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Juan Carlos Ramírez, beisbol, Nicaragua

Juan Carlos Ramirez. LA PRENSA / Uriel Molina.

La hora de Juan Carlos Ramírez

Juan Carlos Ramírez llegó al beisbol, hace años, por un golpe de suerte, y ahora sorprende al mundo como pícher abridor de las Grandes Ligas

Serendipia es un término que aún no ha acuñado la Real Academia Española de la Lengua. Serendipia significa “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”. Juan Carlos Ramírez así fue descubierto, como se descubrió también la penicilina, los Rayos X y el coñac: por la serendipia. O para decirlo en buen nica, de chiripa.

Todo habría comenzado a mediados de la década de los 90. Juan Carlos Ramírez era un niño de ocho años que una tarde decidió hacer tareas en casa de entonces su mejor amigo. Por algún motivo que ya no recuerda, ambos terminaron peleando. “Alguna maldad le hice pero no me acuerdo”, dice el pelotero. La discusión terminó en una persecución que hizo que Juan Carlos tuviera que salir corriendo de la casa porque su amigo quería agarrarlo a pedradas.

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Felipe Salinas, el mánager de beisbol de la colonia 14 de Septiembre, estaba entrenando en el campito cuando lo vio venir corriendo y lo agarró del brazo para defenderlo. El amigo que venía siguiéndolo se fue y cuando la práctica terminó el mánager llevó al espigado y moreno niño a su casa. Salinas habló con doña Hortensia Ramírez para que Juan Carlos se quedara practicando beisbol en el campito. Ella, después de darle su respectiva regañada a su hijo, le preguntó si quería hacerlo. Él respondió que sí.

Más de 15 años después, ese mismo brazo de niño indefenso que Felipe Salinas agarró, se convirtió en el brazo de un pícher que puede darse el lujo de decir que ha ponchado a bateadores legendarios como David Ortiz y Miguel Cabrera, con su potente recta que alcanza las 99 millas por hora. Más de 15 años después de aquel encuentro con Salinas, “JC Ramírez” se convertiría en el nicaragüense número 13 en llegar a las Grandes Ligas y en uno de los mejores pícheres de su actual equipo, los Angelinos de Anaheim. Además, este año
debutó como pícher abridor y ha sorprendido a muchos con su buen inicio.

“El cubanito”

Doña Hortensia Ramírez tuvo que criar a su hijo como madre soltera. El papá de Juan Carlos era un militar cubano que regresó a la isla 15 días después del nacimiento de su hijo, en 1988. LAPRENSA/ Archivo
Doña Hortensia Ramírez tuvo que criar a su hijo como madre soltera. El papá de Juan Carlos era un militar cubano que regresó a la isla 15 días después del nacimiento de su hijo, en 1988. LA PRENSA / Archivo.

Cuando Juan Carlos Ramírez tenía diez años, una vecina le dijo que su padre era cubano. El niño llegó corriendo donde su mamá a preguntarle si era cierto. “Sí amor, es cierto”, le contestó ella.

Quince días después del nacimiento de Juan Carlos, su padre se regresó a Cuba. Él era un militar que había llegado a Nicaragua durante la guerra civil de los años 80. Le ofreció a la madre de su hijo irse para Cuba, pero doña Hortensia se negó. “No era cuestión de que íbamos a vivir allá. Era cuestión de ir y volver. Él solito se salió de la historia. Nadie lo sacó”, dice doña Hortensia Ramírez.

Ella prefirió no hablarle a Juan Carlos de su padre, ni bien ni mal. Por eso él solo lleva el apellido de su madre. Sin embargo, Juan Carlos no guarda rencor por su padre. “No le tengo rencor a nadie, simplemente tengo a la mejor mamá del mundo que me supo criar y enseñarme valores”, dice Juan Carlos vía mensaje de texto, unas horas antes de salir a pichar como abridor.

Doña Hortensia dice que cuando nació pasaba horas contemplándolo en la cuna. “Si es de verdad hija, no es mentira”, le decía bromeando a su mamá el abuelo de Juan Carlos.

