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Fernando Bárcenas

Naturaleza del régimen orteguista

Antes de emitir cualquier juicio de valor, lo primero en política es definir la naturaleza del régimen de gobierno. Obviamente, para ello no se puede tirar una moneda al aire u opinar como si fuese una cuestión de gusto personal o de emoción. La naturaleza del gobierno no es producto de un plan subjetivo, sino, efecto de la crisis y de la correlación de fuerzas cambiantes entre las clases sociales.

Para un pensamiento científico, formular correctamente el problema es más importante que la solución. Lo esencial es enunciar el problema metodológicamente, la respuesta vendrá experimentalmente y por intuición.

En política, basta que los derechos reales y formales estén sesgados a favor de un sector, en detrimento de otro, aunque este no sea mayoritario, para que exista dictadura sobre el sector excluido. La perspectiva se aclara aún más cuando el Estado adquiere carácter partidario, entonces existe una dictadura burocrática contra el resto de la sociedad. Y más claro aún, si el partido y el Estado están sometidos a la discrecionalidad de un individuo. En tal caso, esa dictadura individual llega a definirse como tiranía, porque el gobernante, con poder absoluto, está abusivamente por encima de las leyes. Este criterio corresponde casi exactamente al régimen orteguista. Pero, habría que añadirle que la impunidad, la falta de transparencia, la falta de rendición de cuentas, el nepotismo, solo es posible en una dictadura corrupta.

Nos faltaría definir el carácter social de este régimen tiránico, con un análisis objetivo, conceptual.

Somoza —cuesta creerlo— estaba limitado frente a algunas leyes. Por ejemplo, ante la autonomía universitaria, por lo que conscientemente dejaba un reducto rebelde donde se gestaba la cantera de cuadros jóvenes que pasarían al clandestinaje. Ortega, en cambio, no tolera siquiera una cátedra universitaria pensante. En confronto con el pensamiento independiente es un controlador feroz. Promueve con mezquindad que la mano invisible que tape la boca de los ciudadanos sea la autocensura.

Los presos políticos o la represión militar, los rasgos fascistas, es una característica circunstancial del desarrollo de la confrontación política. El orteguismo lleva en su naturaleza al fascismo, como la larva al mosquito. Pero, para que el gobierno asuma métodos fascistas de dominación lo decisivo es la capacidad de rebelión ciudadana en determinadas circunstancias, tanto como para definir el resultado de tal lucha.

Algunos sandinistas disidentes, a quienes se pregunta si el régimen orteguista es dictatorial, dan rodeos a partir de la propia experiencia de gobierno de los años ochenta. Ambiguamente expresan que el orteguismo no es el sandinismo de Carlos Fonseca. Más apropiadamente, deberían expresar que el orteguismo contradice los principios del sandinismo antisomocista. Sin embargo, tal expresión sería falsa, porque la guerrilla sandinista nunca tuvo principios teóricos, metodológicos. El heroísmo, aunque indispensable para toda lucha progresiva, no es un programa político. Y las ilusiones… han empedrado el camino del infierno.

Algún politólogo confuso elude pronunciarse si el orteguismo es una dictadura, con frases bobas sobre el autoritarismo electoral. Su observación central es que Ortega cosecha los frutos de la legitimidad electoral sin correr riesgos. Pretende definir un régimen político por la naturaleza de las elecciones, no por el tipo de Estado, y por su función social en la situación política concreta.

El Estado, por definición, es autoritario. Este término no nos ayuda en nada para definir un régimen político. El calificativo electoral es una simpleza, porque en función de las condiciones objetivas puede florecer (como en Venezuela en la época de auge petrolero, en el período de Chávez), o desaparecer, bajo Maduro, durante la crisis petrolera de 2016 y 2017. La legitimidad, en este caso, pasa a segundo plano frente a la prioridad acuciante para la burocracia de conservar su poder amenazado.

En fin, lo importante es definir el tipo de Estado y su participación en la lucha de las clases sociales como instrumento de determinados intereses.

El orteguismo, a medida que se eleva burocráticamente por encima de la sociedad, es un régimen bonapartista, pero, en un país atrasado, dominado por la oligarquía, en el que las fuerzas productivas disminuyen y las clases medias van en declive. Es un bonapartismo inestable, cuasi monárquico, más anacrónico que el somocismo criminal (que dirigió un Estado modernizante, en una fase económica expansiva).

El autor es ingeniero eléctrico.

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