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La transición demográfica y la transformación estructural

Ambos procesos pueden realimentarse positivamente: la transición demográfica, en su fase del bono demográfico, se traduce en importantes tasas de crecimiento de la fuerza de trabajo y, si el proceso de transformación estructural se traduce en que porcentajes crecientes de esta fuerza de trabajo sean absorbidos por actividades de creciente productividad, la productividad media de la economía también crecerá a tasas sostenidas.

Ambos procesos pueden realimentarse positivamente: la transición demográfica, en su fase del bono demográfico, se traduce en importantes tasas de crecimiento de la fuerza de trabajo y, si el proceso de transformación estructural se traduce en que porcentajes crecientes de esta fuerza de trabajo sean absorbidos por actividades de creciente productividad, la productividad media de la economía también crecerá a tasas sostenidas.

En este caso, la tasa de crecimiento de la economía, cuya tasa equivale a la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo más la tasa de crecimiento de la productividad, podría alcanzar ritmos extraordinarios.

El incremento sistemático de la productividad a lo largo del tiempo resulta clave para enfrentar la siguiente fase de la transición demográfica, la fase del envejecimiento.

Este incremento es la única manera en que un número más reducido de personas en edades productivas será capaz de generar los (crecientes) recursos necesarios para sostenerse a sí mismas, incrementando su nivel de vida, y a la vez sostener niveles de vida también crecientes, y atender los gastos de salud, para el número en ascenso de adultos mayores.

El desafío, en otros términos, sería identificar las políticas que promuevan un proceso permanente de transformación estructural que asegure que se desarrollen, dentro de los límites de tiempo acotados por la transición demográfica, actividades de alto dinamismo y crecimiento de la productividad, que vayan absorbiendo, con la debida rapidez, el empleo que actualmente es generado, mayoritariamente, por actividades de muy baja productividad.

Continuar por la senda actual implicaría arribar en peores condiciones que las actuales a la fase plena o avanzada del envejecimiento de la población, partiendo de que no es lo mismo, en lo absoluto, que ocho personas activas sostengan directa o indirectamente a cada adulto mayor, que lo hagan solo 2.5.

En 18 años más, el bono demográfico estará finalizando y la población de adultos mayores habrá llegado a representar más del 14 por ciento de la población. Para ilustrar la velocidad del proceso de envejecimiento en nuestro país, debe retenerse que el tránsito de la población de adultos mayores desde un siete por ciento a un 14 por ciento de la población en Francia tomó más de un siglo.

El mayor desafío consiste en identificar las políticas que, en un contexto de acelerado envejecimiento de la población, y con tasas de crecimiento de la población en edades activas que se estarán desacelerando y en un momento dado se tornan negativas, aseguren que la productividad media de la economía se acelere para más que contrarrestar esa desaceleración y eventual caída.

Si uno evalúa detenidamente los desafíos que representará, en términos de las políticas fiscal y de protección social, y de atención a sus necesidades de salud, sostener a la creciente población de adultos mayores, comprenderá la magnitud e intensidad del esfuerzo indispensable que debería llevarse a cabo para que la productividad media se acelere más que proporcionalmente que la desaceleración, y posterior caída, en el crecimiento de la población activa.

En 24 años, la tasa de crecimiento de la población en edades productivas, que se habría venido desacelerando, se tornará negativo. Esto debería permitir determinar las tasas de aceleración del crecimiento de la productividad media del trabajo indispensables para más que contrarrestar esta desaceleración, y luego caída, en el crecimiento de la población activa.

Finalmente, dentro de unos 33 años, el país mostrará un grado de envejecimiento que el que muestran hoy los envejecidos países europeos. Este es el plazo máximo disponible.

Pero ambos procesos también pueden entrar en contradicción. Si la fuerza de trabajo nicaragüense sigue siendo absorbida, de manera predominante, por empleos de muy baja productividad e ingresos, la declinante población en edad de trabajar nicaragüense encontrará dificultades mayúsculas para sostenerse a sí misma y a la vez sostener, de manera digna, al número en rápida expansión de adultos mayores, y sus gastos de salud.

(*)Economista / [email protected]

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