Tener un hijo le había costado mucho y lo logró cuando tenía 31 años. Un día de tantos no le llegó el periodo y como trabajaba en los servicios médicos del Ejército le pidió a un compañero que le pusiera una inyección para no estar de mal humor. Ella ya estaba acostumbrada a su periodo irregular, pero una amiga le dijo que no le pusieran nada porque estaba embarazada. “Vos sabés cómo me pongo cuando me decís eso y es mentira”, le dijo doña Hortensia. La llevó al hospital a que le hicieran un examen y el resultado no le cabía en el pecho a doña Hortensia. “Yo brincaba. Yo gritaba. Yo lloraba. Yo reía”, cuenta.

Nunca quiso saber si era niño o niña, pero creía que tendría gemelos porque su panza era grande. Simplemente tuvo un hijo grande.

Pícher de la 14 de septiembre

Felipe Salinas, entrenador del campito de la Colonia 14 de septiembre descubrió a Juan Carlos Ramírez cuando tenía ocho años. LAPRENSA/Óscar Navarrete.
Felipe Salinas, entrenador del campito de la Colonia 14 de septiembre descubrió a Juan Carlos Ramírez cuando tenía ocho años. LA PRENSA /Óscar Navarrete.

Los 193 centímetros que mide Juan Carlos Ramírez pueden resultar intimidantes. Y su voz ronca también. Pero luego en cualquier momento puede empezar a bailar y a cantar una canción de Tego Calderón, uno de sus cantantes favoritos, y la imagen intimidante se va.

“Yo nunca me imaginé que iba a salir semejante chavalote”, dice Felipe Salinas. Él usa una palabra para describir a Juan Carlos: “Jodedor”. Waskar Salinas, quien conoció al pelotero en el campito de la 14 porque ambos jugaban beisbol de niños, usa otra: amigable. Según sus allegados, siempre encuentra tiempo para seguir comunicándose con sus amigos.

Y cuando termina la temporada y Juan Carlos regresa a Nicaragua, a pesar de que nunca deja de entrenar, busca el tiempo necesario para reunirse con todos sus amigos. Les trae gorras y regalos del equipo y los invita a salir o a comer y jugar videojuegos en su casa, como en los viejos tiempos.

Con Waskar le gustaba jugar futbol y videojuegos. “Nos llevábamos súper bien. Después de los juegos pasábamos por su casa dejando su bolso y nos poníamos a jugar futbol enfrente del andén con los vecinos”, dice Salinas.

Juan Carlos creció toda su vida en la colonia 14 de Septiembre. Doña Hortensia Ramírez era madre soltera y debía trabajar dos turnos para poder mantener a sus padres y a su hijo. A JC lo cuidaban sus abuelos durante el día. “Mis abuelos me cuidaban cuando mi mama se iba a trabajar. Mi abuelo era el estricto y mi mamita la más tranquila. Todavía es la más tranquila… mi abuelo ya murió. Me acuerdo, mi abuelo siempre me hacía lo que yo quería, pero si hacía algo que no le gustaba me daba mi casquín”, expresa Ramírez.
“Mi hijo era bien hiperactivo. A él le gustaban todos los juguetes que yo le llevaba. Los desbarataba y después comenzaba a quererlos armar. Y se molestaba, se enojaba y los tiraba cuando no podía”, cuenta doña Hortensia. Juan Carlos era fan del baile y de quebrar piñatas. Alguna vez también participó en las comparsas del colegio, tocando el güirro y la caja.

Doña Hortensia le dio clases solo una vez en primaria. Él asegura que era buen alumno. “Yo de estudiante fui bueno. Mi mama me dio clases en primaria, pero ya en secundaria fue otra cosa. Las cosas se pusieron más difíciles con esos casos de álgebra. Pero mi mama me exigía ser buen estudiante y eso es lo que tenía que ser para estar bien con ella. No me gustaban ni Física ni Matemáticas, me gustaba Ciencia e Historia”, relata Ramírez.

