Dos meciéndose en el enjunco de la vida,
Dos soledades de almas blancas,
Que aunque el mundo todo lo transforma,
Y caes en el marullo de la obscuridad embravecida,
En el fondo, allá en el fondo,
Nunca perdieron su luz,
Su inocencia.
Y aunque se luche por la pureza blanquecina,
La vida, el tiempo, el destino,
Que se yo,
Te impone,
Columnas,
Cubiertas de bejucos colgantes,
Donde se mecen, juegan y recrean,
Las almas ansiosas de espíritus limpios,
Desnudan tu corteza, de tanto desliz,
Y cuando la savia brota, gota a gota,
Quedan, siempre quedan,
Dos soledades de almas blancas.