J. C. Ramírez nunca se descompuso. Ni siquiera cuando la realidad lo golpeaba en la cara y daba la impresión que pasaría por el beisbol sin dejar rastros. Pero se resistió a ser un lanzador pequeñito y ahora emerge con fuerza produciendo una mezcla de admiración y sorpresa.
Hace tan solo un año, Ramírez no descartó ir a jugar al beisbol japonés. Los tropiezos se habían multiplicado y su paso por algunos equipos solo sirvió para extender sus miserias, mientras la inconsistencia era llevada a su máximo expresión con su labor sobre el montículo.
Pero en los últimos meses ha demostrado que solo necesitaba un marco de confianza para saltar a la cima y sostenerse ahí. Su pasión, su bola rápida y su sonrisa están iluminando el presente y parecen conducirlo a pasos acelerados hacia un futuro revestido de éxito.
La noche del martes, mientras sometía a los Atléticos con su electrizante arsenal, uno no encontraba puntos de contacto entre este lanzador de creciente impacto y aquel que fue despreciado por cinco equipos en cinco años y que parecía destinado al olvido.
Sin embargo era él mismo saliendo adelante en su lucha contra sus propias limitaciones, mientras anima a un país necesitado de ejemplos como el suyo, para ver con esperanza hacia el futuro. El trabajo duro y apasionado, tarde o temprano obtendrá su recompensa.
De acuerdo a BaseballBrooks, JC es el segundo lanzador más rápido entre los abridores de las Grandes Ligas con un promedio de 97 millas en su recta, solo detrás de Noah Syndergaard de los Mets (98). Pero no es su piedra la clave del éxito, sino su curva.
Ramírez afinó su curva durante su entrenamiento en Managua y suavizó tanto su muñeca que hasta su slider se volvió más mortífero, con un movimiento sobre average, mientras la recta se tornaba más impactante al ser mezclada entre ambos disparos.
Sin embargo, lo esencial en este Ramírez es que ahora aprendió a utilizar lo que tiene.