Su mamá tenía que trabajar todo el día y pasaba de una escuela a otra en dos turnos. Hasta que un día Juan Carlos le dijo que cuando ella se iba él estaba dormido y cuando ella regresaba también ya estaba dormido; además, le dijo con tristeza que ya nunca comían juntos. “Yo salía de una escuela, regresaba y almorzaba con él y con la comida hasta aquí (se toca la garganta) salía para la otra escuela”, dice doña Hortensia.

Dice que alguna vez también se le ocurrió ser sacerdote. Su familia es muy católica y él se crió bajo esa religión. Fue monaguillo en la iglesia y pensó entrar a un retiro de tres días para ser seminarista. “Mire que la cosa es más sería de lo que pensaba y pues también quería jugar beisbol, así que tenía que decidir y pues el resto es historia”, cuenta.

“JC time”

"El cubanito" firmó con los Marineros de Seattle por 32 mil dólares. LA PRENSA / Óscar Navarrete.
“El cubanito” firmó con los Marineros de Seattle por 32 mil dólares. LA PRENSA / Óscar Navarrete.

Doña Hortensia Ramírez nunca va a olvidar la cara de su hijo la primera vez que se puso un uniforme de beisbol. Felipe Salinas se lo había llevado para empezar a jugar y cuando regresó traía puesto su uniforme. “Ay, la carita de mi hijo… jamás la voy a olvidar. Qué felicidad la de mi hijo”, dice doña Hortensia.

Juan Carlos dice que su familia era fan del Bóer y que por eso desde niño le gustó el beisbol. “Mi familia es fanática del beisbol, mi mamá y mi abuelo, cuando estaba vivo, siempre mirábamos el beisbol en casa. Mi mamá es gran fanática del Bóer, entonces siempre tuve conocimiento del beisbol y cuando lo comencé a jugar me encantó”.

Al principio jugaba como cácher y tercera base. Pero durante un torneo de William Sport en Panamá Felipe Salinas vio un tiro que hizo a una base y se dio cuenta de que podía tener madera de pícher. Así empezó a ganar popularidad. Cuando él iba a jugar a los centros deportivos su mamá escuchaba comentarios en el público. “Ese es el cubano, es bueno”, decían.

Durante un tiempo también jugó basquetbol, pero nunca abandonó el beisbol. “Siempre lo jugaba los sábados en Don Bosco, lo que pasó que en ese tiempo practicaba el basquetbol todos los días en la escuela, entonces le ponía más empeño a eso”, explica Ramírez.

También estaba enfocado en la universidad. Ya se aproximaba el 5to año y Juan Carlos sabía que con su salario de maestra su madre no iba a poder pagarle una universidad. “Yo buscaba la manera de hacerlo y esa era la mejor manera, en el deporte, en lo que soy bueno. Me identifiqué con el basquetbol y lo comencé a jugar”, cuenta.

Juan Carlos Ramírez cuando estaba recién firmado por los Marineros de Seattle en 2005. LA PRENSA / Óscar Navarrete.
Juan Carlos Ramírez cuando estaba recién firmado por los Marineros de Seattle en 2005. LA PRENSA / Óscar Navarrete.

Pero un día llegó donde Felipe Salinas el dominicano Matheo Price, buscador de talentos. Price quería saber si había algún prospecto. “Tengo un chavalo que no lo he ido a buscar porque no ha definido bien sus características, pero tiene todo los rasgos que vos necesitás”, le dijo Salinas a Price.

Fue a buscar a Juan Carlos hasta su casa. Lo llevó al cuadro para mostrárselo a Matheo Price y a él le gustó. El buscador de talentos lo envió a República Dominicana y le compró el equipo necesario para que siguiera entrenando. Estuvo unos días allá practicando y cuando volvió le hicieron una entrevista en el periódico HOY. Ahí lo vieron Luis Molina y Nemesio Porras, y más tarde este último lo invitó a formar parte del equipo Bóer-American College de la Liga Profesional Juvenil.

