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Jesús, vida

Superar la decepción

La decepción es una experiencia por la que todos pasamos en la vida, unas veces con razón, otras quizá sin ella

Cuando las cosas no salen como esperamos nos decepcionamos y frustramos: “Nosotros esperábamos, pero… ya llevamos tres días desde que esto pasó” (Lc. 24,21).

La decepción es una experiencia por la que todos pasamos en la vida, unas veces con razón, otras quizá sin ella.

Es verdad que el sentimiento de la decepción siempre ha existido; pero a medida que las esperanzas son mayores, las decepciones más abundan y puede que esto esté ocurriendo en nuestro siglo XXI.

La decepción entra dentro del ingrediente de la vida humana y la sentimos siendo niños, jóvenes o mayores. ¿Quién no ha sido víctima de esta experiencia de la decepción? Creo que todos nosotros podríamos contar montones de experiencias en nuestras propias vidas.

Sufrimos decepciones de nuestra misma familia, los padres de los hijos y los hijos de los padres. Sufrimos decepciones de nuestros amigos en quienes pusimos nuestra confianza plena y no vimos en ellos correspondencia y de nuestros dirigentes y políticos.

Sufrimos decepciones del mundo laboral y patronal y aún de nuestra misma Iglesia y hermanos en nuestra fe.

Job sintió esa decepción ante la vida y, por eso, decía: “Yo esperaba la dicha y me vino el fracaso, aguardaba la luz y llegó la oscuridad” (Job 30,26).

El mismo Yahvé sentía la decepción al ver el comportamiento de su pueblo, la viña de sus amores (Is. 5,1) y se expresó, por eso, a través del profeta Isaías, diciendo: “Esperé que diese uvas, pero dio agraces” (Is. 5,2).

Jesús no se escapó tampoco de sufrir la decepción; por eso, ante la ciudad de Jerusalén exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén..! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!” (Mt. 23,37).

Esperamos, pero esa esperanza muchas veces no se hace realidad. Cuando la decepción nos llega y domina, no le dejamos ninguna puerta abierta a la esperanza y fácilmente dejamos de soñar y de luchar. Esto es lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús.

Jesús, según ellos, les decepcionó, les había frustrado las esperanzas que en Él tenían puestas (Lc. 24,21). Se sintieron desilusionados, como engañados en sus expectativas y, por ello, se marchaban a Emaús (Lc. 24,14).

Pero, la verdad es que esta decepción de los discípulos de Emaús no tenía fundamentos algunos. Lo que les ocurrió es que no aceptaron el testimonio de las mujeres que confesaban la resurrección de Jesús ni tampoco el testimonio de otros discípulos (Lc. 24,22-24).

En definitiva, su decepción tenía una causa radical: falta de fe, como les dijo Jesús: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!” (Lc. 24,25). Los discípulos de Emaús se quedaron parados en el Viernes Santo, en la cruz, y fueron incapaces de dar el paso a la resurrección.

Pero Jesús, el Dios humano, no abandona a los discípulos de Emaús en su desilusión y angustia del Viernes Santo. Jesús sale al encuentro y camina al lado de ellos: Jesús les va explicando “lo que se decía sobre Él en todas las Escrituras” (Lc. 24,27).

Jesús no los deja abandonados en la oscuridad de la noche en la que estaban sumidos (Lc. 24,28-29). Comparte la mesa con ellos (Lc. 24,30) y les abre los ojos de la fe (Lc. 24,31) al compartir el pan con ellos (Lc. 24,30-31).

Los discípulos empiezan a cambiar, su fe se dinamiza y, cuando la fe llega al corazón, no se puede gozar de una manera egoísta, es por eso que salen corriendo, se vuelven a Jerusalén y comunican a los apóstoles la experiencia que han tenido al ver a Jesús resucitado. Y es que la alegría de la resurrección se hace común; por eso, los mismos apóstoles decían: “¡Es verdad! El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc. 24,34).

Hoy los cristianos creemos que Jesús vive, el Viernes Santo dio paso al Domingo de Resurrección; por eso, no podemos los cristianos del siglo XXI seguir presos en ninguna desilusión o decepción. Nuestra fe no se basa en ninguna institución, aunque esta sea religiosa; nuestra fe se basa en Jesús y este resucitado.

Las instituciones políticas, sociales, económicas y religiosas siempre nos sembrarán decepciones y desilusiones; pero, por encima de todo ello, tenemos a Jesús que vive y está en medio de nosotros.

Nuestras noches —por experiencia sabemos y vemos— pueden ser muy oscuras, nuestros Viernes Santos pueden surgir en muchos momentos de nuestra vida; pero no podemos olvidar que todo Viernes Santo va de la mano de un Domingo de Resurrección.

Lo nuestro, como cristianos, es mirar siempre más allá de la cruz, tener la mirada, a pesar de la cruz, en la resurrección. No podemos olvidarlo: Tras el Viernes Santo vine el Domingo de Resurrección. Tenemos que darnos una nueva oportunidad siempre y, entonces, como los discípulos de Emaús, volveremos a sonreírle a la vida

Religión y Fe decepción frustración archivo

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