Los expertos y analistas de temas militares, se rompen la cabeza tratando de adivinar cuáles son los motivos de Daniel Ortega para ordenar cambios bruscos en la cúpula militar y mandar a altos militares retirados a ocupar cargos superiores en el poder civil, para los cuales no tienen calificación.
En los últimos días, las decisiones de Ortega que involucran al Ejército y altos miembros de la burocracia militar han sido, por un lado, mandar a retiro a dos poderosos generales a los que no se les habían vencido sus períodos y uno de los cuales estaba en la línea de sucesión de la jefatura del Ejército, y por otra parte, nombrar a uno de ellos presidente del Instituto Nicaragüense de Energía (INE).
Daniel Ortega no hace nada con transparencia, no cumple la primordial obligación de un gobernante que es informar acerca del por qué y para qué de sus decisiones que son de interés público. De manera que los expertos y analistas solo pueden especular y, en este caso, suponer que la pareja presidencia está envuelta en pugnas por la distribución de esferas de influencia en el poder.
Sin embargo, lo que está claro y se puede asegurar es que el régimen orteguista tiene un fuerte componente militarista, propio del autoritarismo político, y cada vez que tiene la oportunidad toma medidas para fortalecerlo.
El militarismo es definido por la ciencia política como la injerencia de la fuerza militar —ya sea como institución o de sus miembros a título individual—, en la conducción del Estado. Pero además es un sistema de privilegios políticos y económicos que se concede a los jefes militares, tanto si están en el servicio activo como si se encuentren en retiro, gozando de una envidiable jubilación.
A los sistemas de gobierno como el que Ortega ha impuesto en Nicaragua los llaman militarismo cesarista, que se caracteriza por ser un régimen político “en el cual la autoridad se concentra en la persona del gobernante, quien impone un fuerte poder personal con apoyo militar”.
Pero este tipo de militarismo no es original de Daniel Ortega ni exclusivo de Nicaragua. En la actualidad, prácticamente todos los regímenes autoritarios que existen en el mundo y se llaman a sí mismos revolucionarios, aunque no lo sean, se distinguen por tener una buena cuota de militares activos y en retiro en puestos claves o muy importantes de la administración del Estado y el Gobierno.
En Venezuela, por ejemplo, militares activos o retirados ocupan un tercio de todos los ministerios de gobierno, incluyendo, dicho sea de paso, el Ministerio de Energía Eléctrica que es manejado de manera ineficiente por un mayor general de la Guardia Nacional Bolivariana, una de las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas venezolanas.
Los militares, ya sea que estén activos o en retiro, son reconocidos por su estricta disciplina, sentido de jerarquía y obediencia, espíritu de cuerpo y voluntad de ordeno y mando. Y por lo mal que anda todo en Venezuela, la práctica del militarismo en el Estado, en los servicios públicos y hasta en el mundo de los negocios, solo puede ser un modelo para políticos antidemocráticos, como son Daniel Ortega y quienes lo acompañan y apañan en el ejercicio de su poder autoritario.