En ese entonces Nemesio Porras era scout de los Marineros de Seattle en Nicaragua y Luis Molina el encargado de toda Centroamérica. JC Ramírez empezó a desarrollarse y lo enviaron al campamento de la organización de los Marineros a Venezuela. Regresó aún más enamorado del beisbol.

Un día ambos llegaron a la casa de JC Ramírez y le ofrecieron firmar con los Marineros de Seattle. “Cuando me dijeron que me firmarían los Marineros de Seattle, la verdad me sentía extraño no sabía qué decidir. Sabía que me iba a ir de la casa por mucho tiempo y dejar a mi mamá”, dice el pícher derecho.

El llamado a Las Mayores

JC Ramírez empezó su carrera como pícher relevista, pero en 2017 debutó como pícher abridor. Lleva seis juegos abiertos, tres ganados y tres perdidos. LA PRENSA / Agencias.
JC Ramírez empezó su carrera como pícher relevista, pero en 2017 debutó como pícher abridor. Lleva seis juegos abiertos, tres ganados y tres perdidos. LA PRENSA / Agencias.

Antes de querer jugar beisbol profesionalmente, Juan Carlos Ramírez quería ser ingeniero civil. “Ahí anduviera construyendo casas”, dijo a Domingo en una reciente entrevista.

Pero su ingeniería se esfumó cuando le ofrecieron firmar con los Marineros de Seattle. “Ya hablé con mi mama y entre los dos decidimos que eso era lo mejor para los dos y firmé el contrato”, cuenta Ramírez.

Recibió 32 mil dólares por su firma. “Ya que me llegó el dinero de la firma pagamos deudas que teníamos, arreglé la casa de mi mama lo más que pudimos y ahí quedó todo”, dice.

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Antes de firmar, era doña Hortensia la que le daba todo el apoyo que su hijo necesitaba. Alguna vez Juan Carlos le dijo que se sentía mal porque ella era la única madre que no iba a ver los juegos los fines de semana. El sábado y el domingo a doña Hortensia le tocaba limpiar y arreglar la casa, además le lavar y planchar toda la ropa de su familia porque durante la semana no le quedaba tiempo. Pero empezó a levantarse de madrugada para hacer todas sus labores temprano y después tener tiempo para ir a ver jugar a su hijo.

Por eso, cuando él se fue a las Ligas Menores, fueron momentos duros. Era la primera vez que se separaban por tanto tiempo. Pero la recompensa llegó cuando recibió su llamado a Grandes Ligas, después de siete años en Ligas Menores. “Cuando me dicen que voy a subir a grandes ligas la verdad no me lo esperaba, pero sí estaba listo para hacerlo. Llegó en el mejor momento. Llamé a mi mama para avisarle, ella comenzó a llorar y no pude detener las lágrimas y lloré con ella”, cuenta Ramírez.

JC Ramírez, ya en Grandes Ligas, durante una de sus aperturas como pícher abridor de los Angelinos de los Ángeles en la actualidad. LA PRENSA / Agencias.
JC Ramírez, ya en Grandes Ligas, durante una de sus aperturas como pícher abridor de los Angelinos de los Ángeles en la actualidad. LA PRENSA / Agencias.

Doña Hortensia va a verlo jugar cada año. La primera vez no pudo contener las lágrimas cuando escuchó que lo anunciaron en los parlantes del estadio. Dice que pierde cuando su hijo pierde y gana cuando su hijo gana. Cada vez que a Juan Carlos le conectan un jonrón o le meten una carrera, ella sufre.

La primera vez que Juan Carlos se subió al montículo le temblaban las piernas. Entonces estaba en el equipo de los Phillies de Filadelfia. “Solo me acordaba el trabajo duro que pasé en Ligas Menores y que ya todo eso era recompensa. Llegué al montículo, miré para arriba y dije ahora es tiempo de demostrar quién soy. Seguí con nervios. Los lanzamientos de calentamiento ninguno fue strike. Cuando comenzó el inning y tiré la primera pelota se fue el nervio y ponché a todos los bateadores del inning”, cuenta Juan Carlos, quien ha jugado con cinco equipos en Las Mayores.

