bajas y se voló su pista aérea”, dice el capitán José Ramón Berríos, quien participó activamente en la misión. Él recuerda que estaban los BLI Rufo Marín, Santos López, Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor. “Tal vez unos 3,500, 4,000 Cachorros”.

En el Interarmas participó la artillería, la Fuerza Aérea y las tropas, pero el Danto 88 fue todavía más grande. El presidente Daniel Ortega anunció la Operación Danto el Día Internacional de la Mujer, el martes 8 de marzo de 1988. Cuando lo hizo, las tropas ya se encontraban en movimiento.

“En marzo de 1988 la contrarrevolución fue sorprendida con un golpe contundente organizado, planificado y ejecutado por el EPS, la campaña militar más grande realizada en el transcurso de la guerra, la Operación Danto 88, que causó más de mil bajas y la desarticulación de su Comando Estratégico principal y destrucción del complejo de campamentos en las riberas del río Coco-San Andrés de Bocay-Mukuwás”, relata el libro Historia Militar de Nicaragua.

Berríos, presente también en la gesta como jefe del BLI Santos López, se atreve inclusive a tildarlo así: “Fue una de las operaciones mejor planificadas y mejor dirigidas de la historia militar. Inclusive de América Latina. La Inteligencia estadounidense, si querés, fue burlada”.

El capitán Berríos estima que el Danto contó con la fuerza de hasta 6,000 soldados sandinistas (según el Centro de Historia Militar de Nicaragua, fueron aproximadamente 3,000). “Estaban los BLI Santos López, Juan Pablo Umanzor, Francisco Estrada, Simón Bolívar, Juan Gregorio Colindres, dos batallones permanentes, Fuerza Aérea y Marina de guerra. El 8 de marzo ya nos estábamos acercando a pie a la frontera, ya íbamos caminando. No nos comunicábamos por radio, todo era a viva voz. Atravesamos selvas inhóspitas. Llevamos a miskitos que eran los baqueanos y más bien ellos se perdían. Más al sur teníamos compañías que se comunicaban por radio haciéndose pasar por nosotros, para despistar”.

La Operación Danto 88 obligó a la administración del presidente estadounidense Ronald Reagan a tomar medidas de urgencia para evitar el colapso total de las fuerzas contrarrevolucionarias. Entre ellas, subraya el libro del coronel Barbosa, estuvo “el envío de 3,500 marines de la 82 División Aéreo-Transportada a territorio hondureño con el objetivo de presionar al Gobierno de Nicaragua y al EPS a cesar las operaciones fronterizas”.

Berríos dice que en su batallón solo murieron cuatro “Cachorritos” en ese operativo. Oficialmente, de acuerdo con un reportaje publicado por LA PRENSA en 2005, la cuenta de bajas fue de 36 hombres y 68 heridos de gravedad del EPS. Extraoficialmente se calcula que hasta 500 hombres del EPS perdieron la vida. Muchos de ellos por minas, mientras se acercaban al objetivo.

El 23 de marzo del 88 se celebraron los Acuerdos de Paz de Sapoá, donde los jefes del EPS y de la contra firmaron el inicio de la paz en Nicaragua.

Los helicópteros obtenidos gracias a al Unión Soviética potenciaron la movilidad del Ejército Popular Sandinista y de los Cachorros del Servicio Militar. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.
Los helicópteros obtenidos gracias a la Unión Soviética potenciaron la movilidad del Ejército Popular Sandinista y de los Cachorros del Servicio Militar para la guerra de los ochenta. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

17 mil millones de dólares fue el costo total de la guerra en concepto de destrucción de infraestructura y consecuencias para la economía de Nicaragua.


ADIÓS GUERRA

Reynaldo Esquivel casi muere en la guerra. Cuando ya era un Cachorro experimentado y líder de su pelotón tuvo un enfrentamiento en el que llevaban las de perder, en el departamento de Jinotega. Recuerda que a su BLI habían ingresado “chavalos de Managua que no sabían nada” y fueron emboscados.

“¡HIJUEPUTAS! ¡PALADINOS DE REAGAN!”, gritábamos nosotros. “¡PALADINOS DE DANIEL ORTEGA!”, nos respondían ellos. Y ¡bum, bum, bum, balán, balán, balán! Como que te dejaban ir semillas de balas, ráfagas”. Los efectos de sonido Esquivel los hace con su boca. Los gestos no cesan. El combate tampoco lo hacía.

“El que disparaba el RPG-7 me estaba llamando. ¡Siete! ¡Siete!, porque me decían Siete Estómagos. Tenía las vísceras por fuera y me tendía un radio. Yo le decía que no se iba a morir, pero qué va”.

