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Arnoldo Martínez Ramírez

¿Una economía “robusta-saludable”?

“A pesar de las turbulencias económicas globales, Nicaragua se ha destacado por mantener niveles de crecimiento superiores al promedio de América Latina y el Caribe. Disciplinadas políticas macroeconómicas, combinadas con una expansión constante de las exportaciones y la inversión extranjera directa, han ayudado al país a afrontar las turbulencias económicas derivadas de la crisis de 2008-2009 y la subida de los precios de los alimentos y del petróleo. En 2011, el crecimiento alcanzó un récord del 6.2 por ciento. Para 2016, el pronóstico fue del 4.4 por ciento, con lo que Nicaragua se coloca en los primeros puestos de crecimiento entre los países de Centroamérica. La inversión extranjera directa y el comercio también muestran perspectivas favorables”, (Banco Mundial BM 19-8-16).

Lo descrito sobre nuestra economía y el crecimiento y desarrollo de los demás países genera contrastes abismales, pues hay condiciones contradictorias con lo afirmado: concentración de riquezas en grupos privilegiados y profunda desigualdad; altas tasas de desempleo y subempleo; escuálidos salarios mínimos; alto costo de la vida; canasta básica inaccesible; inseguridad ciudadana y jurídica; irrespeto a los derechos humanos; incumplimiento de la Constitución y leyes por gobernantes y gobernados con influencias; ineficiente provisión a la ciudadanía de servicios de salud, educación, energía eléctrica, agua y abuso en calidad y precios; déficit habitacional; y corrupción epidémica en actividades gubernamentales, comerciales e industriales. En síntesis: una “economía robusta-saludable”, con una sociedad desintegrada y una conducta camino a la putrefacción.

Asimétrico a lo aseverado por el BM, seguimos de segundo país más pobre de Latinoamérica, con alto número de niñas y adolescentes violadas, embarazadas o asesinadas; con una epidemia de accidentes y muertes viales; y ocupando el 124 lugar de 188 en el Índice de Desarrollo Humano. Según Transparencia Internacional estamos en el 130 lugar de 168. Se informa que disminuyó la pobreza y pobreza extrema y es difícil comprender que de la población económicamente activa solo el 27 por ciento esté incorporado al INSS, el 73 por ciento restante está en el subempleo. Solo el Informe sobre la Felicidad Mundial concuerda con el BM, ocupando el 43 lugar de 155.

El Foro Económico Mundial (FEM) 2017 atendió temas de exclusión social, empleo precario, desempleo, desigualdad e insatisfacción ciudadana. Oxfam refirió que más del 50 por ciento de riquezas del mundo las posee el 1 por ciento de la población (Credit Suisse Global Wealth).

Los desafíos del FEM 2017 —orientado al “Liderazgo responsable y receptivo”— fueron: fortalecer la colaboración mundial, revitalizar el crecimiento económico, reformar el capitalismo y prepararse para la Cuarta Revolución Industrial, impulsada por la era digital, que está transformando nuestra manera de vivir y trabajar. Fueron muchos y muy importantes los temas discutidos, sin embargo, aún queda en el ambiente la pregunta: ¿Cómo pueden responder los líderes de manera responsable a las frustraciones genuinas de las personas más perjudicadas por el capitalismo de mercado globalizado, y ofrecer soluciones viables, justas y sostenibles? Las estimaciones de crecimiento para la economía mundial en 2017 se sitúan sobre el 3 por ciento, considerado insuficiente para reducir los niveles de deuda.

En el FEM de 2013, el economista Larry Summer se refirió al Estancamiento Secular (ES). Su hipótesis señala que la economía global se enfrenta a un escenario de bajo crecimiento y reducción del PIB per cápita debido a una crónica insuficiencia de la demanda global. Expresión visible de ese fenómeno es la tendencia a la baja de las tasas de interés, mayor propensión al ahorro que a la inversión, lo que se traduce en pérdida de dinamismo de la economía. Los países emergentes no escapan a la convulsiva transición. La desaceleración de la innovación tecnológica, derivada del ES, limita el crecimiento de la productividad y contrae la seguridad laboral, políticas y regulaciones, afecta las inversiones y consumo. La deuda de gobiernos e instituciones financieras enfrentan restricciones, recortan gastos e inversiones, aumentan los ahorros y contribuyen a generar un entorno deflacionario. Se desconoce si los gobiernos serán capaces de resolver la presión deflacionaria, contrarrestar la creciente desigualdad, y ocuparse de la fragmentación social, política y económica.

En los seis años posteriores a la crisis financiera del 2007-2008, el crecimiento promedio de la economía de EE.UU. fue del 2.2 por ciento. Durante ese período, la Eurozona promedió 0.85 por ciento. Japón entró en recesión técnica, siendo su crecimiento del 1.35 por ciento. Después de la crisis, los crecimientos de las economías latinoamericanas han sido famélicos: su PIB anda entre 0.5 por ciento y 2 por ciento —en particular por sus déficits fiscales—, reducidas inversiones públicas y privadas; se deterioró la calidad de los productos y disminuyó su volumen; aumentó la tasa de desempleo, y creció la deuda pública, el populismo y la corrupción encarnada en lo cotidiano.

Otra cara de esta misma moneda es que, para Latinoamérica, el aumento del precio de materias primas y petróleo significó el principal impulsor del crecimiento de la economía, bonanza que propició en varios países la consolidación del Socialismo del siglo XXI (S-XXI), siendo Venezuela su principal referente. Esta tendencia incrementó los ingresos fiscales por exportaciones y recaudaciones tributarias, y fundamentó el modelo económico en intervencionismo en el sector productivo y aumento del gasto público. Los gastos crecientes de los gobiernos en programas sociales, sueldos del sector público y proyectos, generaron sentimientos de bienestar en la población, y permitió a los presidentes del S-XXI conseguir altos niveles de aprobación, reformar Constituciones y reelegirse.

Sin embargo, desde la segunda mitad de 2014, la desaceleración en la demanda mundial de materias primas y una oferta estabilizada, provocaron la caída acelerada de sus precios, resquebrajando los cimientos del aparente éxito del sistema. En los años de bonanza estos gobiernos no generaron ahorros ni reservas, lo que aumentó la vulnerabilidad de sus economías con mayor dependencia del gasto público, agravada por la corrupción y mediocridad de sus líderes en la gestión pública, trasgresión de la Constitución y las leyes y el irrespeto de la dignidad ciudadana. Mientras persistan estos lastres sociales y políticos no habrá crecimiento equitativo en nuestros países.

El autor es contador.

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