Cada final de temporada regresa a la colonia que lo vio crecer en el beisbol. Disfruta de estar con sus amigos, entrenar y comer el gallo pinto con queso y tajadas fritas en casa de su mamá. “Juan Carlos Ramírez es un buen amigo, humilde, familiar. Me gusta divertirme, pasarla bien rodeado de buenas personas. Me gusta escuchar música, ver películas, jugar Nintendo, me encanta el beisbol. La esperanza es lo último que pierdo. Tengo los pies en la tierra simplemente me gusta rodearme de gente de vibra positiva”, se define el pícher.

En la colonia todos lo recuerdan. Felipe Salinas lo recuerda como aquel niño al que quiso defender. Todos le preguntan a doña Hortensia por “el cubanito”, el niño inquieto que alguna vez solía decir que algún día llegaría a Grandes Ligas.

Cuando estaba pequeño, un señor lo molestaba diciéndole que lo quería adoptar. “¡Eh! Usted lo que quiere es quitarme los riales cuando yo sea Grandes Ligas”, respondía “el cubanito”. “Y mire doña cubana que llegó”, le dijo el señor a doña Hortensia.


Curiosidades de JC

Juan Carlos Ramirez. LA PRENSA / Uriel Molina.
Juan Carlos Ramirez. LA PRENSA / Uriel Molina.

1. Apetito. Le encanta comer vaho.

2. Música. El último concierto de su vida sería uno de Tego Calderón.

3. Vergüenza. El momento más embarazoso que ha tenido, dice fue tirarse un pedo en una reunión.

4. Profesión. Antes de dedicarse al beisbol iba a ser ingeniero civil.

5. Apodo. Le dicen “el cubanito”, porque su padre fue un militar cubano.

6. Manía. Cuando está nervioso le sudan las manos.

7. Cine. Su película favorita es Los rompebodas. Y la que más le ha asustado es Actividad paranormal.

8. Terror. Le tiene miedo a los escorpiones.

9. Familia. Tener hermanos ha sido uno de sus deseos. Además, quiere tener una familia grande.

10. Religioso. Durante su infancia fue monaguillo.

11. Bullying. Cuando estaba pequeño, sus compañeros lo molestaban por su color de piel. Le decían negro. Solía llegar a casa llorando y su mamá trataba de levantar su autoestima diciéndole que el chocolate era negro y le gustaba a todo mundo.

12. Amor. Tiene una novia mexicana.


 Labor como abridor

Juan Carlos Ramírez comenzó su carrera como pícher relevista. Sin embargo, este 2017 debutó como abridor y según los cronistas ha dado mucho más de lo que se esperaba de él.

“Un cambio de rol conlleva siempre un proceso de transición que implica modificaciones en la preparación y en el enfoque en el partido, pero Juan Carlos lo ha hecho bien. Aún necesita ajustes que hacer, pero va por el camino correcto. Tiene el material para ser un abridor exitoso”, explica Edgard Rodríguez, cronista y scout de los Yankees de Nueva York en Nicaragua.

Los Angelinos de Anaheim es el quinto equipo en el que juega Ramírez. “En Anaheim él se siente apreciado y valorado. Desde el primer día el mánager (Mike Scioscia) le hizo sentirse como en casa y eso fortaleció su confianza. Pero también él es ahora una persona más madura y eso ha contribuido mucho”, dice Rodríguez.

“Su mejor habilidad es lanzar la bola a velocidades escandalosas (97, 98 millas por hora) pero de nada sirve velocidad sin control y recta sin movimiento. Sin embargo ahora tiene control, que es tener la capacidad de enviar la bola al sitio que desees, pero además, su recta se mueve y eso altera el plano visual del bateador. También agregó una curva a su repertorio y mejoró su slider. Ya no es un lanzador predecible porque sabe qué lanzar en cada situación específica del juego”, explica el cronista.


 

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