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Crítica de cine: La Mujer Maravilla

No hay excusa para que esta película dure casi dos horas y media, pero escena por escena La Mujer Maravilla es el comic fílmico más delicioso del año.

La Mujer Maravilla llega a la pantalla después de décadas de intentos fallidos, con un simbolismo que ninguna película merece cargar sola. El machismo intrínseco en la cultura popular —y la industria del cine— es más evidente que nunca. Por el simple hecho de que la protagonista es una mujer, el proyecto se presenta como un correctivo. DC Comics y Warner Brothers acertaron al ceder la dirección a una mujer. Patty Jenkins entró al radar con Monster (2003), una modesta película independiente basada en la vida de la asesina en serie Eileen Wuornos. El filme generó taquilla saludable, y le granjeó a su protagonista, Charlize Theron, un Óscar como Mejor Actriz.

Un prólogo contemporáneo introduce a Diana Prince (Gal Gadot), funcionaria en el Louvre en París. Ella recibe un regalo de parte de Bruce Wayne: es una fotografía que data de la Primera Guerra Mundial, donde una mujer parecida a ella posa en el frente con un grupo de combatientes. En realidad, es ella misma. A partir de ese punto, la película se desarrolla como un extenso flashback. En la mítica isla de Themyscira, Diana es una niña intrépida (Lilly Aspell), ávida de entrenarse como cualquier amazona, a pesar de la resistencia de su madre, la reina Hippolyta (Connie Nielsen). Secretamente, su tía Antiope (Robin Wright) le da gusto. En este primer acto, la película expone las bases de su mitología, introduciendo armas, habilidades y poderes. La aridez de la exposición se compensa con lo fresco de la visualización. El escenario es puro kistch, pero la estética es luminosa, en un irresistible estado de naturaleza exaltada. Contrasta radicalmente con el estilo oscuro y sombrío de las otras películas de DC Comics.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine.
Juan Carlos Ampié, crítico de cine.

La trama propiamente dicha se activa con la caída del avión comandado por Steve Trevor (Chris Pine), un espía perseguido por tropas alemanas. El guion es astuto al no preocuparse por explicar la coexistencia de dos dimensiones, o como se justifica la disrupción que introduce la violencia de las armas de fuego en el paraíso de las mujeres. Diana se conmueve con las historias de Trevor, e identifica en su “gran guerra” el embate del dios Ares, a quien fervorosamente desea detener. Se van juntos a pesar de los reparos de su madre. Ya en el mundo moderno, Diana enfrentará la villanía del general Ludendorff (Danny Houston), secundado por la labor de una virtuosa de las armas químicas, la Dra. Maru (Elena Anaya).

La Mujer Maravilla le hace honor a su mística feminista, en maneras que van más allá de su discurso. Por ejemplo, recluta a Connie Nielsen, veterana estrella de acción, para el crucial papel de la reina. Incluye en el reparto a Robin Wright, el arma secreta de la serie House of Cards. Incluso, reparte la villanía con la actriz española, permitiendo que sea tan letal y destructiva como cualquier hombre.

Jenkins tiene una mano ligera como directora y logra establecer un tono clásico de aventura adolescente, que recuerda a veces el “Indiana Jones” de Spielberg. Gadot da por descontado su belleza física y convierte a Diana en una genuina inocente, tan presta a ejecutar una escena cómica como a patear traseros. Sin embargo, la impronta de DC Comics se manifiesta en la falta de disciplina narrativa. Además del innecesario marco narrativo contemporáneo, extienden demasiado el desenlace, incrementando la magnitud de la destrucción con el mismo abandono de Superman versus Batman. No hay excusa para que esta película dure casi dos horas y media. Sin embargo, escena por escena, La Mujer Maravilla es el comic fílmico más delicioso del año.

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