Los madridistas sienten como si el rey hubiese regresado a su trono y ha colocado sobre su cabeza una corona que se le había vuelto esquiva. Pero la historia juzgará también a un equipo que mostró porte y soltura en su camino hacia la cima, mientras matizaba su vertiginoso ritmo con inteligentes pinceladas de buen futbol, carácter y personalidad.
A través de una exuberancia atlética llamativa y una eficaz estructura ofensiva, el Real Madrid fue siempre un equipo volcado hacia el frente, que supo sacar provecho de una profunda plantilla bien gestionada por Zinedine Zidane, a través de rotaciones que no solo hicieron partícipe a todos del triunfo, sino que además lograron evitar el desgaste.
Sin alardes napoleónicos, ni afán de protagonismo y menos pretenderse descubridor del futbol, sino más bien mediante un discurso sencillo y una sonrisa perenne, Zidane logró comprometer a todo el equipo con la búsqueda del título y cada jugador desplegó todo lo que llevaba dentro para capturar la liga, sin importar si era regular o suplente.
Claro siempre hay quienes resaltan más que otros. Cristiano Ronaldo revalidó el nivel de sus acciones y volvió a ser el eje central de la maquinaria, mientras Marcelo exhibía una consistencia admirable e Isco Alarcón, con su técnica refinada llevaba su juego al siguiente nivel. Y qué decir de Serio Ramos y sus goles cuando el tiempo acababa.
A través de una jornada larga hay altos y bajos. Y el Madrid tuvo irregularidades en su juego, pero fue consistente en sus resultados sin renunciar a su estilo de ir siempre hacia el frente. Lo hizo incluso ante Barcelona en el último clásico, cuando en lugar de asegurar el 2-2 que le garantizaba la liga, fue en busca de la victoria, como lo hizo cada día sin importar la circunstancia.
El Madrid está de vuelta a la cima de España y tiene la mira puesta en Europa.
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