No estoy entre quienes se sienten decepcionados por el mal espectáculo ofrecido la noche del sábado en Las Vegas, probablemente porque no me hice mayores expectativas por un par de boxeadores de poco significado, a pesar del éxito de la mercadotecnia.
Sin embargo se podría eximir de cuestionamientos a Saúl “Canelo” Álvarez, quien desplegó sus recursos para que la gente no saliera de la T-Mobile Arena con la sensación de haber malgastado su dinero, pero Julio César Chávez Jr. no hizo su parte.
Álvarez manejó bien su jab, disparó cruzados de derecha y ganchos al hígado, pero no pudo acabar con un púgil que en el pasado, había compensado sus enormes limitaciones boxísticas con un corazón valiente, el que ahora evidentemente olvidó llevar al ring.
Chávez Jr. pareció un muchacho atemorizado toda la noche, incluso cuando Álvarez le bajó la guardia invitándolo a pelear, quizá consciente de lo discreto que estaba siendo el combate, “el hijo de la Leyenda” no tuvo las agallas de introducirse a la línea de fuego. Estaba paralizado.
Resulta penoso que estos dos peleadores, hayan subido al ring a disputarse la distinción de mejor boxeador mexicano del momento y hayan salido con esta faena tan discreta, nada generosa con la gran historia del pugilismo azteca, donde las agallas son su ADN.
El “Canelo” pareció siempre dispuesto a fajarse y lo hizo, pero para ofrecer una buena pelea se necesita del concurso de dos y Chávez quedó lejos. Jamás soltó sus brazos y ni siquiera se percató que era más alto, más pesado y con mayor alcance.
“Es que cuando tu talento no da para más, no puedes hacer nada”, admitió un resignado Julio César Chávez padre, luego de contemplar con amargura una pelea que no pasará a la historia. “Canelo” y Chávez Jr. pasaron sin dejar huella sobre el entarimado.