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La tierra, nuestra madre

La Tierra, nuestra madre Tierra “crisol sagrado del espíritu, mirémosla con los ojos del alma y encontraremos en cada alborada y en toda vez que la celebremos, un remanso de amor y de perpetuas esperanzas creadas por Dios para nuestra ventura y felicidad”.

A propósito de la Celebración del “Día de la Tierra” y de todo cuanto se ha dicho sobre el cuidado, creemos conveniente y oportuno escribir este pequeño comentario sustentado en lo que dice la “Carta de la Tierra” particularmente en su Preámbulo, el cual bien nos recuerda nuestros deberes hacia la Tierra.

Dice esta Carta: “La Tierra es nuestra madre, nuestro hogar que está  viva con una comunidad singular de vida que la humanidad es parte de un vasto universo evolutivo, donde las fuerzas de la naturaleza promueven a que la existencia es una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de recuperación de la comunidad de  vida y bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable con todos  sus sistemas ecológicos.

El medioambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos, la protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado, la situación global, los retos venideros, la responsabilidad universal.

Igualmente esta carta, en sus principios recuerda, “el respeto a la Tierra, y a la vida en toda su diversidad, el aseguramiento de los frutos y belleza de la Tierra, lo que se debe conservar para las generaciones presentes y futuras, proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos con especial preocupación  por la diversidad biológica y los procesos naturales que sustenta la vida”.

A la par de lo que expresa la  “Carta de la Tierra”, la “Carta Mundial de la Naturaleza” nos remite a lo siguiente: “Toda forma de vida es única y merece ser respetada, cualquiera que sea su utilidad para el hombre y con el fin de reconocer a los demás seres vivos su valor intrínseco, el hombre ha de guiarse por un código de acción moral, por sus actos o las consecuencias de estos; dispone de los medios para transformar a la naturaleza y agotar  sus recursos y, por ellos, debe reconocer cabalmente la urgencia que reviste mantener el equilibrio y la calidad de la naturaleza así como conservar los recursos naturales”.

De manera que la Tierra, nuestra madre a la que pertenecemos y por ende es la morada donde recibimos el aliento de vida  del supremo y divino Creador  que hoy nos permite plenos de  sueños y esperanzas aspirar el aire dulcificado por las flores  del campo, debe y ha de ser sagrada moral y espiritualmente para todos los seres humanos; evitando tantos gravísimos daños como los que  le hemos venido propinando desventuradamente quizás, cuando por ejemplo; desbaratamos la fertilidad del suelo con el uso de maquinaria pesada en las labores agrícolas sin primero considerar las consecuencias que de ello se derivan, entre otras: erosión y contaminación, cuando se realizan proyectos de construcción de calles, caminos, carreteras mal planificadas o mal diseñadas, cuando sin escrúpulos se tala y desmantela el bosque olvidando el espíritu de la ley, se promueve el exterminio de la fauna tan esencial para la belleza de la Tierra, se afectan los recursos naturales, ejemplo; el agua fuente ineludible de vida, el bosque  que exhala sus olores con la fragancia del sándalo y del sauce como del canto enamorado de las aves del cielo y el suave susurro del viento que acarició la cala del lago, la pradera que transpira la naturaleza de la verde colina, la quebrada bañada por la brisa que campea entre los árboles, el río que entre sus cristalinos gemidos deja escuchar como eternizada primavera  el despliegue de las hojas del alto pino; más aún la alta montaña desde donde el águila  majestuosa luego de renovar su cuerpo emprende el vuelo hacia  recónditos litorales para pernoctar en el versículo del poema de la vida que se fecundiza entre el cielo y la Tierra.

La Tierra, nuestra madre Tierra “crisol sagrado del espíritu, mirémosla con los ojos del alma y encontraremos en cada alborada y en toda vez que la celebremos, un remanso de amor y de perpetuas esperanzas creadas por Dios para nuestra ventura y felicidad”.

El autor es historiador.

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