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Reviviendo lo impensable

Hace diez años, cuando Ortega retomó el poder, nadie podía prever ni pensar que pudiera acumular tres periodos presidenciales y que, repitiendo lo errores de los ochenta, volviera a involucrar a Nicaragua en otra confrontación internacional y polarizar al país al establecer un nuevo régimen autoritario.

Con la desaparición de la Unión Soviética y la disolución del Pacto de Varsovia, era previsible que Rusia intentara restablecer su rol como potencia mundial y tratara de recomponer su propio bloque geopolítico y militar ante el avance de la O.T.A.N., con la incorporación a esta organización militar, liderada por los Estados Unidos, de países que fueron parte del bloque soviético así como de otros que incluso formaron la misma Unión Soviética.

Si revisamos el actual mapa geopolítico de Europa y recordamos que el telón de acero corría desde la desembocadura del Elba hasta la ciudad de Trieste y que actualmente entre los 28 miembros de la OTAN se encuentran los países bálticos, Polonia, Hungría y la República Checa entre otros y que ya se habla de la posible incorporación de Ucrania, podemos entender las preocupaciones estratégicas de Rusia y sus deseos de penetrar hacia lo que se ha considerado el patio trasero de Estados Unidos.

Entender a Putin no justifica el entender a Ortega, máxime cuando la Unión Soviética con la participación de actuales funcionarios rusos, negociaron en el pasado sin siquiera informar al gobierno de Nicaragua que habían iniciado conversaciones que obligarían a la Nicaragua sandinista a entenderse con “los odiados gringos”, y fue hasta concluir sus negociaciones que avisaron a la cúpula sandinista, inicialmente a través de los cubanos y con posterioridad directamente, que si querían sobrevivir deberían negociar con sus enemigos.

Para Ortega debería ser claro que el principal interés ruso es detener la expansión americana en Europa alejando a la OTAN de sus fronteras, y, que si es necesario entregar a sus peones americanos para lograr eso, gustosamente y sin mayor reparo lo harán.

Es increíble el nuevo error estratégico de los Ortega Murillo y observar lo poco que les importa la suerte de los nicaragüenses frente a los riesgos de su nueva aventura. Todos pagaremos muy caro el error de primar la confrontación con los Estados Unidos en vez de la negociación y el diálogo entre los propios nicaragüenses, que permitiría fortalecer las instituciones democráticas, lo que es la mejor defensa frente amenazas como la Nica Act.

Es irracional incluso que la vocación totalitaria de la pareja gobernante prevalezca frente a los intereses nacionales en un escenario que la propia historia ha demostrado que no tiene sostenibilidad.

Observando las diferentes reacciones frente a la Nica Act, es fácil llegar a la conclusión de que el consenso nacional es factible por cuanto no se ve a ningún sector deseando que se aplique, aunque por diferentes razones, unos para no poner en riesgo su poder, otros para no ver amenazados sus negocios y otros, los opositores, para que Ortega reflexione y cumpla con sus obligaciones constitucionales e internacionales para con la democracia y los derechos humanos.

Solamente con unidad y una efectiva y auténtica democracia podemos enfrentar como nación las graves distorsiones económicas que la Nica Act sin duda produciría; el alineamiento con Rusia, el padrinazgo y supuesta protección de Putin serán inútiles, solamente acrecentarán la confrontación con nuestro aliado tradicional y mayor socio comercial, atrayendo más desgracia y sufrimiento para nuestro pueblo porque ya quedo demostrado que las potencias ponen las armas y somos los nicaragüenses quienes ponemos los muertos.

Nada bueno podemos esperar y era también impensable, que a la confrontación internacional se esté sumando ahora la confrontación entre nicaragüenses, destruyendo los pocos residuos de la política de reconciliación nacional que con éxito se estableció en los noventa. Ortega de nuevo ha soltado al demonio del miedo, Agramón, olvidando que este es un pueblo valiente que sabe luchar por su libertad.

El autor es abogado.

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