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Melvin Sotelo Avilés

La sumisión al caudillo

Las orientaciones del caudillo van de arriba hacia abajo, son incuestionables, unidireccionales y de obligatorio cumplimiento. Quienes las ejecutan no tienen derecho a la palabra, ni mucho menos a pensar ni a decidir. Para los que osen desobedecer sus órdenes, hay una guillotina afilada para volarles la cabeza.

El caudillo no cree en sus funcionarios, cualquier comunicación debe centralizarse en su portavoz, que a su vez, es la vicepresidenta designada por el Consejo Supremo Electoral, la primera dama, coordinadora del Gabinete y la delfín en la línea de sucesión. Tampoco cree en la capacidad del pueblo de tomar decisiones. En su lugar está el caudillo “iluminado”, encarnación del pueblo presidente.

Las leyes son ajustadas y aplicadas al capricho, la voluntad y la utilidad del caudillo. Tanto él como sus allegados están por encima de las mismas. Las instituciones y los funcionarios aplican las normas de procedimiento según los intereses del caudillo, habida cuenta que la permanencia en sus puestos depende de su incondicionalidad.

El caudillo lo controla todo, los contrapesos no existen. Y su ambición se extiende a la conquista de la sumisión económica, política y cultural de la sociedad. Él es la representación del “mesías”, el “profeta”, el “clarividente”, con un mandato divino que cumplir. A la vieja usanza de los reyes medievales, se hace acompañar en sus actos de masas de un príncipe de la Iglesia, quien eleva su oración al Santísimo y participa en la  inauguración de las obras de progreso, financiadas con el pago de nuestros impuestos, dándole las gracias a Dios, al presidente Daniel y la compañera Rosario.

Los  manipuladores de la religión con fines políticos usan un pasaje bíblico que reza: “Dios quita y pone reyes”. A través del simbolismo, engañan a los no cautos, haciéndoles creer que tanto el comandante Daniel y su esposa Rosario responden a una voluntad sobrenatural.

Este uso de la trinidad, se repite en un canal de televisión local que dice: “Dios quiere a Nicaragua, Nicaragua quiere a Daniel ergo Dios quiere a Daniel”. Este silogismo tiene un mensaje subliminal de la Santísima Trinidad, que para los sumisos del caudillo se cristaliza en Dios, Daniel y Nicaragua. El abuso  simbólico de la religión se promueve desde el poder. En una rotonda de Managua la efigie de Hugo Chávez se erige sobre el dios Quetzalcóatl y el trío de árboles de lata. En un sincretismo religioso, el “eterno” comandante marca el antes precolombino que remonta a nuestros orígenes y su vigencia histórica.

El interés de los sumisos al caudillo, que están a la cabeza de las diferentes instituciones estatales e instancias de poder, de quedar bien no tiene límites, aunque esto signifique ser cómplices y corresponsables de la destrucción del país; probablemente lo hacen motivados por el miedo, la necesidad, el enriquecimiento, las cuotas de poder, la vanidad  y la impunidad. Se olvidan que la fidelidad debe ser a la Constitución Política y a las leyes. Llegará el día que responderán por sus actos  ante la historia.

La renuncia del congreso del Frente a decidir como máxima autoridad del partido, muestra una vez más que el caudillo solo está dispuesto a compartir el poder con su mujer. Los viejos militantes del Frente Sandinista deberían estar claros que el partido tiene dueño, está hecho a la medida del caudillo. Y lo más triste, pareciera que de nada sirvió la sangre de los héroes y mártires para liberar a Nicaragua de una dictadura dinástica. El caudillo representa el pasado que regresa.
 El autor es sociólogo. Autor del libro Ramiro Sacasa Guerrero. El Poder de Servir.

COMENTARIOS

  1. Justo
    Hace 7 años

    Mas claro, ni el agua!.

  2. Justo Nicaragua
    Hace 7 años

    Amen.

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