Orfeo es uno de los personajes de la mitología griega más populares. Píndaro se refiere a él como “el padre de los cantos”.
Orfeo conquistó a su bella esposa con su música. Amó a Eurídice profundamente y le dedicó todas sus composiciones.
Eurídice murió a consecuencia de una mordedura de serpiente y Orfeo nunca pudo superar esa pérdida. Se retiró a orillas del río Estrimón a tocar sus instrumentos y cantar sus canciones tan tristes que todos los dioses y las ninfas lloraron. Le aconsejaron entonces que descendiera al inframundo, el lugar de los muertos, a buscar a su amada.
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Camino a las profundidades del inframundo, Orfeo tuvo que enfrentar muchos peligros, mas, siempre empleando su música como escudo, salió triunfante. Ablandados por las melodías, Hades y Perséfone —la muerte y el destino, dioses del averno—, permiten a Eurídice que vuelva con Orfeo al mundo de los vivos. Pero —y aquí viene el infaltable pero de todos los asuntos mágicos— con la condición de que él, Orfeo, caminara delante de ella, Eurídice, y no mirara hacia atrás hasta que hubieran alcanzado el mundo superior y los rayos del sol bañaran completamente a la mujer.
Orfeo obedeció la advertencia durante casi todo el trayecto. Pero en el umbral, el ansia, la espera-ansia, la esperanza, lo hacen volver la cabeza cuando solo faltaba un pie de la dama para salir al sol. Se desvaneció ella en el aire —oh ilusión desenfrenada— convertida en espíritu para siempre.
Una historia de amor y de muerte
Para Claribel, la poesía es su destino. Su vida la define con sus goces y sufrimientos, poeta existencial que a lo largo de sus poemarios habla sobre las angustias relacionadas con el amor, la soledad, el desamparo, y la muerte de su incondicional esposo, Bud Flakoll (Dakota del Sur, 1923-Managua, 1995).
Claribel quedó sumida en una inmensa tristeza y decidió emprender un viaje a Asia, que un día soñaron hacer juntos. Recorrió Singapur, Bangkok y el monasterio Borobudur, en la provincia de Java central, en Indonesia. Meses después regresó a Nicaragua y plasmó su experiencia en el poema En pos de ti, de Mitos y delitos (2008).
Sus poemarios posteriores a la muerte de Bud, Saudade (1999), Soltando amarras (2002) y Mitos y delitos (2008), se caracterizan por la nostalgia de la pérdida.
En ellos elige personajes trágicos de la mitología griega, como Medea o Jano, dios desdichado de dos rostros, que con uno contempla el pasado y con el otro el futuro; a Aracne, la tejedora mortal, y Orfeo, a quien solicita su palabras y su canto para “descender al reino de los muertos/despertar a mi amado y hechizarlo”.
Orfeo
Dame tu canto
Orfeo
tu palabra
una lira forjada
con las cuerdas
de mi ser.
Debo descender
al reino de los muertos
despertar a mi amado
y hechizarlo.
(de Saudade, 1999).
En Orfeo lo que sigue es la rebeldía, al perder por segunda vez a su esposa; y eso lo lleva a la condena de muerte, de lo que se encargan las Ménades o Erinnias, que son las que perseguían a Orestes en la obra maestra de Esquilo La trilogía de Orestes.
En Claribel Alegría, lo que sigue después del impacto brutal que conmueve su existencia, la muerte del amado, es la aceptación y la esperanza.
Mientras Orfeo viaja hacia la muerte y hacia la leyenda, Claribel viaja a un proceso de afirmación vital y hacia la búsqueda de un nuevo sentido del vivir:
No puede
No puede conmigo
la tristeza
la arrastro hacia la vida
y se evapora.
(de Saudade, 1999).
Aquí es interesante citar unos versos de Ovidio, de su obra Metamorfosis, precisamente en un canto a Orfeo:
(…)Posse pati volui nec me
temptasse negabo;
vicit Amor.
(Poder soportarlo quise; lo procuré, no lo niego,
Amor venció)
Y Claribel sobre-vivió. Y sus poemas lo dicen; la vida siempre está por encima de la muerte, sobre todo si se tiene la voluntad para escoger, triunfante, el vivir:
Sobrevivo
Sobrevivo.
Alegrovosamente
so
bre
vi
vo.
(de Sobrevivo, 1978)
Como Orfeo, Claribel mandó al demonio a los dioses; pero a ella, a su voluntad, a sus poemas, los dioses le temieron, y cantó victoria:
Victoria
Cuando me mates
Muerte
tú
para mí
te habrás evaporado
para siempre
yo
saltaré sobre mi cuerpo
y seguiré viviendo.
(de Otredad, 2010)