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Baywatch

Crítica de cine: Baywatch

Juan Carlos Ampié ya vio Baywatch y dice que "la política de género implícita en la película es problemática". Lo explica en esta columna.

Baywatch, producida entre 1989 y 2001, era un típico producto de televisión sindicada. Sus ambiciones estaban definidas por la imagen recurrente de muchachas bonitas en traje de baño, corriendo en cámara lenta. Era un calendario para taller de mecánica, pero en video. La serie convirtió en celebridad a Pamela Anderson, y proveyó a David Hasselhoff con un ingreso seguro en la era pos-Auto fantástico. Ahora, la versión fílmica viene definida por la corriente de revisionismo irónico hacia las series del pasado reciente.

Mitch Buchannon (Johnson) es el rey de la playa. El carismático teniente, líder del escuadrón de salvavidas, es tratado como una celebridad. Va más allá del deber, investigando los crímenes menores y mayores. Una verdadera ola de fechorías viene de la mano de Victoria Leeds (Priyanka Chopra), magnate de los bienes raíces con nefastos planes para acaparar todas las propiedades de la bahía. Al mismo tiempo, Mitch tiene que poner a prueba a un nuevo grupo de reclutas que incluye a Ronnie (Jon Bass), un obeso inadaptado social, enamorado de la bella CJ (Kelly Rohbarch); la chispeante Summer Quinn (Alexandra Daddario) y Matt Brody (Zach Efron), un nadador olímpico caído en desgracia, que no por casualidad puede recordarle a Ryan Lochte.

La trama es solo una excusa para hilvanar chistes y gracejadas de calidad desigual. Algunos funcionan, otros no. Si quiere comedia sofisticada, tendrá que buscarla en otro lado. Baywatch es intencionalmente vulgar, más cerca de la tónica explícita de la reciente trilogía ¿Que pasó ayer?, que de la elemental serie original. ¿Deberíamos esperar más? Creo que sí. Es posible reformular un producto de esta naturaleza y convertirlo en algo más rico, diferente y extraño. La película Baywatch tira por la borda cualquier posibilidad de hacer esto, conformándose con el mínimo común denominador.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LA PRENSA/ ÓSCAR NAVARRETE

Johnson se ha convertido en una especie de salvavidas para Hollywood. Su presencia parece bastar para arreglar lo que está mal. Tome nota de su reclutamiento para avivar la moribunda franquicia de G.I. Joe, su inclusión preventiva en el universo de Rápido y Furioso, o su protagonismo en pálidos proyectos taquilleros como San Andreas (Brad Peyton, 2015). Aquí, su carisma no basta. No tiene nada en que apoyarse. La popularidad de la serie es demasiado lejana. Los valores de producción son pobrísimos. No verá peor uso de efectos digitales y pantalla verde en ningún otro filme de estudio.

La política de género implícita en Baywatch es problemática. Johnson y Efron se presentan como íconos de masculinidad exagerada. Visualmente son objetificados. La idea es que el macho recibe ahora el tratamiento antes reservado para la mujer, y eso es, en teoría, gracioso. Pero una extensa secuencia de pretendida hilaridad, escenificada en una morgue, está teñida de pánico homofóbico. Y las mujeres no se ven necesariamente reivindicadas. CJ y Summer no pasan de ser objetos de deseo. Stephanie (Ilfenesh Hadera) es la mano derecha de Mitch, pero apenas se registra su presencia, y desaparece por buena parte del metraje. Priyanka Chopra le hinca el diente al papel de villana caricaturesca, pero su etnicidad puede acarrear incómodos matices de xenofobia.

Los flagrantes despliegues de objetificación a la mujer ya no son bien vistos en EE. UU. Baywatch quiere hacernos creer que se está riendo de los convencionalismos machistas, pero la está perpetuando para una nueva generación. El tono irónico no quita que la película muestra a sus actrices, en traje de baño, corriendo en cámara lenta. Peor aún es la “aparición especial” de Pamela Anderson. En cámara lenta… y sin una línea de diálogo. Merece ser vista, pero no escuchada. Qué regresivo.


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