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Joaquín Absalón Pastora

El femicidio

La tendencia de excluir a las mujeres del escenario vital de la vida trama los contornos oscuros de algo que puede ser considerado como un contagio provocado por el músculo estúpido del machismo. Son ellas las victimizadas por los energúmenos y estos los culpables de quebrantar los derechos del feliz albedrío de las mujeres, las cuales desde siglos han sido esclavas, razón por la cual por una habitud ingrata pertenecen reacias de liberarse de proclamar lo que les corresponde. Tienen la razón las feministas de ser beneficiarias de la emancipación, pero no de aquella disolutamente libertina sino la de fortalecer a la unidad humana para hacer una correcta interpretación del significado. Esa emancipación no tiene la llave de la separación, más bien la de juntarla al compañero o cónyuge en la relación interpersonal hasta convertirse en la clave de la familia.

Entonces ¿por qué matarlas? No puede existir justificación alguna para que ello ocurra.
Lástima que filósofos predecesores de la revolución francesa hayan considerado a esta heroína avasallada “un plato sensual”. Este criterio aparece en un párrafo de Diderot. Otro similar puede verse en Montesquieu. Para este era “un papagayo con gracia”. Para Napoleón “el sable que él besaba como si tuviera los encantos de la mujer”. Y así en ese desfile vacío en liberación e igualdad anduvieron las voces de la masculinidad.

Ahora en estos tiempos de la desconcertante modernidad aparece la plaga del crimen con los impulsos de una reincidencia que tiene al cuchillo como compañero. La evidencia de pertenecer al sexo opuesto la pone en el espectáculo de la sangre. La crueldad  ha superado los límites. La saña reflejada en el hallazgo trágico de los restos de una madre con el de su cría en la profundidad de un pozo, es conmovedora. La sociedad está estremecida al comprobar los efectos del atavismo salvaje puesto en la fotografía de un doble crimen. Estos aparecen con mayor frecuencia en las zonas rurales y en los barrios donde no está concentrada la autoridad policial, ágil en la pesca de las multas mas no en poner el ojo en la rendija donde acaecen los escándalos, insumos de las infracciones delictuosas. Alarma el ascenso de los oleajes tormentosos acelerado por la irracionalidad renuente a convivir en la superficie del amor.

Si se vuelve frecuente la tipificación del femicidio acompañado por las formas más espeluznantes, acostumbrada ha sido en los legisladores la modificación de las leyes actuales en la tendencia de radicalizarlas. El endurecimiento de la pena motiva desde luego el impacto emocional en los seres queridos de las víctimas. La iniciativa más reciente consiste en aumentar cinco años más de prisión a los femicidas mediante la vía de diferenciar al Código Penal, al Código Procesal Penal y a la Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres. Los antecedentes han manifestado que la expansión punitiva no resuelve. Más efectiva sería la aplicación real tal como está en la presente ley, aunque la prolongación a un lustro más contempla los agravantes: la saña y la ira extremas con que son cometidos los femicidios. El problema debe ser visto en forma integral. En ese sentido un preventivo para evitar la monstruosidad puede darlo la receta infalible de la educación adecuada como una vacuna para frenar el tóxico de la ignorancia que va del brazo con los instintos del verdugo.

El autor es periodista.

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