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Fernando Bárcenas

Ortega teme a los campesinos

Sun Tzu, en el epígrafe, condena la actitud belicista como un error estratégico. El orteguismo, que carece de ideología y se desarrolla por intrigas, amenazas y halagos, por compra de conciencias y por alianzas oportunistas, válidas para conquistar el poder frente a una clase política prebendaria, se revela desastroso cuando improvisa caprichosamente en el ejercicio del poder. Comentaristas de televisión, sin formación, al ver a la clase política derrotada, ven en Daniel Ortega un político avezado, mientras quien tiene un mínimo de conocimiento político, y estudia la historia, ve a alguien sumamente torpe que se aísla a sí mismo, y suscita una radicalización creciente en su contra, como si buscara ansiosamente el desastre bélico.

En política, la torpeza agrava las contradicciones y propicia un enfrentamiento violento. El dictador obtuso vuelve a ver las armas a su alrededor, y con ese conteo toma decisiones desafiantes, sin analizar la evolución política de los acontecimientos. Ortega se prepara para la guerra, y gobierna para ese fin. Piensa, por ignorancia política, que una guerra civil se gana conquistando plazas. Venezuela refleja esa crisis política que únicamente tiende a la explosión.

Ortega mandó a centenares de policías, otro tanto de antimotines, especializados en disolver manifestaciones violentamente, a contener la 87 marcha anticanal, para que los campesinos no llegasen a Juigalpa a exigir, el 22 de abril, la derogación de la ley 840. Como si pisar las calles de Juigalpa tuviera alguna importancia táctica, y no la protesta, que Ortega más bien magnificó.

Orquestó un operativo que afectó al treinta por ciento del territorio nacional. Fue una maniobra militar para aislar Juigalpa, con retenes escalonados en las carreteras de acceso, y el respectivo cateo de vehículos y de personas. Atrasó por horas el tráfico automotriz, con el consecuente descontento de la población contra el despliegue injustificado de tropas policiales.
Recuerdo un único operativo similar, cuando Somoza desplegó al ejército en los cafetales de Carazo durante los sucesos del 4 de abril de 1954.

Mientras el vehículo de mi familia bajaba el Crucero, al anochecer, un grupo de guardias enfocó sobre nosotros sus reflectores, nos apuntó con sus garands, y nos requisó en busca de armas o de rebeldes fugitivos. Se grabó en mi subconsciente, desde niño, el enfrentamiento latente entre la nación y la dictadura, máxime al saber luego la masacre y tortura de los patriotas.

Estos operativos orteguistas son ejercicios militares para habituar a la policía (a su estructura política partidaria, no a quienes desempeñan funciones de tránsito) a ver al pueblo como ejército enemigo. Movilizaron una cuadrilla de ingeniería militar, en ejercicios anteriores, para destruir puentes. Son simulacros bélicos, con diversos escenarios de guerra civil.

Consigue así, de forma torpe, unir en la conciencia ciudadana la infame ley 840 con el peligro dictatorial. El orteguismo, por simple ineptitud propagandística hace agitación política en su contra. Logra que más gente perciba que el país debe liberarse de esta dictadura amenazante. El fastidio es el primer síntoma de la rebelión.

El movimiento campesino anticanal adquiere un rol político de vanguardia con su consigna central, que pone el dedo en la llaga. De modo, que la dictadura se retuerce, gruñe, da manotazos, como si con la demanda de abolir la ley 840 le cayera encima alguna gota de agua bendita.

Parece evidente que Ortega teme que cualquier concentración pacífica independiente, envalentone al resto de la población a tomarse las calles en contra de su régimen. Y se cura en salud, cayendo en su propia trampa. Ortega tiene predisposición a entramparse solo, como el pintor bobo que pinta el piso avanzando hacia el rincón. Por estulticia semejante, Ortega incita la aprobación simultánea de Nica Act en ambas cámaras.

Si bien la guerra es la continuidad de la política por otros medios (como dice el filósofo y militar Clausewitz), cuando la violencia policíaca es norma de gobierno, el poder carece de justificación política. En efecto, el orteguismo no responde a un orden de la sociedad, sino, al desorden jurídico necesario al abuso y a la corrupción.

Los guerreros victoriosos ganan primero, luego van a la guerra, mientras que los guerreros derrotados primero van a la guerra y luego intentan ganar. Sun Tzu.

El autor es ingeniero eléctrico.

Opinión campesinos Ortega temor archivo
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