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LA PRENSA

La desobediencia civil del pueblo

El pueblo de Venezuela está poniendo en práctica el recurso de la desobediencia civil, en la lucha para quitarse de encima la dictadura de Nicolás Maduro y recuperar la democracia.

La desobediencia civil es un medio de lucha popular al que se recurre para derribar a un gobierno tiránico y sustituirlo con uno democrático, cuando la vía electoral ha sido cerrada y la lucha armada o el golpe de Estado son desechados, ya sea por principios civilistas o porque son inviables.

En Nicaragua, igual que en Venezuela, el camino electoral ha sido bloqueado por la dictadura. Aquí se realizan elecciones, pero son amañadas. El que quiere votar puede hacerlo, pero no puede elegir porque el régimen orteguista decide de antemano quiénes van a “ganar” las elecciones y ocuparán los puestos públicos electivos, designados por el Consejo Supremo Electoral.

Pero ninguno de los partidos y políticos democráticos que aspiran a tomar el poder para recuperar la democracia, quiere que haya violencia en cualquier forma, a pesar de que es imposible lograr el cambio por vía electoral. Si en algo coinciden todos los nicaragüenses democráticos es en que se debe preservar la paz conquistada en los años noventa y resolver los conflictos políticos de manera cívica y pacífica.

En tiempos del somocismo, el Frente Sandinista planteaba que la única posible y obligada forma de lucha era la armada, y denigraba a quienes buscaban una salida democrática y pacífica de la dictadura. Al final, la estrategia de la violencia les dio resultado a los sandinistas, pero en la actualidad ya no cabe en Nicaragua esa posición extremista.

Nadie quiere la violencia como forma de lucha política, porque la experiencia histórica demuestra que esta solo sirve para instaurar otra dictadura. Tampoco cabe la lucha armada porque prácticamente nadie —salvo algunos campesinos desesperados— está dispuesto a tomar el fusil y enmontañarse. Y además no hay ningún país extranjero que quiera financiar una lucha insurreccional, como financiaron la de los sandinistas y por la misma experiencia histórica se conoce que sin apoyo externo la lucha armada es imposible.

El secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha dicho que en nuestra época solo mediante las elecciones se puede salir de las dictaduras. Es una gran verdad, pero ¿qué pasa cuando no hay ninguna posibilidad de que las elecciones sean justas y transparentes, sino farsas fraudulentas como las que se hacen en Nicaragua?

¿Cómo hacer para obligar a un régimen autoritario como el de Daniel Ortega —quien está poseído por la idea de que el destino o la providencia han determinado que él, su familia y su partido deben detentar el poder para siempre y al precio que sea— a respetar el derecho del pueblo a votar y elegir a los gobernantes en elecciones justas y limpias?

¿Podrá Almagro obligar o persuadir a Ortega de que permita elecciones verdaderas para poner fin a su dictadura?

La verdad es que solo el pueblo en lucha podría obligar a Ortega a permitir elecciones como las de 1990, mediante movilizaciones masivas, por medio de una gran desobediencia civil como la que hay en Venezuela actualmente.

Pero eso requiere de mucha conciencia de los ciudadanos y un alto grado de organización y disposición combativa de los partidos políticos democráticos. Lo cual no existe actualmente en Nicaragua y es necesario construirlo.

Editorial desobediencia civil Venezuela archivo
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