Fílide era hija de Fileo, uno de los reyes de Tracia, los que se consideraban descendientes directos de Hermes, el dios mensajero.
Se dice que los tracios introdujeron el concepto de que los seres humanos están dotados de un alma inmortal, la que trasciende después de la muerte física. De allí que sus funerales eran solemnes y en las tumbas ponían objetos valiosos, inclusive tesoros, al lado de los cuerpos de los difuntos, sobre todo de los más pudientes.
El rey Fileo y su hija Fílide vivieron en tiempos de la Guerra de Troya, en la cual participaron los atenienses Acamante y Demofonte, entre muchos otros príncipes griegos.
Acamante y Demofonte eran hijos de Teseo —el mítico rey de Atenas que venció al Minotauro— y de Fedra, quien se enamoró de su hijastro, Hipólito, pero como este la rechazó lo acusó de que había intentado violarla. Al ser descubierta su mentira, Fedra terminó suicidándose.
Cuando Troya fue ocupada por los griegos Acamante y Demofonte encontraron allí a su abuela, Etra. Ella había sido raptada por los Dióscuros (Cástor y Pólux) y llevada a Esparta, donde fue esclava de la reina Helena, quien, cuando se fue a Troya con el príncipe Paris, se llevó a Etra y la tuvo a su servicio hasta que al terminar la guerra la esclava fue rescatada por sus nietos.
Viajando de regreso hacia Atenas, la nave en que viajaban Acamante y Demofonte fue azotada por una furiosa tempestad que la hizo naufragar y arrastró a los náufragos a las costas de Tracia, donde pidieron hospitalidad al rey Fileo.
Acamante siguió el viaje rumbo a Atenas después de recuperarse y aprovisionarse, pero fue acompañado solo por Etra, porque Demofonte se enamoró de Fílide y decidió quedarse en Tracia para casarse con ella.
Pero Demofonte no pudo acostumbrarse a las costumbres de los tracios, muy distintas a las de los atenienses. De manera que pronto decidió marcharse pero engañando a Fílide a quien dijo que solo haría un corto viaje y en breve estaría de regreso.
Fílide acompañó a Demofonte hasta un lugar llamado “los nueve caminos” donde se despidió de él y le dio un pequeño cofre, diciéndole que contenía objetos sagrados de la diosa madre Rea, que lo protegerían. Sin embargo, le advirtió que solo debía abrirlo en el caso de que decidiera no regresar.
Demofonte se fue primero a Chipre y fijó allí su residencia, pero algún tiempo después se marchó hacia Atenas donde llegó a ser el décimo segundo de sus reyes.
Entre tanto, Fílide, al pasar el tiempo sin que Demofonte regresara, cayó en un estado de grave depresión y se suicidó, pero antes maldijo a su ingrato esposo por no cumplir su juramento.
Poco a poco de Fílide solo fue quedando un piadoso recuerdo y fue olvidada inclusive por el mismo Demofonte.
Un día, hurgando entre objetos antiguos Demofonte encontró el pequeño cofre que le dio Fílide cuando se separaron y recordó la recomendación de la muchacha, de que solo debía abrirlo en el caso de que decidiera no regresar.
Movido por la curiosidad, Demofonte abrió el misterioso cofrecito y lo que vio en su interior lo aterrorizó de tal manera que perdió la razón. Enloquecido, montó su caballo y emprendió una carrera desenfrenada hasta que el animal se precipitó en un barranco. El cuerpo del caballo cayó encima de Demofonte y la espada que colgaba de su cintura y le atravesó el cuerpo, causándole la muerte. De esa manera, tarde pero ineluctablemente, se cumplió la maldición de Fílide.
En una versión ligeramente diferente de este mito, se cuenta que Fílide para suicidarse se colgó de un árbol y este perdió completamente las hojas y se secó por la tristeza de haber sido escogido por la princesa tracia para quitarse la vida. Algún tiempo después Demofonte regresó a Tracia, preguntó por Fílide y al conocer su trágico fin fue a ver el tronco pelado y muerto, lo abrazó con pesar y en ese instante el tronco renació y se convirtió en el árbol que desde entonces es conocido como almendro.