Al reflexionar en el poder que conlleva orar en el nombre de Jesús, veamos el valor que tiene su palabra, la cual fue comparada con la autoridad que se le asigna a los altos rangos de un ejército. La comparación la hizo precisamente un centurión romano, quien recurrió desesperado ante Él, para pedirle que sanara a su oficial enfermo y sabiendo que el Maestro ya se encontraba cerca de la casa, envió a su encuentro para decirle: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”.
Un centurión era la persona más indicada para comprender el poder que conlleva una Palabra dada por un superior, él era testigo de ese poder, cuando daba una orden y sus subalternos la obedecían, de la misma manera visualizó el poder de Jesús, con una palabra suya bastaría para obrar el milagro.
Para orar en el nombre de Jesús debemos estar conscientes del poder que conlleva su Palabra y su Nombre, pues el apóstol Pablo nos muestra la trascendencia que tiene el nombre de Jesús porque al haberse humillado a sí mismo, haciéndose obediente a su Padre hasta la muerte de cruz, Dios lo exaltó y le confirió el nombre que sobre todo nombre, “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra” Filipenses 2:10. Esta revelación divina muchas veces no la creemos real, sin embargo, para el centurión romano sí tuvo sentido, por ello, recibió su milagro.
En el Evangelio hay promesas maravillosas relacionadas al poder de la oración, “todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré —dice Jesús— para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que en mi nombre ustedes pidan”. Juan 14:13. Jesús nos invita a atrevernos a probar los increíbles ofrecimientos que hace con respecto al poder que conlleva su Nombre.
Ahora bien, no pretendamos usar su poder como una “formulita mágica” al estilo de “abracadabra”, creyendo que simplemente recitándola todo se nos concederá. Jesús especificó cómo una persona se vuelve partícipe de su poder. “Les aseguro que el que crea en mí hará también lo que yo hago, e incluso cosas mayores”, afirmó en el mismo capítulo 14 del Evangelio de Juan.
El Señor aclara, hay que “creer en Él”. La puerta de entrada hacia la oración es la fe. En el Evangelio, fe, significa “confianza” plena en Jesús, en sus palabras, en su muerte y resurrección. La fe que debemos tener en Jesús es la misma que manifiesta Pedro cuando le dice: “Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes Palabras de vida eterna”.
Con respecto a la oración, el Señor nos dice: “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos”. Orar en nombre de Jesús significa amarlo. Solo se puede demostrar que amamos a Jesús, si cumplimos sus mandamientos. Jesús lo expuso concretamente por medio de una comparación. Manifestó que el pámpano separado de la vid, se seca y solo sirve para que lo lleven al basurero. Para poder asegurar que estamos orando en nombre de Jesús, hay que estar seguros de que estamos en su gracia. Obedeciendo sus mandamientos.
El camino hacia el Padre es Jesús. Eso significa estar en comunión con Él, en su gracia, en su amor, en obediencia a su Evangelio. Para orar es indispensable que lo hagamos por medio de Jesús.
El autor es presidente de la Asociación Cristiana Jesús está Vivo.