Esquivel disparaba su PKM (ametralladora rusa Kalashnikov con cadencia de tiro de 650 balas por minuto), cuando de repente le tiraron algo. “¡Bum! Me logro quitar, pero siento como me echan un balde de agua, algo caliente, caliente… Yo sigo gritándole a los hijueputas, cuando en eso, loco, algo me levantó. Luego recuerdo que un compa me lleva a tuto y me pone en un guindo. Yo voy consciente pero voy pidiendo agua. Siento una sed terrible, como que me estoy ahogando. Y oía el parambam-bam-bam-bam, y de ahí, loco, pppsssss… Como que se cerró el cassette. No me acuerdo de nada, nada”. Luego le contaron que una granada lanzada por un M79 le explotó cerca y le enterró charneles en el cuerpo. Lo llevaron como cadáver a Apanás en helicóptero y de no ser porque su organismo comenzó a expulsar sangre en el momento oportuno, lo habrían enterrado.

Reynaldo Esquivel, ex Cachorro del BLI Ramón Raudales, posa junto a un uniforme de la contra que obtuvo durante la guerra. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.
Reynaldo Esquivel, ex Cachorro del BLI Ramón Raudales, posa junto a un uniforme de la contra que obtuvo durante la guerra. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.

Cuando despertó, siete días después de caer herido, estaba en una sala de atención en el Hospital Soviético de Chinandega. Pasaron los meses y decidieron sacarle un charnel metido en su cráneo por el ojo. Un procedimiento que conllevó inyecciones dolorosísimas, según recuerda Esquivel. “Yo quería gritar, por eso me amarraban. Cada vez que me inyectaban el dolor me desbarataba”. Las inyecciones duraron dos años.

Cuando regresó a casa, a finales 1989, tuvo deseos de pegarse un tiro. Solo le faltó el fusil. Le decía con frecuencia a su hermana que quería suicidarse, pero esos pensamientos los dejó atrás hace un tiempo. Sus hijos están grandes y él quiere verlos salir adelante.

Al capitán Berríos le metieron un balazo en el brazo en una emboscada, en Pantasma. Él andaba un lanzagranadas y cuando lo impactaron se le cayó. “¡Recogeme el brazo, que se me cayó!”, le gritó a un Cachorro que tenía al lado. Pero su brazo solo estaba partido por el proyectil. El hueso roto, pero el miembro guindando. “¡Se cayó el lanzagranadas, ahí tiene su brazo!”, respondió su escolta. Cuando terminó ese enfrentamiento dos compañeros los llevaron a una carretera donde una ambulancia lo conduciría hasta un helicóptero. Hoy, con camisa puesta, no se nota lo que sufrió.

José Ramón Berríos, jefe del BLI Santos López, asegura que de 1986 a 1988, solo le mataron a "47 Cachorritos". Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.
José Ramón Berríos, exjefe del BLI Santos López, asegura que de 1986 a 1988, solo le mataron a “47 Cachorritos”. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.

En YouTube hay un video llamado Emboscada al BLI Santos López en Planes de Vilán. Es un reportaje de Univisión realizado por el periodista peruano Guillermo Descalzi durante la guerra. En él se muestra el peor recuerdo de Alberto Bracamontes. Un combate en una comarca que dejó muerta a una niña de 13 años de edad, civil. En el video, una campesina dice que la infante estaba en la huerta y un proyectil le entró por un costado. Las imágenes muestran la vela de la pequeña y el sufrimiento de su familia, que no sabe si fue la contra o el EPS que le dio muerte. Pero Bracamontes sí lo sabe.

“Yo me puedo meter la paja de que no solo yo tiré ahí. De que otros tiraron, pero no, uno tiene que aceptar sus errores. Y error de que yo no lo quise hacer. Error de que a mí me obligaron”, expresa. Las lágrimas asoman con facilidad cuando habla de la guerra. Más aún cuando recuerda lo que pasó en Planes de Vilán.

Bracamontes hizo de todo en el SMP. Anduvo AK-47, rifle de mira telescópica Dragunov, RPG-7, radio y PKM. Ese día andaba la PKM, la ametralladora de largo alcance. “Que me perdone Dios por esto que voy a decir… Sí, ya yo le pedí perdón a Dios… Además no anduve ahí por gusto”, dice. Él y su compañía del BLI Santos López venían bajando una loma y miraron que de la colina opuesta descendían otros soldados. Se confundieron por un momento. Ni con los binoculares lograban identificar bien si eran de otro BLI o si eran de la contra. Cuando su grupo ya tocaba el pie de la colina, separada de la otra por un cúmulo de casitas, recibieron la orden por radio: “¡Descachimben, descachimben, que son contras!”

“Usted me preguntaba que si yo maté… Solo imagínese a cuántos me pude haber llevado ahí. Yo los vi caer. Yo los vi caer y a mí no me gusta hablar de esta vara… Usted no se imagina lo que yo siento adentro. Ni el que vaya a ver este reportaje (silencio)… Comenzó el desturque. Y cuando se comenzaron a tirar a las casas me dieron la orden de seguirles dando. Se miraba cómo se metían a la casa. Detrás había una vaguada y jalaban a sus muertos. Y ustedes no me van a creer, pero yo me paraba con huevos. Yo esa ametralladora la llegué a disparar parado. No cualquiera lo hace. Yo agarraba a esa hija de puta, la presionaba para abajo y apuntaba adonde yo quería. No me hacía mates. Tuve que agarrar la ametralladora y me puse a pasconear la casa. Yo sé que ya Dios me perdonó… Fue la guerra. La guerra mandada por ellos. Ahora ellos están deacachimba bien sentados”.

