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Valores y principios para la integración de la sociedad

Si debiéramos valorar a nuestra sociedad por lo que leemos, escuchamos y vemos todos los días, extraeríamos como conclusión que estamos enfrascados en dos conductas principales: la una de indiferencia, la otra de confrontación.

En medio de todos los problemas que enfrenta nuestro país, y entre los múltiples factores que dividen y confrontan, se vuelve imperativo preguntarse por aquellos valores comunes que pueden contribuir a identificar la naturaleza del nicaragüense.

¿Existen esos valores comunes? ¿Cuáles son? ¿Dónde están? ¿Es posible que exista algo que una entre tantas cosas que separan? Intentar responder esas preguntas exige reflexionar sobre aquello que ha contribuido a caracterizar al nicaragüense, tanto en sus actitudes positivas como negativas, a partir de una reflexión sobre las tendencias históricas colectivas, identificando no solo la presencia de determinadas características, sino también la ausencia de aspectos que se consideran necesarios.

Un esfuerzo de esta naturaleza debería llevarnos a identificar aquello que no está presente, los vacíos que reclaman construir lo que no se ha construido, hacer el camino que no se ha hecho.

Es claro que se trata de integrar diferentes puntos de vista, de una configuración aproximativa de lo que somos como sociedad y de lo que deberíamos tratar de ser, y no una construcción individual, total y definitiva que conduciría a situaciones irreductibles, que haría del error una verdad absoluta y que contribuiría a afianzar una actitud intransigente que impediría poder aproximarnos, en medio de afirmaciones y rectificaciones, a la posibilidad de superar los principales problemas y construir la sociedad que más se acerca a lo que deseamos.

El gran poeta y escritor Pablo Antonio Cuadra nos recuerda que el desgarramiento originario de El Nicaragüense, que es el nombre de su insuperable libro, se produce entre lo español y lo indígena. Por ello la poesía y prosa de Pablo Antonio, su tarea de poeta y pensador, siento que se dirige principalmente a la búsqueda de la integración de lo disperso, la unidad de los contrarios que en él es una categoría moral y conceptual: el mestizaje.

Es importante reconocer las múltiples cualidades del pueblo nicaragüense, entre las que podrían mencionarse: solidaridad, amistad, fraternidad, alegría, pasión por la música, la poesía, el deporte, y a la vez estar conscientes de las limitaciones que en términos generales podrían señalarse y que han impedido hasta hoy construir la sociedad deseada, La Nicaragua Posible: ausencia del sentido de institucionalidad, legalidad, Estado de Derecho, sentido de la libertad política, tolerancia, pluralidad, debate racional, entre otras.

Cómo construir una realidad a partir de esos conceptos, cómo llenar el vacío que deja su ausencia, es el desafío histórico que tenemos que asumir los nicaragüenses a través de un proceso educativo integral en el que se debatan las ideas y los diferentes puntos de vista.

Si debiéramos valorar a nuestra sociedad por lo que leemos, escuchamos y vemos todos los días, extraeríamos como conclusión que estamos enfrascados en dos conductas principales: la una de indiferencia, la otra de confrontación.

En una valoración aproximada, podría decirse que Nicaragua es una sociedad fragmentada, una comunidad escindida, sin vasos comunicantes y sin capilaridad; una sociedad compartimentada y agrupada más por intereses que por ideales y confrontada en un esfuerzo cotidiano de descalificación recíproca. En términos generales, y salvo excepciones, el panorama es el de un enfrentamiento en el que está ausente el pensamiento crítico y la racionalidad.

Una sociedad que se sumerge en la indiferencia o en la confrontación, es una sociedad limitada en sus posibilidades, lo que exige el esfuerzo de construir las alternativas que ayuden a superar esa situación, y que conduzcan a un plano común en el que los nicaragüenses podamos coincidir.

¿Qué hacer ante esa circunstancia? Creo que se requiere una educación fundamental en Derechos Humanos, en la que se prioricen valores como la paz, la democracia, la libertad, la tolerancia, la justicia y el respeto a la diferencia.

Esto significa que cada quien sin renunciar a sus ideas y posiciones ideológicas y políticas, debe tolerar las de los demás. No se trata de buscar una paz por claudicaciones, sino de reafirmar nuestras convicciones y de luchar por ellas, pero también de asumir por principio, que hay personas que pueden pensar diferente y que tienen el mismo derecho de expresar y defender sus propios puntos de vista.

Eso permite enriquecer nuestro patrimonio moral y fortalecer algunas actitudes como la firmeza, que no es la intolerancia; la racionalidad, la flexibilidad, la libertad, la paz, para mencionar algunas. Para ello es necesaria una educación sistemática en las universidades, colegios, medios de comunicación, que contribuya a construir esa sociedad nueva.

Estamos viviendo una época de rechazo a debatir las ideas, porque no se debate, se descalifica con epitafios morales y frases lapidarias, por lo que es fundamental un cambio de actitud. Ni confrontación ciega e irracional, ni claudicación, pues de lo que se trata es de encontrar el punto justo en el que se pueda disentir dialogando. Pensar distinto no es un delito, es una característica del ser humano. No hay nada peor que una sociedad estandarizada. Hay que luchar por una sociedad unida pero no uniformada, pues, como enseña Octavio Paz, la unidad no es la uniformidad, y en ese sentido, no queremos un pensamiento homogéneo que “uniforma sin unir”, sino un pensamiento y una actitud plural, que “una sin uniformar”.

Quede claro que estamos hablando de un esfuerzo profundo, de una visión estratégica de futuro y de un sentido de identidad, constructor de horizontes singulares y universales y no de entendimientos ajenos a los verdaderos intereses sociales, fabricados para distribuirse el poder y los beneficios entre los protagonistas.

Hay que hacer énfasis en una ética que sustente el quehacer político, pues la democracia, como dice José Luis Aranguren, más que un sistema político es un “sistema de valores”. Se debe tratar de ver lo que cada uno puede hacer por el país.

Debe forjarse una educación orientada a la búsqueda de valores, hacia la conformación de un conjunto de principios éticos que rijan la conducta cotidiana y el quehacer político y en el que se reafirmen la racionalidad, la libertad, la tolerancia, el respeto a la diferencia y la democracia.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Columna del día nicaragüense sociedad Valores archivo

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