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Pedro Joaquín Chamorro Barrios piloteando “La Bachi”; atrás, el Roadmaster. La Prensa/ Cortesía Raúl Barrios

Pedro Joaquín Chamorro Barrios piloteando “La Bachi”; atrás, el Roadmaster. La Prensa/ Cortesía Raúl Barrios

Encuentro fortuito en el lago Cocibolca

Debe de haber sido un 13 de septiembre del año 2000 cuando navegaba en el lago Cocibolca con mi primo Raúl Barrios de Sapoá hacia San Carlos para participar en el tradicional torneo de pesca de Sábalo Real Richard Lugo Kautz, que se celebra en Río San Juan durante las Fiestas Patrias. Nuestra gira contemplaba […]

Debe de haber sido un 13 de septiembre del año 2000 cuando navegaba en el lago Cocibolca con mi primo Raúl Barrios de Sapoá hacia San Carlos para participar en el tradicional torneo de pesca de Sábalo Real Richard Lugo Kautz, que se celebra en Río San Juan durante las Fiestas Patrias.

Nuestra gira contemplaba una parada técnica en la isla La Zanata para pescar guapote porque allí la pesca es extraordinaria. El lago estaba tan calmo como un espejo, por lo que llegamos muy rápido a la mitad de nuestra travesía y nos pusimos a pescar.

Mientras pescábamos en un calor sofocante en La Zanata vimos a lo lejos la silueta de una lancha bastante grande que se movía cambiando de dirección, luego se detenía y volvía a arrancar sin rumbo fijo. Entonces llamé por radio marino VHF en el Canal 16 de emergencias para ver qué pasaba y quiénes eran.

Para mi sorpresa, me contestaron que era el Roadmaster, un yate de don Róger Terán (q.e.p.d.) y estaban perdidos. No tenían la más remota idea cómo llegar a San Carlos en medio de aquel inmenso lago, tan inusualmente calmo. Con toda razón cuando el conquistador Gil González Dávila perdió su mirada en el horizonte sin ver tierra, con muy buen tino lo bautizó como “La Mar Dulce”.

Raúl y yo recogimos inmediatamente las cañas, dejamos los guapotes tranquilos ese día y arrancamos raudos en La Bachi en dirección a aquella lancha que irónicamente tenía un nombre más para competencias en una carretera abierta que para una gira en la inmensidad del Lago.

El Roadmaster estaba quizás a unos 6 a 8 kilómetros al sur del punto donde nos encontrábamos y fuimos a toda velocidad a su encuentro sabiendo que no era una emergencia, simplemente en buen nicaragüense “andaban más perdidos que un perro en procesión”.
Al llegar, aquel fortuito encuentro fue de alegría y regocijo para todos. Nos hicieron pasar a bordo de aquel lujoso yate “de paquete” con aire acondicionado y dotado de una amplia variedad de etílicos. Brindamos por la amistad y luego yo me acerqué al capitán para explicarle cuál era la ruta para San Carlos: 100 grados sureste, pasando frente a Mancarroncito y Mancarrón en Solentiname y quebrando a 90 grados al este franco, luego de pasar La Venada, la última isla de Solentiname.

El capitán, de quien sospecho no conocía la zona, me quedó viendo como si le había hablado en chino. Fue entonces que don Róger, con su característico humor y campechanería propuso: “Mejor te seguimos a vos”, lo cual además de inflar mi ego de Almirante de la Mar Dulce, me hizo sentir feliz.

Arrancamos sin mayor demora 100 grados sureste hacia la punta visible más al sur de Solentiname y el Roadmaster me siguió a toda máquina sobre la blanca y plana estela de La Bachi. Durante toda aquella inolvidable travesía, el reflejo de La Bachi y sus dos tripulantes se podía observar sobre las aguas y fue entonces que llamé por radio a Alejandro Terán que iba con su padre en el Campeón de Carreteras (Roadmaster) y le pedí que nos tomara unas fotos.

El Roadmaster se “pareó” con La Bachi y nos tomaron las únicas fotos que tengo navegando a toda velocidad sobre las aguas de la Mar Dulce. Más adelante, en Solentiname, mi primo Raúl se pasó a la proa y me tomó una foto guiando, pero tan cerca como si fuera remolcado, al Roadmaster detrás de la estela de La Bachi.

Llegamos a San Carlos sin demora, navegando a la máxima velocidad a lo sumo hora y media después de aquel fugaz e inolvidable encuentro en la inmensidad de nuestra Mar Dulce, que dichosamente quedó registrado en dos obsoletas cámaras del siglo pasado que aún usaban película.

Fue para mí aquella experiencia el rescate más tranquilo y agradable de los muchos que he tenido la dicha de realizar a bordo de La Bachi, en los más de 25 años que he navegado sobre las iracundas e impredecibles aguas de nuestra Mar Dulce.

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