A Alberto Bracamontes lo han estado internando en el hospital público de Masaya por la diabetes. Hace poco le amputaron dos dedos del pie derecho y mira a un psicólogo una vez al mes con la ayuda de una amistad. Ha tenido pesadillas de combates que le impiden dormir. Traumas de guerra, dice, que lo seguirán hasta la tumba.

Alberto Bracamontes, ex Cachorro del BLI Santos López, sufre hoy de diabetes y hace poco le amputaron dos dedos del pie. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.
Alberto Bracamontes, ex Cachorro del BLI Santos López, sufre hoy de diabetes y hace poco le amputaron dos dedos del pie. Foto: Óscar Navarrete / La Prensa.

 

La captura de Hasenfus

El 5 de octubre de 1986, poco después del mediodía, ocurrió un hecho que 31 años más tarde todavía sorprende a muchos. Un Cachorro de 19 años llamado José Fernando Canales, con la ayuda de Byron Montiel, de 17, derribó un avión estadounidense Fairchild C-123K que sobrevolaba el río San Juan, en la frontera sur de Nicaragua con Costa Rica. El aeroplano, según la revista Envío de noviembre de ese año, transportaba 13 mil libras de armas para abastecer a la Contrarrevolución. De sus cuatro tripulantes murieron tres y sobrevivió uno: Eugene Hasenfus.
Hasenfus era alto, fornido, de piel clara y rubio. “¡Un gringo puro!”, dijo un locutor de radio en la conferencia de prensa de su captura, el 8 de octubre. La portada del diario oficialista Barricada de ese día mostraba una fotografía para la historia: Canales, un joven de rasgos indígenas, llevaba prisionero al “gringo”, que resultó ser experto en abastecer divisiones por aire con experiencia en la Guerra de Vietnam.
“Hasenfus es como una figura que vino a ser parte de la propaganda del Gobierno, que habían derribado a un gringo militar que abastecía a la contra”, explicó para un reportaje de LA PRENSA Noel Valdez, conocido como el comandante “Brack”, de la contra.
El día que lo derribaron, el avión que pilotaba Hasenfus volaba a escasos 700 metros de altura, lo que es considerablemente bajo por el tipo de aeroplano. Según la revista Envío de noviembre del 86, Hasenfus buscaba cómo burlar los radares sandinistas, pero en los días previos hubo hasta cuatro vuelos similares y algunos Cachorros estaban alerta.

Un Cachorro del Servicio Militar durante la guerra de los años ochenta. Foto: Cortesía - Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.
Un Cachorro del Servicio Militar mira al horizonte en algún lugar de Nicaragua, durante la guerra de los años ochenta. Foto: Cortesía – Archivo personal de Óscar Navarrete / La Prensa.

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COMENTARIOS

  1. CICCONE
    Hace 7 años

    Si no hubiera existido la Contra, Nicarauga estubiera igual a Cuba con gente sumisa y sin derecho a expresar lo que sienten y sin libertad que es lo mas pareciado que tiene el ser humano.

  2. El Patriota
    Hace 7 años

    Exactamente si no hubiera existido la contra no hubiera existido la guerra, no hubieran existido decenas de miles de muertos de ambos lados.

  3. Carlos Arana
    Hace 7 años

    Aquellos jóvenes que participaron en los conflictos de los 80’s, han sido mal pagados por los líderes sandinistas de hoy y la sociedad también, más esa gente que ni se dan cuenta que si no hubiese sido por el dizque voluntariado, esa revolución hubiese colapsado y actualmente no estaría el malagradecido como presidente hoy

  4. Sergio Garay
    Hace 7 años

    para el que dijo si no hubiera existido la contra le voy a decir esto que es la pura realidad… si no hubiera existido la contra los que fuimos a la guerra jamas hubiéramos pasado por esas experiencias y mucho menos expuesto nuestras vidas

  5. Bayron Arcia
    Hace 7 años

    Lo que los Sandinista ignorant es que la Resistencia usos tacticas del arte de la Guerra del
    sun Tsu un philosofo de la Guerra chino. Decia mi Papa que fue De la FDN avian indios en La FDN que a ellos no le interesaba mantener posisiones se iban para otro dia de combate.
    Se mantenian moviendo siempre para buscar el terreno donde ellos querian pelear.

  6. El Leones
    Hace 7 años

    Si no hubiera existido la Resistencia a la dictadura izquierdista de los 9 dictadores del FSLN estuvieran peor ahora. Estuvieran como en Cuba. En la década de los 80’s no te daban visa para huir del caos. Tenían que salir a pie por Honduras. Agradezcanle a la Fuerza Democrática Nicaragüense que medio tienen cierta libertad.

  7. Fany duarte
    Hace 7 años

    Recuerdos de tiempos dificiles muy respetado por unos y despreciado por otros, sin importar si eras contra, del ejercito, miliciano, civil o cachorro. Memorias de Guerra de nuestro pais!

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