Cómo triunfar siendo una muchacha
Me gustan más que nada las damas equinas
que aparentan hacerlo todo sin esfuerzo,
como si correr a 40 millas por hora
fuera tan divertido como tomar la siesta, o el pasto.
Me gusta su altivo contoneo de yegua
tras cada victoria. ¡Orejas en alto, muchachas, orejas en alto!
Pero ante todo, seamos francos, lo que me gusta
es que son damas. Como si tan grande
y peligroso animal fuese una parte de mí,
como si en algún lugar dentro de la piel
delicada de mi cuerpo, bombeara
un corazón de caballo-hembra de 8 libras,
poderoso y gigante, cargado de sangre.
¿No quieres creerlo?
No me hagas levantarme la blusa, mostrarte
cómo palpita la enorme y formidable máquina
que cree, no, que sabe,
que ganará la carrera.
(Ada Limón, Estados Unidos)
Temprano por la mañana
Mientras el arroz de grano largo se suaviza
en el agua que hierve
sobre una estufa prendida, a fuego lento, antes
de cortar las verduras de invierno en conserva
para el desayuno,
antes de los pájaros,
mi madre desliza un peine de marfil
por su cabello negro
y grueso como tinta de caligrafía.
Se sienta al pie de la cama.
Mi padre observa, escucha la
música del peine
entre el pelo.
Mi madre se peina y
se jala el pelo hacia atrás,
lo estira con fuerza y lo enrolla
con dos dedos, lo prensa
en un moño detrás de la cabeza.
Durante medio siglo ha hecho lo mismo.
A mi padre le gusta así.
Dice que se ve arreglado.
Pero yo sé
que le gusta por la forma en que
el pelo de mi madre cae
cuando mi padre arranca el prendedor.
Con facilidad, como cuando desatan
las cortinas al atardecer.
(Lee Young Lee, Indonesia )
Lluvia
Con gruesas pinceladas de tinta el cielo se llena de lluvia.
Finge buscar abrigo pero en secreto reza para que caiga más lluvia.
Por encima del eco del agua, oigo una voz que dice mi nombre.
Nadie se mueve en la ciudad, bajo la lluvia más ligera y leve.
Las páginas de mi cuaderno se empapan, después se retuercen. He escrito:
“Los yoguis abrieron la boca durante horas para beber la lluvia.”
El cielo es un tazón de agua oscura, que te lava la cara.
La ventana tiembla; el vidrio líquido podría convertirse en añicos de lluvia.
Soy un tazón oscuro, que espera que lo llenen.
Si abro la boca ahora, podría ahogarme en la lluvia.
Corro a mi casa como si alguien me esperase ahí.
La noche se desploma sobre tu piel. Yo soy la lluvia.
(Kazim Ali, Reino Unido)
Piensa en las manos que una vez fueron más pequeñas
Es así. La noche es solitaria
hasta que deja de serlo. Te muerdes la lengua
tras comer naranjas con chile
antes de soñar con un beso
del hombre que al tocarte con sus dedos
hace brotar tu suavidad.
Hablamos acerca de los nombres
de nuestros muertos. Las ciudades donde hoy vivimos
carcomen y luego entierran
los cadáveres de sueños opulentos.
Nos decimos el uno al otro que hay que soñar.
Cuando me envías fotos que guardas
de mujeres de tu familia,
sonrientes, me trastorno.
Ni más ni menos. La noche es nuestro pelo
que dibuja con su tinta torsos de hombres sobre relicarios.
No sé por qué no conocemos nuestra propia santidad,
pero fuiste joven un día, y yo también.
(Tarfia Faizullah, Bangladesh)
Árbol
Es un error
dejar que una joven secuoya
crezca junto a una casa.
Mientras dure
esta vida,
tendrás que escoger.
Ese enorme y sereno ser,
este desorden de ollas y libros—
ya una rama toca la ventana con su punta.
Suave, calmadamente, la inmensidad toca tu vida.
(Jane Hirshfield, Estados Unidos)
Todo
Ella miraba el eclipse de sol
a través de un pedazo de botella quebrada
cuando él se fue de casa.
Él encontró un barrilete azul en la foresta
el día en que ella se acostó
con un marinero. Cuando el nombre de él cambió,
ella cosió una nube sobre un edredón
hecho de retazos. No llegaron a conocerse,
así que nunca pudieron separarse.
Luego ella terminó de rezar,
y dobló el mapa del mar que él había dejado.
(Srikanth Reddy, Estados Unidos)